Buenas tardes. Bienvenidos a mi blog.
Está pensado para publicar aquello que pase por mi mente, bien sea realidad (comentarios sobre noticias de actualidad, historia, etc.) o ficción (relatos, novela, incluso poesía).
También me gustaría que aquellos que lo siguierais expresarais vuestras opiniones.
Ojalá en un futuro no muy lejano, todos (vosotros y yo) estuvieramos satisfechos de leer (los unos) y de publicar (el otro) en este, el que espero, de todo corazón, sea a partir de ahora, un espacio de ocio, reflexión y opinión.
Gracias. a todos.
Un saludo.
Ricard.

sábado, 1 de diciembre de 2012

REBAJAS.



REBAJAS.

La tarde era desapacible. No es que lloviera a cántaros. Como llover, llovía poco. La cuestión es que sin paraguas uno se mojaba. Y si lo abrías se lo llevaba el viento. Como llovía a rachas, Arturo decidió esperar a que amainara, entrando en unos grandes almacenes.
Se le abrió el cielo cuando comprobó que el establecimiento estaba lleno de gente. Miró, y a uno y otro lado, al frente y detrás, todo eran carteles de “Rebajas”.
Podía ser una tarde productiva. Al fin y al cabo la gente intentaba aprovechar unos precios más bajos para comprar aquello que necesitara sin ahondar más si cabe el agujero que ya tenían en sus bolsillos debido a la crisis.
Le acompañaba Miguel, su sobrino de siete años. Para su corta edad, el niño andaba sobrado de conocimientos en el arte de convertir la posesión en propiedad, si bien eso era un último recurso ya que, en principio, su función era la de hacer de gancho o de anzuelo para que las víctimas cayeran con mayor facilidad.
-Sobre todo no sueltes mi mano Miguel.
Oteó en derredor para tratar de localizar, no ya a los miembros de seguridad, que se ocupaban básicamente de que nadie saliera sin pagar, si no las cámaras que, aunque previstas para evitar que nadie se guardara ningún artículo sin pagar, también podían grabarles en acción a ellos.
Empezaron por algo sencillo. Más que nada para ir calentando los dedos. En la planta baja, había una especie de caja grande con oferta de bragas: “Pague tres y llévese cuatro”. Como siempre, ante este tipo de cajas, surgió la habitual disputa entre dos señoras ninguna de las cuales estaba especialmente dispuesta a renunciar a unas bragas talla grande, de color granate (en este caso, ya que Arturo había presenciado disputas igual de enconadas por bragas de color negro). Tal era su afán que en el forcejeo entre ambas, una fue a dar con su espalda contra el abdomen de Arturo, que respondió con un “huy”, sujetando a la señora con suavidad por la cintura.
-Ah, disculpe joven.
-No se preocupe señora, no ha sido nada.
Tío y sobrino siguieron su camino con un billetero de señora en la bolsa del niño.
-Tío, tengo pipi.
-Vale, vamos Miguel.
Mientras estaban en el interior del servicio, Miguel cogió el efectivo del billetero y tiró el resto a la papelera. Sesenta euros en efectivo. No iba a correr riesgos llevándose una tarjeta, al menos no sin seleccionar debidamente a la víctima.
Tras salir del servicio subieron a la siguiente planta: “Moda Hombre”. Bueno, pues no era mala planta. Al fin y al cabo, había ropa cara. Pero esa no importaba mucho ya que los compradores habituales de ese tipo de ropa usaban tarjeta y quizás era temprano para llevarse una. No. Además, no iba a actuar tan cerca de donde había actuado minutos antes. Su objetivo estaba en la séptima planta, donde estaba la electrónica. Según que aparatos, la gente los adquiría financiándolos. Otros de menor coste, no. Y se trataba ya de algún pico, como por ejemplo doscientos euros, al cual no estaba dispuesto a hacerle ascos.
Subiendo hacía su destino pasaron por la planta de “Moda infantil”. En esa planta, para que los padres pudieran hacer gastos sin tener que arrastrar a los niños, el almacén había situado, a la salida misma de las escaleras mecánicas, un estante con diversos juguetes y el consabido cartel de “rebajas”. Los niños son niños, a pesar de que puedan estar bien entrenados en según que artes. Y Miguel no era una excepción. Le dio un tirón que propulsó a Miguel al interior de la planta infantil.
-Miguel, no podemos entretenernos.
-¡Mira tío, mira! –le dijo el niño con los ojos desorbitados- una “play”…
-Ya te traerá una tu tío Rubén.
-Nooo tíooo…que estas son más guay…
Arturo se agachó, cogió al niño por los hombros y le dijo en voz baja:
-Escucha Miguel. Te prometo que el tío Rubén te traerá una de estas. No ves que el trabaja todo el genero y le dan más por el nuevo…
-¿Me lo prometes?
-Claro. ¿Cuándo he dejado de cumplir alguna promesa que te haya hecho?
-Vale, guay.
Reemprendieron el ascenso hasta la planta de electrónica.
Aquello era un hervidero. Parecía que regalaran los artículos. Pasearon por los diferentes departamentos: informática, imagen, sonido, música, películas, fotografía… Miraba diferentes artículos, con curiosidad pero sin mostrar demasiado interés. Un joven dependiente, deseando hacer la venta del día y poderse lucir ante el encargado, se le acercó.
-Buenas tardes, señor. Este ordenador es ideal para que su hijo se inicie en la informática.
-No soy su hijo, es mi tío Arturo.
-Ay que gracia…¿y tu como te llamas?
-Miguel.
-¿Te gusta la informática?
A Arturo aquello le pareció un interrogatorio en toda regla y, desde luego, no le gustó nada.
-No se preocupe, solo estamos mirando.
-Como quiera señor. Pero piense que es una oportunidad única.
-Tío Arturo, el tío Rubén los trae mejores que este.
-Ah, ¿que tienes un tío que vende ordenadores?
-No, los afana…
-¿Cómo?
-Nada, nada, ni caso…es que se junta con unos niños en el colegio…
-Comprendo…
-Bueno pues, buenas tardes…-llevándose a Miguel de allí- ¿Pero se puede saber que te pasa? Si te portas así tu tío Rubén no te traerá nada. No digas esas cosas, y menos a un extraño.
Mientras se alejaban el encargado se acercó al dependiente.
-¿Les conoces de algo?
-No señor, pensaba que iban a comprar.
-Muy bien –entrecerrando los ojos-. Veremos que hacen –y los siguió, con la mirada primero, a paso vivo después.
Arturo y Miguel se detuvieron en el departamento de imagen, justo en el apartado de televisores de pequeño tamaño, de esas que la gente compra para poner en la habitación.
Un hombre estaba a punto de comprar. No acabada de decidirse entre dos marcas. El dependiente le explicó que, por la diferencia de precio (uno valía 260 euros y el otro 310), el más caro era mucho mejor. Y podía financiarlo.
-No, no, la pago en efectivo.
-Como prefiera.
A Arturo se le hizo la boca agua y sus dedos ansiaron entrar en acción. Esta vez quien tropezó con la víctima fue el niño. Miguel aulló cuando el cliente le pisó el pie al retroceder. Arrancó a llorar.
-Perdona no te había visto…¿te he hecho daño? –se interesó el cliente agachándose hacia el niño con el dependiente a su lado.
La mano de Miguel le tendió la cartera a su tío. Cuando este se incorporó, se dio de bruces con el encargado y dos miembros de seguridad.
-Me temo que me tendrá que acompañar…y la cartera no le pertenece.
Arturo palideció y Miguel dejó de llorar de repente.
-¿Cómo? ¿Me han robado la cartera? ¿Pero esto que es? –dispuesto a enfrentarse a Arturo.
-No se preocupe señor –terció el encargado, interponiéndose-. Por supuesto la empresa se hace cargo, y para que Vd. no tenga una mala imagen nuestra el televisor se lo puede llevar sin cargo alguno. Se ahorra Vd. el engorro de hacer la denuncia. Ya la haremos nosotros. Y junto a la televisión, acepte Vd. mis más sinceras disculpas.
-Bueno…no se que decir…pues gracias.
-No hay de que. Y una vez más, disculpe por el mal rato. Fernández, entregue Vd. el televisor al señor. Buenas tardes.
El encargado abrió la comitiva, seguido por Arturo y Miguel. Cerraban los dos miembros de seguridad.
Entraron en una dependencia interior de los almacenes, cerrada por una gruesa puerta de acero, con otra más pequeña al fondo.
-Lleven al tío al departamento –dijo el encargado a los de seguridad, posando una mano sobre el hombro de Miguel-. Yo me encargo del niño. Tu y yo vamos a ser grandes amigos, ¿verdad que si bonito?
La mirada que vio Arturo en el encargado no presagiaba nada bueno. Esa mano más acariciaba que sujetaba. Con los ojos encendidos de lujuria y una sonrisa que helaba el corazón. Arturo gritó:
-Desgraciado suelta a mi sobrino.
Los de seguridad le sujetaron fuertemente y le arrastraron hacia la puerta del fondo mientras le ponían una inyección en la carótida. Antes de perder el sentido, Arturo pudo escuchar a uno de sus captores decir:
-Bueno…¿nos habían pedido un riñón, un hígado y un páncreas, verdad?















domingo, 25 de noviembre de 2012

LA NOCHE.



LA NOCHE.

Manuel llegó a su casa cuando ya era noche cerrada, después de una dura jornada de trabajo. Su esposa había ido a cenar con sus mejores amigas. Las cuatro tenían por costumbre reunirse una noche al mes para resolver el mundo, actualizar novedades o destripar reputaciones. Entró en su casa, encendió la luz y fue a desconectar la alarma. ¡Vaya! Estaba desconectada. Seguramente su esposa se había olvidado de ponerla al salir a cenar. Claro, iba siempre con el tiempo justo.
Casi automáticamente se dirigió a su habitación. Dejó el abrigo en el vestidor y la chaqueta en el galán. Se desanudó la corbata y bajó a la cocina.
Apenas tenía hambre de lo cansado que estaba, pero se impuso la obligación de tomar un bocado por ligero que fuera. En la nevera había media fuente de macarrones que su esposa le había dejado del mediodía. Se puso un poco en un plato y los calentó en el microondas. Se sirvió un vaso de vino tinto del Priorat y se sentó en la mesa de la cocina a cenar. Tras tomarse un café, decidió ver un rato la televisión. Puede que su esposa regresará antes de que él se acostará. No solía terminar sus cenas a hora muy tardía.
Las noticias no eran distintas del día anterior: seguían bombardeando los mismos lugares, reuniéndose los mismos políticos pretendiendo resolver quien sabe que, matándose entre cónyuges y peleándose entre clubes deportivos. Pero no tenía ganas de acostarse todavía. A la hora del tiempo, entre pronósticos de bajas temperaturas y tiempo estable, sonó el teléfono. Vio en la pantalla que era el móvil de su mujer.
-Si, dime…
Pero no dijo. Silencio absoluto.
-Dime Marta…
Pero Marta no dijo. En cambio empezó a escuchar una respiración pesada.
-¿Marta, eres tu?
Y el sonido inconfundible del teléfono al colgarse.
Manuel se quedó mirando la pantalla del teléfono, desconcertado. Tecleó el número de Marta y antes de darle al botón de llamada volvió a sonar el teléfono.
-¿Marta?
Silencio absoluto.
-Marta, ¿eres tu?
De nuevo la respiración.
Colgaron el teléfono.
Se levantó para coger el abrigo y salir a la calle. No podía quedarse en casa esperando, llamaría a la policía desde su móvil.
No había dado ni dos pasos cuando, de pronto, se apagaron las luces de la casa.
Manuel quedó inmóvil. Escuchando el silencio. A pesar del frío, Manuel empezó a sudar. Notaba una fuerte opresión en las sienes.
Seguramente tenían a su mujer e iban a entrar en su casa para robar. O lo del secuestro exprés, que parecía haberse impuesto en los últimos años. Eso, retendrían allí a su mujer y le harían ir a la oficina a retirar una cantidad importante, amenazando con hacerle daño a Marta. Pero, en ese caso, ¿por qué no decían nada? ¿qué pretendían? ¿ponerle nervioso?
No había tiempo de llamar a la policía.
Se quitó los zapatos y, descalzo, se dirigió a su despacho que estaba en la misma planta. En un cajón de su escritorio, debidamente cerrado con llave, guardaba una pistola CZ999, recuerdo de otros tiempos. La cogió. Esperaba que entraran. No tenían muchas posibilidades de sorprenderle ya que había diseñado él mismo la casa. Los dos accesos eran blindados, tanto el que utilizaban desde el garaje como la puerta principal. No había posibilidad de acceder desde el piso superior ya que puso especial atención en diseñar la vivienda sin que hubiera ningún tipo de asidero por el que trepar.
Con el arma montada y sujetándola en vertical a la altura de sus ojos, con sus pasos amortiguados por la moqueta, se dirigió lentamente a un punto desde el que podía divisar la puerta de entrada y el ventanal de la salita. Estaba seguro de que nadie había entrado desde que él estaba en casa. No en vano había cerrado la puerta con llave al entrar y había estado también en el piso superior.
Cierto que la alarma estaba desconectada, pero la puerta estaba cerrada.
Pero la podían haber cerrado por dentro. Y había un sitio en el que no había mirado.
La biblioteca.
La puerta de la biblioteca estaba cerrada y no había luz en su interior. Puso la mano en el pomo. Cuidadosamente empezó a girarlo.
Siempre le había gustado el nombre de Manuel. Manuel Sanjuán era un nombre más conveniente que Predag Stojkovic. Sobre todo después de que el Tribunal de La Haya emitiera una orden internacional de busca y captura contra él por ser uno de los lugartenientes del general Ratko Mladic en Srebrenica. Consiguió huir. Sin barba, con el pelo mas corto y cambiando sus gafas por lentes de contacto, había conseguido esquivar a sus perseguidores. Gracias a sus estudios de arquitectura pudo iniciar una nueva vida.
Y conoció a Marta. Lo mejor que le había pasado en muchos años. Era feliz con ella. Y nadie, ni los del Tribunal ni los bosnios, conseguiría apartarle de ella. Él la salvaría. Empezarían de nuevo en otra parte del mundo. Ella comprendería. Al fin y al cabo, se querían. Y Manuel le había contado que tenía familia en Sarajevo, que era bosnio y que había conseguido huir de los chetniks. Cierto que le había dado la vuelta a la historia pero en occidente habían tomado partido por los bosnios y no se trataba de arriesgarlo todo por intentar que ella comprendiera su punto de vista.
Se centró en lo que iba a hacer. Acabó de dar la vuelta al pomo de la puerta de la biblioteca. La abrió de golpe. Se encendieron las luces y sonó un grito:
-¡Sorpresa!
Sonó un disparo.
Todos los presentes enmudecieron. Marta, de pie, con los ojos relejando una profunda incredulidad, tenía una herida en el pecho por la que le escapaba la vida. Dobló las rodillas y cayó.
Manuel, que había reaccionado al encendido de las luces disparando al centro de la sala, soltó su CZ999 de la policía serbia y se abalanzó hacia Marta, como si creyera que evitando que impactara contra el suelo iba a salvarle la vida.
Antes de que ella exhalara su último suspiro, y entre lágrimas que nublaban su visión, Manuel pudo ver el inmenso cartel que atravesaba la biblioteca con la leyenda “Feliz cumpleaños Manuel” y las bebidas y los canapés que poblaban las improvisadas mesas que allí esperaban para ofrecerle una sorpresa.
Y que sorpresa.
Entre sollozos, aferrando el cuerpo todavía caliente de su mujer, Manuel escuchó a uno de sus amigos llamando con su móvil a la policía. Ni la justicia internacional, ni los bosnios.
Había terminado pagando de la manera más cruel. Acabando por su propia mano con lo que más quería en este mundo.
Marta.
Quizás eran ciertas las cosas que dicen algunos sobre que, de un modo u otro, acabas pagando por las maldades que hayas hecho en esta vida. No le quedaba nada a lo que aferrarse. Cuando le detuvieran, las autoridades acabarían averiguando quien era en realidad. No tenía fuerzas para seguir luchando, para seguir escondiendo su verdadera identidad.
Cuando llegó la policía Manuel tenía todavía sujeto el cuerpo de Marta. Ya no sollozaba. No le quedaban más lágrimas.
Cuando se acercó el inspector, Manuel, con la mirada perdida, dijo:
-Mi nombre es Predag Stojkovic y me busca el Tribunal de La Haya.
Puso la pistola bajo su barbilla y disparó.











domingo, 18 de noviembre de 2012

EL RAPE Y LA SIRENA.



EL RAPE Y LA SIRENA.


Asemejaba un rape de tan caído como tenía el labio inferior, los ojos grandes y dientes prominentes. De hecho, cuando sonreía, podía ser considerado un rape con problemas de identidad.
De gran corazón, sus amigos (la mayoría, simples conocidos) se aprovechaban de su buena disposición para ayudar a todo bicho viviente (no solo a otros rapes, se entiende).
Alma cándida, creía que las habituales peticiones de sus servicios eran muestra de confianza y amistad, sin caer en que, cuando no se le requería para tales menesteres, su teléfono quedaba más mudo que Harpo Marx con amigdalitis.
Que si “a ti pintar se te da muy bien”, que si “habría que cambiar un enchufe”, su vida estaba llena de “muestras de amistad”.
A sus cincuenta y dos años vivía solo. Divorciado hacía ya diez años, se le pasó el arroz de tanto desconfiar ya que, pensaba él, “si me ha ido tan mal con mi mujer, es posible que todas las relaciones me vayan igual”. No caía el pobre en que quizás hubiera sido mejor repartir confianza y desconfianza entre las relaciones de pareja y las de amistad. Que de todo hay en ambas.
Cierta mañana del mes de mayo, domingo para más señas, nuestro héroe, Martín, salió a pasear. Se acercó al paseo marítimo para respirar el aire del mar. A pesar de que hacía buen día, Martín no tenía por costumbre ir a la playa hasta bien entrado el mes de junio, contentándose hasta entonces con esos paseos matutinos.
Andaba sumido en sus pensamientos, calentado por el sol, refrescado por la brisa marina, cuando surgió de las escaleras que daban acceso a la playa, con aire majestuoso, una compañera de trabajo mucho más joven que él, veinticinco años apenas, encargada de cubrir los tiempos de vacaciones en su dependencia. Con un pareo anudado a la cintura, la bolsa al hombro y el pelo mojado. Lo del pareo hacía que recordara a una sirena.
Quizás fuera por la semejanza antes señalada, lo cierto es que Martín tenía cierta tirada a lo marino, más aún si “lo marino” era una sirena de buen ver y mejor catar. Apareció la mirada de rape con problemas de identidad de tan grande como fue la sonrisa que le dedicó a ella.
Miriam, que así se llamaba la sirena, le devolvió la sonrisa y le estampó dos besos (uno en cada mejilla). Le dijo que llevaba desde primeros de mayo acudiendo a la playa cada sábado y cada domingo. Le propuso que le acompañara al siguiente sábado. Martín dijo que si. Le gustó la idea si bien era consciente de que podía ser su hija. De hecho, se sentía halagado de que una chica así, joven y hermosa, le propusiera pasar algo de su tiempo con él. La invitó a hacer el aperitivo. Lo cierto es que, tras el pertinente desfile de anchoas, patatas fritas y vermut con sifón, las sonrisas se habían ampliado. Rape y sirena parecían empeñados en ganar un casting de dentífrico.
¿Dónde acababan sus prevenciones sobre las relaciones y donde empezaban sus calzoncillos? ¿O quizás llevaba demasiado tiempo solo? Cierto que había quedado muy dañado por sus dos últimas relaciones. Había sufrido mucho. Y sabía que no tenía posibilidad alguna de funcionar una relación con una chica tan joven. Pero, al fin y al cabo, solo habían tomado el aperitivo y habían quedado para ir a la playa.
Tan pronto llegó a su casa, Martín, antes incluso de prepararse la comida, buscó en el armario sus bañadores. Todavía conservaban su dignidad.
Fue pasando la semana. Trabajo por las mañanas, algún trabajillo para sus amistades por las tardes. Hasta que llegó el miércoles.
Ese día había jornada de liga y daban el partido por la televisión de pago. Acostumbraba a ir a un bar a verlo. Cenaba y veía el partido. Así no hacía falta contratarlo en casa, salía y se distraía. Miriam le llamó a media tarde y le preguntó si vería el partido. De hecho, en alguna ocasión ella también había acudido a ese bar a ver el fútbol. Quedaron para verse allí media hora antes de que empezara.
Si, si, si…solo el aperitivo e ir a la playa el fin de semana…y ahora el fútbol, pero el se duchó (ya se había duchado ese mañana, como hacía cada día), se afeitó (lo mismo que la ducha) y se puso algo de colonia, antes de vestirse y salir hacia el bar.
Al llegar al bar, la patrona le puso en su mesa habitual. Martín le preguntó a Amparo (que así se llamaba la patrona) si cabría una persona más en la mesa. No había problema. Cabría. Asomó de nuevo su más amplia sonrisa, acompañada esta vez de una elevación del torso producida por el suspiro de alivio que exhaló nuestro héroe.
No habían pasado ni dos minutos desde que se había sentado, que apareció Miriam. Enmarcada en la puerta del bar, con el sol dando en su espalda, asemejaba una aparición.
De repente, Martín rejuveneció veinte años. Pidieron la consumición y se dispusieron a ver el partido. Los otros habituales de su mesa ya habían ocupado sus posiciones. Martín, hombre educado, les presentó a Miriam.
El encuentro avanzó entre emociones. Los consabidos “uuuyyy”, “¡árbitro sinvergüenza!” y “¡goool!” (este, repetido hasta tres veces), con los que se jaleaba el evento, pasaron a un segundo plano para nuestro héroe, que seguía con mayor atención si cabe las evoluciones de Miriam antes que las del delantero centro de su equipo. No en vano, ella recibió cada uno de los tres goles con sendos abrazos, los cuales tuvieron la virtud de darle mayor calidad al partido de la que ya tenía de por si.
Al término del encuentro, Martín pago su cuenta y la de Miriam, cosa que la muchacha le agradeció quedando en que en el partido del próximo sábado pagaría ella. Cosa que gustó a nuestro rape, ya que significaba que ella señalaba otra fecha para verse, además de las citas playeras del fin de semana, para las cuales, antes de despedirse, ya habían fijado hora y lugar. Terminó la jornada con cada oveja en su redil, no en vano al día siguiente había que trabajar.
Al día siguiente Martín emprendió el trabajo con ánimos renovados. Su compañero, sorprendido por el alarde de vitalidad, le preguntó a que se debía. Nuestro héroe, prudente por naturaleza, no le había contado nada sobre Miriam, entre otras cosas porqué no había nada y porqué su compañero también la conocía. De modo que se lo contó a grandes rasgos, omitiendo el nombre de la sirena en cuestión. El consejo de su compañero fue que aprovechara la vida sin pensar en nada más, en si podría funcionar o no, que eso lo iría viendo poco a poco.
Con el consejo de su compañero por bandolera, Martín volvió a su casa el final de su jornada laboral, se hizo la cena y se dispuso a ver una serie en la televisión.
Faltaban solo dos minutos para que empezara la serie.
Martín, armado con el mando a distancia, había tomado posiciones en el sillón de enfrente del televisor.
De pronto, sonó el teléfono.
Era su cuñada Nico. Lo de “Nico” venía de Nicolasa, que era el nombre que, con alevosía y nocturnidad, le había puesto su padre cuando fue al Registro Civil, en un día ciertamente nublado. Cabe aclarar aquí, que el padre no fue detenido por tamaña felonía, ni se le practicó control de alcoholemia alguno ya que no era cosa habitual en esa época.
Martín solo la llamaba por su nombre completo cuando se enfadaba con ella y, ciertamente, el motivo de la llamada no le hizo ninguna gracia. Nico le decía que ella y su marido Pablo habían decidido pintar el garaje de su casa ese fin de semana y que si él, Martín, con lo mañoso que era, les ayudaba el sábado por la mañana, posiblemente a la hora de comer ya habrían acabado y podrían ir tranquilos a pasar el resto del fin de semana a casa de unos amigos. Eso si, mientras Martín y Pablo pintaban, Nico prepararía una paellita para cuando terminaran.
Contrariamente a lo que en él era habitual, Martín le dijo que no podía ir ya que ese fin de semana había quedado. La respuesta no le gustó nada a su ex cuñada, acostumbrada como estaba a que él le dijera que si a todo. Quiso saber cual era el compromiso que impedía a Martín cumplir sus deseos de pintar el garaje en menos tiempo. Por primera vez en su vida, nuestro héroe respondió que “simplemente he quedado, igual que habéis quedado vosotros. Esta vez no puedo, lo siento”. Nico se enfureció y Martín, sin ninguna gana de discutir y con muchas ganas de ver la serie, decidió acabar la conversación con un “tengo que dejarte Nicolasa, buenas noches”, que le llenó de una malsana satisfacción.
El viernes, día en que trabajaba solo por la mañana, dedicó la tarde a ver si le faltaba algo. Tenía bañador, toalla para secarse, esterilla para tumbarse…¡le faltaba la loción solar! Raudo bajó a la farmacia a comprar una con protección 40 ya que tenía la piel muy blanca y se quemaba con facilidad. Cabe señalar que también se compró en la farmacia una crema reductora de abdomen ya que este notaba el descenso de ejercicio. Eso si, la farmacéutica, persona honrada donde las haya, le aseguró que en un día no se moldea el abdomen, y que si tenía querencia a la cuchara y rechazo al ejercicio, poco podía hacer la mejor de las cremas.
Y por fin llegó el gran día. Martín salió de casa con una camiseta y el bañador, llevando la toalla en el hombro y en una bolsa el resto de artilugios: crema protectora, crema protectora para el pelo (efectivamente la farmacéutica le había asegurado que también se daña el pelo y que había que protegerlo), esterilla, la cartera y el tabaco.
Se encontraron en las escaleras de la playa. Ella con el pareo, el bikini y la bolsa. Tendieron las esterillas en un lugar que no estaba mal. De hecho, los mejores lugares de la playa estaban ocupados por gente mayor, ya que tenían costumbre de acudir muy temprano a la playa, casi se diría que cuando acababan de poner el sol en el escaparate.
Tras tomar un baño, se tumbaron en las esterillas. Se rebozaron en crema solar (Martín contempló con satisfacción que Miriam también se ponía crema solar protectora para el pelo. Es decir, que a él no le habían “tomado el pelo”, nunca mejor dicho, en la farmacia).
Miriam se tumbó boca abajo en la esterilla, se desanudó el sujetador y le pidió si le podía poner crema en la espalda. Claro está, ya he señalado más arriba que Martín era un “manitas” y siempre estaba dispuesto a ayudar. Y en este caso más. Se diría que moldeó la espalda de la sirena. ¿Sirena decía? Pues con el ronroneo de satisfacción que emitía más parecía gatita. Sirena o gatita, la cuestión es que alabó la habilidad de Martín diciendo aquello de “que manos tienes, un día de estos me has de hacer un masaje”.
¡Ay, que débil es la carne humana! Y más todavía la masculina en cierto lugar de la geografía corporal. Eso hizo que nuestro héroe tuviera que tumbarse también boca abajo y en una súbita revelación se le ocurrió pedirle a Miriam que le extendiera a su vez crema por la espalda. Ella sonrió, se incorporó y Martín no sabía donde mirar. Para ser claros, sabía “donde quería mirar”, pero no si tenía que girar la cabeza de modo ostensible poniendo en serio riesgo sus cervicales. Es decir, decidió ser discreto.
Miriam se puso a horcajadas sobre su espalda y empezó a extenderle la crema con un suave masaje. Afirmó que no tenía tanta práctica como él, a lo que Martín respondió alabando el masaje.
Se pasaron el resto de la mañana hablando. Ella le contó que además de las suplencias en su trabajo le quedaban pocas asignaturas para terminar la carrera de psicología. Respecto a su vida personal, le explicó que un año atrás había roto la relación que mantenía con su novio desde hacía tres años. “Así pues, tanto tu como yo estamos solteros”. Asomó de nuevo la sonrisa de rape con problemas de identidad.
Después de pasar tres horas en la playa, repasando política, economía, cine, teatro y gustos culinarios, se despidieron con dos besos quedando para ver el fútbol esa noche.
Pasaron las horas y con ellas la comida, la tarde y el fútbol. Al salir del fútbol empezaron a caminar sin rumbo fijo. Al fin y al cabo hacía una noche espléndida.
Al llegar ante un portal Miriam se detuvo y le dijo si quería subir. Martín la tomó de la mano y la besó. Suavemente. Luego se transformó en un beso lleno de pasión. Cerraron los ojos.
Algo perturbó a Martín.
Un ruido ensordecedor.
Totalmente alterado buscó con la mirada de donde procedía.
Al fin lo descubrió.
Sobre la mesilla de noche de su habitación sonaba impertinente el despertador que le despojaba del más bello de sus sueños para arrojarlo en brazos de una nueva jornada de trabajo.























jueves, 1 de noviembre de 2012

Reflexión nº 5



REFLEXION Nº 5


Esta misma semana he leído una noticia que ha acabado por despertarme. Un hombre se ha arrojado por la ventana cuando ha visto que llegaba la delegación judicial para embargarle la vivienda. Ha sido en Granada. Ha muerto. Apenas una hora y media más tarde, un hombre en Burjasot (Valencia), casado y con dos hijos, tras ver llegar desde su balcón a la delegación judicial, con la misma misión (únicamente se ingresaba el sueldo de su esposa, de baja por depresión, y acostada en ese momento), se acercó a su hijo, que estaba viendo la televisión, le besó en la frente y salió al balcón arrojándose al vacío. Su hija no estaba en la vivienda en ese momento. Sobrevivió con graves heridas (según parece cayó de pie, cosa la cual no garantiza la supervivencia del que se arroja al vacío).
Tras el relato de los hechos (de Granada y de Burjasot), cabe analizar las circunstancias que llevaron a tan dramática decisión a ambas personas.
En ambos casos, se había llegado a una situación límite. Sin ingresos (o muy limitados) en la unidad familiar, con una deuda que ahoga la existencia de la familia, cabe preguntarse como se ha llegado a esta situación.
Hablamos de una cultura propia del país, de aquella creencia en que se debe asegurar la vivienda. Más exactamente la vivienda en propiedad, ya que es creencia general que si pagas la cuota de una hipoteca por tu vivienda, es similar a pagar un alquiler con la diferencia de que llegará un momento en que será tuya. En la sociedad prehistórica de cazadores recolectores, se diría que hay que tener una cueva en la que guarecerse de las inclemencias del tiempo. No es vana la comparación con las sociedades prehistóricas por cuanto prestigiosos antropólogos sostienen que, por mucho que haya avanzado, o se haya sofisticado la sociedad, seguimos siendo la misma sociedad de cazadores recolectores que fuimos en la prehistoria.
La cuestión es: ¿cómo hemos asegurado la vivienda, la cueva en la que guarecernos (a nosotros y a nuestra familia) de las inclemencias del tiempo?
Hoy no es tan fácil como en la prehistoria. Menos en Europa, donde por cuestiones de espacio, en las clases trabajadoras (o trabajadoras por cuenta ajena, por mejor expresarse), se desarrolla una sociedad vertical. No hay casas, sino pisos. Vivimos unos encima de otros. No solo físicamente. También en sentido figurado.
Intentaré explicarme.
Aproximadamente desde 1986 (coincidiendo con la proclamación de Barcelona como ciudad olímpica para 1992) se inició el despegue en los precios de las viviendas. Hablamos de que un mes antes un piso en el barrio de l’Eixample (en pleno centro de Barcelona), con cuatro habitaciones, podía costar entre seis y diez millones de pesetas (según acabados), es decir, puesto en precio y divisa actuales, entre treinta y seis mil y sesenta mil euros. Tras la proclamación de Barcelona como sede de los juegos, un piso de similar tamaño en la misma zona, pasó a costar veinte millones de pesetas (aproximadamente, ciento veinte mil euros). Como puede verse, el incremento fue de los que hacen época. Sin embargo, no todo es imputable al evento olímpico por cuanto en el resto del estado se reprodujo la misma situación sin que, por ejemplo, Girona, San Sebastián o Madrid fueran proclamadas sedes olímpicas.
A partir de ahí, se inició una espiral imparable. Espiral que llevó a que quien quería una nueva vivienda, para poder pagar el precio que le solicitaban, tomara dos decisiones: la primera, solicitar una hipoteca para afrontar la adquisición de la nueva vivienda; la segunda, vender su antiguo piso por un precio muy superior al que valía (a partir de ese momento, a ese nuevo precio se le denominaría “precio de mercado”), para así pedir una cantidad menor de hipoteca y afrontar un endeudamiento inferior que le permitiera vivir sin agobios.
Pero, ¿y aquel que adquiría una vivienda sin tener una anterior? Aquel que buscaba su primera vivienda, para entendernos. Bueno, pues ese afrontaba la adquisición sin tener el soporte de un precio (el de la antigua vivienda) que le rebajara la deuda que tenía que afrontar. Claro que, en esos casos, se puede decir que adquirían esa “vivienda antigua” del que pretendía el nuevo piso. Pero es que esa vivienda antigua (recordemos el ejemplo anterior sobre pisos nuevos), pasaba de dos millones de pesetas (doce mil euros) a esos mismos seis o diez millones (treinta y seis o sesenta mil euros) del piso nuevo anterior a septiembre de 1986.
La deuda que se debía afrontar se acababa solventando con un salto hacia delante cuando se decidía adquirir una vivienda nueva, por ejemplo una casa en lugar del piso. En muchos casos, fuera de la capital, con el consiguiente incremento del parque automovilístico de las familias pasando de uno a dos coches para acudir al trabajo (que, generalmente, seguía estando en la capital).
Para que ese estatus, para que esa solución de adquirir un bien a un precio mayor rebajando la nueva inversión con la venta del bien anterior, tenía que seguir creciendo la demanda de viviendas. Eso si, no hablamos solamente de las ventas que hicieran particulares. Tan grande era el movimiento en el sector inmobiliario que florecieron las empresas del ramo, las recalificaciones de terrenos y la siembra de nuevas casas. Y digo así porque se recalificaron terrenos para pasar a crear urbanizaciones en lugares cada vez más inverosímiles. De hecho, ha aparecido de un tiempo a esta parte la figura de las urbanizaciones fantasma, donde se construyeron viviendas hoy abandonadas (más que eso, ni siquiera estrenadas).
Tan gran incremento del parque inmobiliario dio al traste con la política del “salto adelante” que utilizaban las familias al bajar los precios de los inmuebles tanto nuevos como usados. Aquello que se consideraba la panacea para que se pudieran adquirir viviendas por parte de quienes menos podían (que bajaran los precios), paso a ser el hundimiento de muchas familias. Se trataba de que todo el mundo pudiera bailar, pero fue la ruina de los que ya estaban bailando. De pronto se encontraron con una vivienda valorada en el momento de la compra en cuatrocientos mil euros, con una hipoteca de trescientos mil, de los cuales existía un saldo pendiente de doscientos ochenta mil y que, con la bajada de precios, no podían vender ni por el saldo pendiente de la hipoteca. A lo sumo, necesitando doscientos ochenta mil, les ofrecían doscientos cincuenta mil, cantidad con la que no resolvían el problema. Se pensaba que volverían a subir los precios pero, en lugar de eso, siguieron bajando. A ello se unió el estallido de la crisis económica a nivel mundial. La cuestión inmobiliaria arrastró no solo a familias si no también a entidades financieras. Se prestó por encima de la capacidad de endeudamiento de las familias pero también por encima de la capacidad de reacción de muchas entidades financieras. Por encima de aquello que podían afrontar. En el clásico ejemplo de “¿qué sucedería si un día todos los clientes reclamaran su dinero?”.
Hubo entidades que prestaban por debajo del tipo de interés de referencia entre Bancos y retribuían el dinero que ingresaban los clientes a un tipo muy superior. Dicho de otro modo: sembraban patatas a cuatro pesetas y las vendían a tres.
El auge del mercado hipotecario llevó, como consecuencia, al del resto del mercado. El crédito pasó a ser una nueva forma de vida, no en vano las series americanas nos mostraban que todo bicho viviente paga allí hasta los cafés con leche con tarjeta de crédito. Las mismas entidades financieras que se animaron a conceder créditos hipotecarios, se animaron a facilitar el dinero en cualquier ámbito: uno se compraba una vivienda más grande, debía adquirir nuevos muebles (tampoco se trataba de aprovechar los que se tenía, que caray, que hace ilusión estrenar); se cambiaba el coche y, por un poquito más de lo que hubiera pagado por el coche que se ajustaba a sus necesidades, adquiría el que colmaba sus sueños; al fin y al cabo, pagando en cómodos plazos, podías adquirir cosas que ni podías imaginar tener años atrás, electrónica, ropa, cámaras fotográficas o de video, etcétera.
La llegada de la antedicha crisis económica internacional, conllevó a un reajuste económico (macroeconómico diríamos) que, juntamente con la bajada del mercado hipotecario interior, llevó a las familias a la ruina. Sencillamente, con la crisis la gente, que bastante tiene para sacar cabeza, no consume. Por tanto no se vende. Las empresas tienen menos ventas, menos beneficios. Muchas de ellas rebajaron plantillas. Para empezar, porque el siguiente paso fue cerrar.
No afectó solo al sector privado. El sector público reaccionó ante la crisis:
-Incrementando impuestos como el IVA. Notoriamente el más injusto y que más influye en la vida diaria de las personas (físicas y jurídicas). No en vano aumenta los precios en la misma proporción sin tener en cuentas las rentas que perciben aquellos que los pagan. Así, el incremento a la hora de pagar un café o una botella de leche es el mismo para una persona con ingresos limitados que para un millonario. A diferencia del IRPF, en el que cada cual paga en función de los ingresos que percibe, en el IVA la carga es la misma para todos.
-Modificando prestaciones. Hoy en día hay menos medicamentos financiados por la Seguridad Social y además se paga una tasa. Los pensionistas, además, acostumbrados a percibir los medicamentos a coste cero, deben afrontar ahora el pago de la tasa y un porcentaje del precio. Hay que tener en cuenta que se trata, en su mayoría de gente que ha cotizado a lo largo de su vida y que ha llegado a una edad en la que el consumo de medicamentos se incrementa, pasando a ser crónico en lugar de ocasional.
Otra que se modifica es el paro. Aquellos jóvenes que convivan con los padres, pasado un tiempo pasan a dejar de tener derecho a percibir la prestación (“como viven con los padres, pues no tienen gasto”). Claro pero, si viven con los padres posiblemente sea porqué no tienen la capacidad económica suficiente para vivir por su cuenta de alquiler, y ya no digamos de propiedad.
-Recortando servicios. Aquí entra la asistencia sanitaria universal y gratuita, paradigma de la sociedad de bienestar. Se reduce los servicios, las intervenciones e incluso los centros de asistencia. Aumenta el cambio el tiempo de espera para visitas, intervenciones quirúrgicas, etc.
-Rebajando salarios. A los empleados públicos (funcionarios), los cuales han visto congelado su salario, cuando no recortado, siendo la última la no percepción de la paga de navidad.
Eso sí, luego saldrán noticias en las que se instará a la Administración a tomar medidas para incrementar el consumo ante la bajada de ventas. Pero, ¿qué consumo quieren que crezca? O mejor dicho, ¿con que dinero se va a consumir?
Ante todo este panorama las familias han visto disminuir sus ingresos debiendo afrontar los mismos pagos. Llega un momento en que se acumulan las cuotas (lo que se debe) y se ingreso lo mismo. La angustia crece porqué no se ve salida posible.
Ese cúmulo de circunstancias son las que llevan a la desesperación que ha llevado a los hechos de Granada y de Burjassot. Y posiblemente haya más que no conocemos.
La pregunta es: ¿cuánto tiempo aguantará (aguantaremos) la gente esta situación? Quizás llegue un momento en que el Estado mismo, incapaz de ayudar al pueblo a resolver, a salir de este atolladero en que lo han metido (no “se han metido”, “lo han metido”), se verá superado, no se yo si con algo parecido a la desobediencia civil o a una auténtica revolución. De momento las protestas son cada día más numerosas. Antaño lo de manifestarse era cosa de jóvenes, hoy manifestarse no tiene edad. Como en otros tiempos, ha existido represión contra ese movimiento de protesta (en su gran mayoría, pacífico). Pero llegará un momento en el que el mismo policía que empuñe la porra tendrá ante si a su padre, a su esposa o a su hija, manifestándose porqué no tendrán otro remedio. Ante una situación así, ¿ese mismo policía hará lo mismo, o se unirá a los manifestantes?

viernes, 12 de octubre de 2012

PERDER.



PERDER.


Cuando fue su turno, el contribuyente fue a sentarse ante la mesa del inspector de Hacienda.
-Buenos días.
-Buenos días, tome asiento.
-Pues verá, venía porqué voy a suicidarme.
El inspector quedó boquiabierto. Había escuchado muchas cosas en su vida profesional pero esta era novedosa.
-¿Cómo dice?
-Tiene razón, quizás lo mejor sería que me explicara, pero como hay cola me sabe mal por los que esperan y por eso he ido al grano.
-Mire, esto en una delegación de Hacienda. No creo que sea el lugar más oportuno para tratar estos temas ni yo el tipo de profesional que Vd. necesita ahora mismo.
-No estoy loco señor inspector. Simplemente he tomado una decisión y quiero dejar las cosas resueltas antes de llevarla a cabo.
El inspector vio que, efectivamente, el contribuyente hablaba con calma y claridad. Se le veía persona pulcra en el vestir, educado, incluso considerado (¡con lo que le había dicho y le sabía mal por los que esperaban en la cola!). Comprendió que le hablaba desde la determinación de llevar a cabo una decisión irreversible.
-Cuénteme.
-Como ya le he anunciado, voy a suicidarme. Trabajo en un Banco y ahora, con la crisis económica, y tras la absorción por parte de la empresa de otra Entidad más pequeña, pues les sobran trabajadores. Eso hace que para que las cosas sean menos traumáticas, la empresa esté abierta a negociar bajas incentivadas, es decir, pides cuanto te darían si dejas la empresa y te ofrecen una buena cantidad, sobre todo si llevas muchos años trabajando. Hay compañeros que lo han hecho y van a poner un negocio o a trabajar con alguien conocido, de forma más relajada. En mi caso no tengo nada más. Ni voy a poner un negocio. Simplemente tengo deudas y me tienen ahogado. Con la cantidad que me darían (no lo he preguntado, pero a un compañero que llevaba tanto tiempo como yo le han dado una cantidad muy respetable), yo podría eliminar las deudas.
-Pero Vd. las va pagando poco a poco…
-Si, pero si hago esto, si doy este paso, las elimino de golpe. Yo quería saber (dándole yo el ejemplo de la cantidad que creo recibiría), que tanto por ciento de la misma debo pagar a Hacienda. También si hay que esperar al pago de la renta o se puede liquidar antes, ahora en noviembre, por ejemplo.
-Perdone pero no lo entiendo. Quiere Vd. renunciar a la vida, no a tener un coche nuevo o a unas vacaciones en el extranjero. ¿Cómo puede estar tan tranquilo, calcular con esa frialdad?
-Bueno, tampoco se trata de ir haciendo un drama. Si, ya se que renuncio a la vida. Pero es una decisión tomada desde la reflexión. Un día me senté a analizar mi vida. Verá, soy divorciado. Por cuestiones de la vida, al divorciarme fui a vivir con mi anciana madre. La verdad es que no resulta fácil convivir. Uno ya tiene una edad pero para ella (para todas las madres, entiendo yo) todavía soy su hijo pequeño. No me planteo vivir solo porqué no puedo permitírmelo y ahora se acerca el momento en que ella necesitará ayuda…
-Pues piense en eso. Si se suicida la va a dejar sola, no la podrá cuidar. Además ella se va a hundir.
-Precisamente, una de las cosas buenas de mi decisión es que con todo el dinero que me sobrará, ella podrá hacer que la cuiden. No ir a una residencia donde la tengan aparcada en una silla, si no que vaya alguien a cuidarla a su casa. Así ella no tiene que marcharse de casa y estará bien cuidada.
-¿Y Vd. cree de verdad que ella cambiaría unos años de cuidados de un extraño por un minuto de su vida?
-Claro que no. Pero es lo más racional en este momento.
-Y Vd. tendrá pareja…
-Bueno, no exactamente. Hay una mujer si. A la que quiero. Hasta hace poco pensaba que podíamos tener una relación. No es exactamente la relación que tendría una parejita de adolescentes. A nuestra edad todos tenemos problemas que no nos permiten disponer de nuestro tiempo como quisiéramos. Los padres enfermos, una hija adolescente, problemas en el trabajo…Pero siempre, a pesar de los problemas, uno encuentra aquel momento en que hacer una llamada telefónica, enviar un mensaje, quedar media hora para tomar un café o una hora para cenar, si no se puede hacer más. Pero todo eso que existió, de golpe, ha dejado de existir y no se porqué. Quise hablar con ella, saber que sucedía, pero me dio largas. No da la impresión de que quiera saber nada más de mi.
-Hable con ella. Hablando se entiende la gente.
-Ya lo he intentado. Hasta que lo he dejado de intentar. Supongo que he dejado de creer que algún día hablaremos y doy por comprendido que no quiere saber más de mi.
-Está Vd. en una espiral negativa. La deuda la puede pagar poco a poco. Simplemente no haciendo excesos. Tiene un trabajo, una madre anciana que tendría un disgusto enorme si Vd. se suicidara y también hay una mujer a la que quiere. Hable con ella. Mi experiencia personal es que todo esto acaban siendo malentendidos. Uno no llama y la otra tampoco. Y ambos se enrocan, esperando que sea el otro quien llame. “Yo no la llamo, que llame ella”, “yo no lo llamo, que llame él”. Y así van pasando los días, las semanas, los meses. Y esos días, semanas, meses, ya no vuelven. Espera Vd. a ver que pasa, y lo que pasa es la vida. ¿No tiene Vd. aficiones, ilusiones?
-Las normales, como todo el mundo: el cine, el fútbol, la literatura, viajar, la informática…
-Pues aférrese a ellas.
-Cuestan dinero.
-Algunas, no todas. Y si le pone imaginación puede disfrutar de ellas a un coste muy bajo. Pongamos el ejemplo más caro, viajar. No hace falta que haga Vd. un viaje muy costoso. Puede ir un fin de semana: a un sitio cercano donde pueda ir en coche, a una oferta de las que tanto proliferan ahora…Si no hay dinero para hacer grandes cosas, debe haber imaginación para hacer cosas pequeñas.
-Ya, pero…el tema de la tributación…
-Deje estar eso ahora. Morales –girándose al compañero de la mesa de al lado-. Aprovecho para salir a desayunar ahora con este señor.
Sin esperar respuesta de Morales ni del contribuyente, el inspector se levantó de su silla.
-Vamos, acompáñeme a desayunar.
El contribuyente se levantó y fue tras él.
Entraron en el bar que había al lado de la delegación. Con un sentido del humor muy fino, el propietario había puesto a su establecimiento el nombre de “La Renta”.
-Buenos días Paco –le saludó el inspector-.
-Buenos días inspector. ¿Qué va a ser hoy?
-Yo un mini de tortilla y una caña. Invito yo –le dijo al contribuyente-. ¿Qué le apetece? Le advierto que la tortilla aquí la hacen como si fuera en casa…
-Pues lo mismo que Vd., gracias.
Tomaron asiento en una mesa. Cuando Paco, el propietario, les hubo servido, el inspector tomó la palabra mientras el contribuyente hacía los honores al mini de tortilla.
-Vamos a ver. Me habla Vd. de que le haga un cálculo sobe la cantidad que deberá abonar a Hacienda. Y lo hace habiéndome explicado cuales son sus intenciones. ¿Cree de verdad que puedo hacer ese cálculo y quedarme tan tranquilo sabiendo la decisión que ha tomado? ¿Sabiendo que cuando salga por la puerta de la delegación empezará a hacer las gestiones que van a acabar no solo con su deuda, ni dándole un dinero a su madre para que alguien la cuide en su propia casa, ni esperando esa llamada o haciéndola de una vez por todas? No. Va a acabar con su vida. ¿Tan mal concepto tiene Vd. de los inspectores de Hacienda que cree que podría llevar esa carga?
-No tengo nada contra Vd. Hace su trabajo. Se que es duro lo que le he dicho pero me mueve la intención de dejar las cosas resueltas para que luego mi madre no tenga ningún problema. Me habían dicho que con una cantidad así, posiblemente haya que tributar el 51% y quería estar seguro.
-¿Cómo podría convencerle? Todo eso carece de importancia. No quiere Vd. gastar, solo pagar la deuda que debe ser muy inferior.
-Lo es. Quizás una cuarta parte si no me equivoco en la cantidad que pueden darme.
-Lo importante es la vida. Las personas tomamos decisiones. Algunas de ellas son erróneas. No temo equivocarme si creo que Vd. está arrepentido de algunos de los gastos que ha hecho. No me importa cuales hayan sido. Quizás inversiones equivocadas, por ejemplo. Pero la decisión más errónea de todas es la de rendirse. Dejar de luchar. ¿Quiere pedir la baja incentivada? Hágalo. Pero con algo a lo que aferrarse. Conoce gente y seguro que la gente que le conoce podría darle un trabajo con un sueldo digno. Luego Vd. habla con el Banco, resuelve sus deudas y tiene una buena cantidad en el Banco para respaldarle (y liquida a Hacienda, claro). Ah, y deja de hacer gastos que le vuelvan a poner en una situación así. Y llama a la mujer que quiere y habla con ella. Y quizás se va a vivir de alquiler pero cerca de su madre para poder cuidarla y contribuir a que alguien lo haga cuando Vd. no pueda. Que si son menos horas es menos dinero el que tiene que pagar. Pero viva, hombre de Dios, ¡viva!
-Gracias inspector.
-Yo acostumbro a terminar el desayuno con un café. ¿Quiere Vd. uno?
-Si, gracias. Pero pago yo os cafés, por favor.
-Nada, nada, hoy es Vd. mi invitado. Así acabará con la leyenda urbana que hay contra los inspectores de Hacienda. Que no nos comemos a nadie.
Tras tomar ambos el café y haber abonado la nota el inspector, se dirigieron hacia la puerta de “La Renta”.
-Bueno yo vuelvo a la delegación. Aquí tiene una tarjeta mía. Piense en lo que le he dicho y llámeme.
-Ah, pues aquí tiene Vd. una tarjeta mía. Y gracias por todo señor inspector.
Ya que había pedido ese día de fiesta en el Banco por asuntos propios, el contribuyente llevó el coche a lavar. Posteriormente fue a comprar algunas cosas al súper. Esa tarde se dedicó a pensar. Pero su cerebro no dio la orden a su mano de que hiciera la llamada que le había sugerido el inspector.
De todos modos, no iba a poner un negocio.
De todos modos, no iba buscar otro trabajo.
De todos modos, mañana por la mañana iba a hacer la llamada al departamento de personal.



domingo, 2 de septiembre de 2012

TRES HERMANOS



TRES HERMANOS.


Erase una vez una familia compuesta por tres hermanos, huérfanos de madre a la tierna edad de un año, a consecuencia de una neumonía, y de padre, obrero de la construcción, a los quince, cuando, habiendo terminado su turno de trabajo y al pasar por debajo de otra obra, le cayó un ladrillo en la cabeza y lo mató.
Pasó a cuidarlos su tía Amparo, soltera ella, mujer de gran corazón y hermana de su difunta madre. Los gemelos Jorge, José y Juan, pronto se acostumbraron a la tía Amparo, no en vano esta no era persona tan severa como su padre y les consentía buena parte de las travesuras inherentes a la adolescencia.
Gozaba la tía de buena posición, cosa la cual llevó a que cuando sus sobrinos cumplieron dieciocho años, se pudieran sacar el carnet de conducir. Los tres a la vez.
Era pretensión vana comprarles tres coches (uno para cada uno), por cuanto los hermanos lo hacían todo juntos. Sin embargo, la buena mujer les proveyó de tres automóviles de segunda mano debidamente revisados por el mecánico de toda la vida, vecino del mismo barrio donde vivían y amor secreto de la tía Amparo. Soltero como ella, Higinio (que así se llamaba el pretendiente), solo tenía ojos para Amparo, al punto de que, en más de una ocasión hubiera estado a punto de poner un collar de perlas (de imitación, claro) a la transmisión de un coche y regalarle una correa de transmisión a su amada. Pero a pesar de estos lapsus momentáneos (y románticos, que caray), era un buen mecánico.
Una tarde del mes de mayo Higinio acompañó a Amparo a unos grandes almacenes del centro de la ciudad ya que ella tenía que comprarse un par de bañadores por cuanto los que tenía habían cumplido su función con creces durante varios veranos y reclamaban la jubilación a gritos. Pudiera parecer que la tía Amparo no era tan desprendida como se ha señalado más arriba pero la cuestión no era esa. De hecho Amparo era más desprendida con los demás que con ella misma.
Higinio la acompañó en su coche. Era un clásico que él (en tanto que su profesión era también su afición) cuidaba con esmero, teniéndolo siempre en perfecto estado de funcionamiento.
Dejaron el coche en un aparcamiento subterráneo del centro y se dirigieron a la tienda. Amparo se compró dos bañadores que, previo a su compra, se cuidó de mostrárselos puestos a Higinio por si le gustaba como quedaban. La verdad es que a nuestro mecánico le gustaba más la modelo que los modelitos, razón por la cual no era un ejemplo de objetividad pero, viendo Amparo la cara que ponía su amado, ya se dio por satisfecha. Además, hay que tener en cuenta que eran los modelos que a ella le gustaban, independientemente de la opinión de él. Por tanto se los hubiera quedado igual y se los mostró solo por ver la carilla que ponía el pobre.
Amparo insistió en que él renovara su parque de bañadores ya que los que poseía habían hecho furor en tiempos de Ramsés II, pero ahora quedaban algo desfasados.
Debidamente cargados con las bolsas (el remate fueron los dos frascos de protección solar), Amparo e Higinio salieron a la calle y se fueron a merendar a un café cercano. Bueno…merienda, merienda…hay que tener en cuenta que se acercaba la playa y se trataba de no tener quilos sobrantes (ella, porqué a él eso le traía sin cuidado). Así que ella se tomó un café con leche y él sus buenos churros con chocolate.
Salieron del café y decidieron pasear un rato antes de volver al coche (“para que bajen los churros con chocolate”, le dijo Higinio a Amparo). Paseando, paseando, pasaron por delante de un cine donde proyectaban la última película de un afamado director que les gustaba mucho a ambos. Higinio le propuso que entraran.
-Vamos mujer, que no hay mucha cola.
-Pero Higinio, que tengo que hacer la cena a los niños y además el parking costará un dineral…
-Por el parking no te preocupes que es de mi amigo Luis y me hace un precio especial; en cuanto a los niños…mujer, ya no son tan niños…
No tuvo tiempo de acabar la frase ya que vieron a los tres hermanos acompañados de tres muchachas que pasaban por su lado.
-Hombre “parejita” –dijo Jorge, con algo de retintín.
A Amparo se le enrojeció hasta el carnet de identidad.
-Hola chicos, ¿vais al cine? –quiso saber Higinio.
-No -contestó Juan-. Vamos a un bar musical que está por aquí.
-Ah, muy bien. Pasadlo bien -dijo su tía.
-Ah, tía –dijo José-. No vendremos a cenar, no te preocupes –y sonriendo a Higinio-, y tu tampoco Tenorio. Y cuidado con la oscuridad del cine, eh.
Ahora al que se le enrojecieron las ideas fue a Higinio.
Los tres hermanos y las chicas se fueron riendo.
-Bueno pues ya está.
-Si.
-Parece que tus sobrinos no van a cenar esta noche en casa.
-Eso parece.
-Y que no tendrás que hacerles la cena.
-Pues no.
-Que, en fin, tienes la noche libre…
Amparo pasó a dominar 2-1 a Higinio en el tema del enrojecimiento facial.
-Un poco sinvergüenza me has salido tu, eh.
-Bueno, pero solo un poco.
La besó y se pusieron en la cola.
La película les gustó y como era de terror, Amparo se refugió en su mecánico preferido unas cuantas veces, para satisfacción de él.
Saliendo del cine, fueron a cenar a un restaurante coquetón. Tenía mesas con lámparas individuales que alumbraban solo el espacio de cada mesa. Además iba pasando un violinista por las mesas. Más romántico no podía ser.
Fueron paseando hasta el coche cogidos de la mano. De camino, Higinio le regaló una rosa que compró a una florista ambulante. Amparo le besó. Ya no fue el beso del cine. Se diría que pertenecía a una categoría superior.
Sin que mediara palabra (tampoco lo necesitaban ninguno de los dos), Higinio detuvo el coche en su casa. Su piso no estaba tan desordenado como dice la voz popular respecto a los pisos de los solteros. Hasta era coquetón. De hecho, ni tan siquiera había calzoncillos sobre el televisor.
La tomó de la mano, se miraron a los ojos, se besaron y…
SIENTO LA INTERRUPCION, PERO NO FUERA EL CASO DE QUE ESTO LO LEYERAN MENORES DE EDAD Y YA LA TENDRÍAMOS LIADA.
Una hora más tarde, con la sonrisa asomando a sus rostros como si de dos adolescentes se tratara, abrazados como si no pasara el tiempo para ellos, Higinio vio que ya era la una de la madrugada.
-Cariño, te llevo a casa…
-¡La una de la madrugada! –se sobresaltó Amparo- Que dirán los niños.
-No te preocupes, yo ahora te llevo. Además, ellos no te cuentan nada, ¿verdad? ¿o acaso conocías a esas chicas?
-Pero yo estás cosas no las hago…
-Pues ya nos convenía a los dos, ya…
-Hmm, sinvergonzón.
Llegaron a casa de Amparo. Higinio la acompañó hasta la puerta.
No había luz en el portal. Ella abrió la puerta e Higinio decidió acompañarla hasta el ascensor.
Se besaron.
-Esto habrá que repetirlo, eh –la miró con la sonrisa asomando a sus ojos.
-Y mejor ayer que mañana –respondió ella.
Pasaron los días y el martes, a la hora de la cena, los tres hermanos estaban más callados que de costumbre.
-¿Qué os pasa chicos? -preguntó Amparo.
-Nada tía –respondió Juan, el más reservado de los tres.
-Pues estáis muy serios.
-Verás tía –intervino Jorge-, esta tarde hemos hablado con un abogado, representante de una firma americana…
-Una firma de ropa cuyo presidente es el hijo del director general de General Motors –terció José.
-Se ha dirigido él a nosotros, eh –puntualizó Juan, con cara de no haber roto un plato.
-…si, efectivamente –siguió José-. La cuestión es que dicha firma quiere aterrizar en el mercado de nuestro país con mucha fuerza. Más que entrar en grandes almacenes quiere expandirse a través de cadenas de tiendas, basándose en negocios que ya funcionen…
-Es por eso –terció Jorge, la auténtica voz dominante de los tres hermanos- que ofrecen una suma muy importante por tus tres tiendas.
-Pero mis tiendas no están en venta –respondió Amparo con energía-. Además, a santo de que no se han dirigido a mi, que soy la propietaria.
-Tía –siguió Jorge, juntando las yemas de sus dedos en actitud doctoral- en los negocios hay que tener la mente abierta. Un catedrático nos sugirió acudir a una conferencia que daba el director general de esta empresa en la facultad. Al acabar la conferencia nos lo presentó. Tía, nos presentó como “los mejores alumnos que licenciaría en muchos años la Facultad de Económicas”. Tenemos muchas ideas, estamos abiertos a evolucionar en el mercado y ellos lo saben; saben que a través nuestro puedes aceptarlo mejor. Simplemente piensan que te podemos mostrar las ventajas de este trato.
-Sigo siendo joven para retirarme –insistió Amparo-. Además, las tiendas no tienen ningún problema y hay personas que trabajan, que dependen del sueldo que les pago.
-Pero tía … –intervino Juan.
-¡Ni tía, ni narices! Fin de la discusión –y Amparo, furiosa, se levantó de la silla y se dirigió a su cuarto.
A la mañana siguiente, Higinio la llamó a la tienda y ella le respondió adusta. Todavía le daba vueltas a la discusión que había tenido la noche anterior con sus sobrinos. Él, con calma, recondujo la situación y quedó en recogerla para ir a comer. Tenía que entregar un coche a la una, pero después tendría tiempo de ducharse y pasarla a recoger.
En el transcurso de la comida Amparo le confesó a Higinio el motivo de su malestar.
 -No entiendo como han podido pensar siquiera por un momento en que yo aceptaría –dijo ella, dolida-, ni como han hablado con esa empresa como si fueran los dueños, como si yo no existiera.
-Bueno, ellos son aprendices de teoría, tu maestra de práctica. Házselo ver así.
-Higinio, si ellos quieren el negocio será suyo el día de mañana.
-Por eso. Ve enseñándoles cosas del negocio. Así podrán conocer el mundo real.
Al salir del restaurante, Amparo se dirigió hacía su tienda principal. A media tarde, decidió salir a tomar un café.
-¡Señorita Amparo!
Ella dio media vuelta y vio a Baltasar Irusquieta, su contable.
-Buenas tardes Baltasar ¿qué hace Vd. por aquí?
-Perdone que la moleste…pero quería hablar con Vd. en un sitio tranquilo, fuera de ojos y oídos.
-Pues precisamente ahora iba a tomar un café. ¿Me acompaña Baltasar?
-Con mucho gusto.
Entraron en un café cercano.
Una vez en la mesa, con un café con leche para Amparo y un café para Baltasar, este inició la conversación.
-Verá, señorita Amparo, no se como empezar…es un tema un poco delicado.
-Hable con claridad, es la mejor manera de afrontar estos temas.
-Sus sobrinos han venido esta mañana para estudiar los libros y las escrituras de la sociedad. Ya lo he dicho –exhaló un profundo suspiro el contable-.
-¿Cómo dice?
-Me han dicho que Vd. no tenía que enterarse, que si ese era el caso yo podría perder mi trabajo…y más cosas, han añadido. Aunque ha sido muy desagradable y yo no soy un hombre joven, he pensado en advertirla –el contable estaba muy alterado-.
-No tema Baltasar –lo tranquilizó Amparo-. Haremos lo siguiente: mañana a primera hora, vaya Vd. al Banco y contrate una caja de seguridad. Guarde allí los libros y las escrituras. Más tarde pasaré por el Banco para recoger la llave de la caja. Ya decidiremos más adelante como ir trasladando los datos a los libros. Después se va Vd. de vacaciones una semana. Cuando vuelva tendré resuelto el tema.
A la hora de cierre del taller, Amparo estaba en la puerta esperando a Higinio.
Le contó lo que le había explicado Baltasar.
-Parece que tus sobrinos han decidido tomar la iniciativa.
-¿Qué voy a hacer? Son sangre de mi sangre.
-Hablar con ellos seriamente. Si quieres yo estaré a tu lado, pero lo que no puede ser es no hagan caso de tu decisión y encima asusten a un hombre a punto de la jubilación, que ha dedicado toda su vida al negocio, primero con tu padre y ahora contigo.
-Eso está claro –dijo ella con convicción-. Hablaré con ellos mañana por la noche. Sin falta. Y si quieres, pues ya te quedas a cenar en casa, ¿no?
-Vale –sonrió Higinio-. No te preocupes que ya verás como se resuelve todo.
Al día siguiente, al atardecer, Higinio fue a buscar a Amparo a la tienda para ir juntos a su casa. Pasaron por la bodega que había cercana al taller, ya que Higinio insistió en llevar una botella de vino (no era persona de ir con las manos vacías a cenar a casa de otra persona).
Llegaron a casa de Amparo ella, Higinio y el vino.
-Dame la chaqueta Higinio que la cuelgo y así estarás más cómodo.
-Gracias cariño –y la besó-.
-Higinio estoy nerviosa. Espero que se arregle todo esta noche.
-Tranquila, ya verás como si.
 Higinio la ayudó a preparar la cena. Cuando ya la tenían casi a punto, escucharon la puerta de entrada al cerrarse. Habían llegado los sobrinos.
-Sentaos –les conminó Amparo-, que vamos a tener una pequeña conversación.
Los tres hermanos hicieron caso a su tía: Jorge con mirada fría, José desafiante y Juan alicaído.
-Parece que no entendisteis lo que os dije sobre las tiendas.
Los sobrinos no dijeron nada.
-¿A santo de que vais a curiosear los libros y asustáis a una persona mayor? Un hombre que ha dedicado toda su vida a la empresa, fiel y eficiente…
-Tía –intervino José con voz pausada-, el señor Baltasar nos entendió mal. Pero no es extraño dado que se trata de un hombre mayor, chapado a la antigua.
-De hecho –intervino Jorge poniendo una mano sobre el antebrazo de José-, nuestra intención era darte una sorpresa agradable. Nos sentimos mal por lo de la empresa americana. Aprendimos la lección y quisiéramos implicarnos más en la empresa. Pasar de la teoría que aprendemos en la Facultad a la práctica que conocer como se lleva el negocio y ayudarte.
-¿Y por qué no me lo dijisteis a mi, en lugar de asustar al pobre hombre?
-Tía –intervino Juan con prudencia- estabas tan enfadada, que quisimos darte la sorpresa y claro, nos equivocamos al venderle el producto al pobre Sr. Irusquieta…
-¿Venderle el producto? –preguntó Amparo-
José le dio una colleja a su hermano Juan y Jorge dijo:
-Lo que quiere decir Juan es que no supimos transmitirle correctamente la pobre hombre cuales eran nuestras intenciones…
-No volverá a pasar tía –apuntó Juan.
-Bien –replicó Amparo-, entonces lo que haremos será lo siguiente: por la tarde, de lunes a viernes, estaréis conmigo y con Baltasar para ir aprendiendo los entresijos del negocio.
-Muy bien, tía –respondió Jorge.
Amparo miró a José.
-Claro, tía –respondió.
Amparo giró su rostro hacia Juan.
-Por supuesto, tía –se apresuró este.
-De acuerdo pues. A partir del lunes empezamos –sentenció Amparo.
-Bueno pues asunto solucionado, ¿no? –terció Higinio-.Todos a la mesa, que no hay mejor manera de cerrar un acuerdo que un buen ágape.
-Pues esto tiene un aspecto fantástico –intervino Juan mirando lo que había sobre la mesa con ojos golosos-.
Al día siguiente, sábado, después de comer y dejando las tiendas al cuidado de sus encargadas y el taller cerrado, Amparo e Higinio se fueron de fin de semana a un hotel coquetón de una población costera.
Todo se había aclarado con sus sobrinos (que a su vez, iban a pasar el fin de semana en casa de unos amigos) y ellos disfrutaban mutuamente de su compañía. Hacía mucho tiempo que no se encontraban tan a gusto, tan relajados. El domingo por la noche volvieron a casa prometiéndose repetirlo.
A la mañana siguiente Amparo fue a su tienda principal. Se extrañó al ver que Baltasar Irusquieta no estaba allí.
-Elena –preguntó Amparo a la encargada- ¿Baltasar ha salido a tomarse el cortadito?
-No Amparo, no ha llegado todavía –respondió la aludida.
-Que raro. Lo llamo –dijo Amparo.
Tenía una sensación extraña, un oscuro presentimiento. No en vano, Baltasar Irusquieta era persona puntual. A lo largo de los años, podía haber enfermado pero su esposa Inés llamaba puntualmente a las nueve para informarla y en la misma mañana le llevaba el parte de baja.
El teléfono sonaba y sonaba. No había respuesta.
-Elena, mira a ver no sea que me equivoque con algún número.
-No Amparo, no te equivocas. Es correcto.
-Bueno, le seguiremos llamando –decidió Amparo-. Son mayores los dos y quien sabe, quizás se les ha estropeado el despertador.
Al cabo de una hora, al no haber conseguido contactar con ellos, Amparo decidió ir a casa del contable.
Al llegar, vio detenidas ante el portal una ambulancia y una patrulla de policía. Entró en el inmueble y subió hasta el segundo piso. A través de la puerta abierta encontró la mirada llorosa de Inés, la esposa de Baltasar Irusquieta.
-¡Señorita Amparo! –sollozó la mujer abriendo sus brazos.
-Pero, ¿qué ha pasado Inés?
Por toda respuesta, los sollozos de la mujer y dos sanitarios llevando una camilla con un cuerpo tapado hasta la cabeza.
Un agente de policía le preguntó, mientras el doctor Puig, el médico al que conocía desde hacía años, atendía a Inés llevándola con suavidad hasta el sofá.
-Mi nombre es Amparo Ramírez y el señor Irusquieta trabaja en mi empresa como contable.
-Bien señorita Ramírez –informó el policía-, el señor Irusquieta ha sido hallado muerto esta mañana por su señora.
-Pero, ¿como?
-Al parecer ha muerto por causas naturales –relató el policía-, pero es obvio que hasta que tengamos los resultados de la autopsia no podemos poner la mano en el fuego, por así decirlo. De hecho estamos aquí porqué los vecinos han oído los gritos de la señora y han decidido llamarnos.
-¡Mi marido estaba bien de salud! –gritó Inés desde el salón.
-Tranquilícese Inés –oyeron decir al médico, con suavidad.
En ese momento, entró en el piso uno de los sanitarios que dijo algo al oído del médico. Este se acercó al policía y repitió la operación.
-Srta. Ramírez –inquirió el policía- ¿conocía Vd. bien al Sr. Irusquieta?
-Pues si…de hecho ya trabajaba en la empresa cuando la llevaba mi padre, hace unos treinta y cinco años.
-¿Sabe de alguien que le quisiera mal?
-A Baltasar? No, que va, si era una bellísima persona.
-Verá –explicó el policía-, con tantas novelas, películas y series de televisión policíacas, quien más quien menos va cogiendo afición a investigar. Uno de los paramédicos, al fijar la camilla en el interior de la ambulancia, ha decidido descubrir el cuerpo y ha notado en el cuello, a la altura de la carótida, unas marcas. Mirando con una lámpara, ha descubierto que son las huellas de dos dedos. Es decir, que la muerte de este señor no es tan natural como parecía. ¿Sabe si tuvo algún problema, algún altercado con alguien en los últimos días? Alguna diferencia, por banal que parezca…
-Pues…no –por la mente de Amparo pasaron sus tres sobrinos.
De repente se puso blanca. El sanitario la sostuvo.
-Señorita…
-Perdonen, es la impresión. Nunca habían asesinado a nadie que yo conociera –se justificó Amparo.
Le dieron un vaso de agua.
-Gracias. ¿Necesitan algo más de mi?
-No señorita, ahora mismo no –respondió el policía-, pero si me puede dar sus datos nos pondríamos en contacto con Vd. en caso de necesidad.
Ella se acercó a Inés, la abrazó y le dijo
-Inés lo que necesite, sabe que se lo digo de corazón. ¿Quiere que avise yo a sus hijas?
-Gracias señorita, mi vecina ya las ha avisado. Ya la llamarán ellas para lo del entierro y…-Inés no pudo controlarse y estalló en llanto.
-¿Dónde se lo llevan? –preguntó Inés al doctor Puig.
-Al Clínico, Amparo.
Amparo salió al rellano. Llegó hasta su tienda y, desde allí, llamó a Higinio para contarle lo que había sucedido. El mecánico dejó el taller en manos de sus empleados y se dirigió a la tienda de ella. Al llegar, la vio blanca como el papel.
-Higinio, no puedo creer que mis sobrinos hayan hecho una salvajada así. Pueden tener sus cosas pero no son capaces de matar una mosca.
-Por supuesto que no, cariño –respondió él, solícito-. Tiene que haber otra explicación. Quiero decir, que debe ser otro el culpable. ¡Elena!, por favor que alguien vaya al bar de enfrente y le traiga una tía a Amparo.
-Ahora mismo –respondió la encargada.
-Además, Higinio –razonó Amparo-, para matar a alguien así hay que tener conocimientos médicos, o de artes marciales, y lo más cercano a estos campos de mis sobrinos es abrir una caja de aspirinas y ver una película de tortazos.
-Si, claro.
-No se que hacer Higinio, no se que hacer –sollozó Amparo-. Lo primero sería hablar con ellos. No puedo ir a la policía con simples sospechas para que luego se envenene mi relación con mis sobrinos.
-Mira cariño –respondió Higinio cogiéndola de las manos-, vamos al taller, recojo mi coche y nos vamos a la facultad. Comemos allí con ellos, lo aclaramos todo y así te quedarás más tranquila.
Llegaron al taller. El coche de Higinio, un Chevrolet Corvette de 1967, estaba en la puerta ya que el había llamado a sus empleados desde la tienda para avisarles de que lo sacaran ya que había cuatro coches para reparar aquel día y su coche estaba al fondo.
Mientras Higinio acababa de tratar algunos temas con sus empleados, ella entró en el despacho y paseó su mirada por la estancia. En la pared, además del consabido calendario (el lo tenía de setas, tras asegurarle que jamás en la vida había colgado de la pared señorita alguna en paños menores), estaban los diplomas de los cursos que había superado: el de formación profesional en mecánica, uno en alemán con la estrella de Mercedes y fechado en Stuttgart, otro en español con el emblema de General Motors y fechado en Barcelona y el último, bajo una foto de él, en quimono, como cinturón negro de judo. Se quedo blanca. Había estado en aquel despacho otras veces pero nunca se había fijado. Escuchó un ruido a su espalda y se cerró la puerta del despacho.
Amparo empezaba a atar cabos.
-Tienes un diploma de la General Motors…
-Si, y un Corvette que lo fabrican ellos.
-…y otro de judo.
-Cariño…
-Me has engañado.
-Bueno…yo no diría tanto.
-¡Déjame!
Amparo salió corriendo del taller. Detuvo un taxi y le dio la dirección de la Facultad. Cuando había recorrido tres calles, cambió de opinión, le dio orden de ir hacia su casa.
Llegó, se quitó los zapatos y se desplomó sobre el sofá sollozando. Sonó el teléfono. En la pantalla aparecía el número de Higinio. No contestó.
Al minuto de parar de sonar, el teléfono volvió a reclamar su atención. De nuevo aparecía el número de Higinio. Descolgó el aparato, cortó la comunicación y lo dejó descolgado. Fue a la cocina y puso agua a calentar para hacerse una tila.
Al poco rato entró en casa Jorge, acompañado del doctor Puig.
-Tía…el doctor me ha llamado para avisarme de lo que había pasado. Lo siento en el alma.
-Jorge, que contenta estoy de que estés aquí –Amparo se levantó del sofá-, perdona por haber dudado de vosotros. En realidad, a quien debo temer es a…
Entonces vio al doctor y se recordó a ella misma diciendo que para matar a una persona de ese modo había que tener “conocimientos médicos”…
Recordó que el doctor tenía una hija casada con un joven americano cuyo padre era propietario de una empresa de ropa…
Que lucía de parentesco político con la General Motors…
Que conocía sus sobrinos y con el que se llevaba mejor era con Jorge…
Su cara reflejaba el miedo en estado puro y vio una sonrisa en el rostro del médico al comprender que ella había atado cabos.
-Jorge, me parece que tu tía ya lo ha comprendido todo –comentó el doctor Puig a Jorge-. Me parece que heredareis antes de lo previsto.
Los ojos de Jorge reflejaban el vacío absoluto. Un frío glacial.
-Como usted vea doctor.
-Eso si, esta vez habrá que preocuparse de borrar las huellas…
Amparo miraba de uno al otro sin ver salida. Era como un animal acorralado.
El doctor se acercó.
-Sujétala Jorge.
En ese momento se oyó el silbido del calentador de agua. Amparo sacó la tapa y soltó el agua hirviendo en la cara de su sobrino. Un alarido animal salió del fondo de la garganta de Jorge.
-¡Doctor! Por Dios, ayúdeme…
El doctor Puig vaciló un momento. Entró en tromba Higinio que le dio un empujón al doctor que le estrelló la cabeza en la pared dejándolo inconsciente. Tras él entró Juan. En la salita se escuchaba a José llamando a la policía.
Amparo con lágrimas asomando por sus mejillas, miró a Higinio. Iba a decir algo cuando él puso un dedo en sus labios.
-No es necesario cariño.
Amparo abrazó a Higinio y este la besó.







martes, 7 de agosto de 2012

Discusiones en la parroquia.


DISCUSIONES EN LA PARROQUIA.

Cuando el Padre Antonio llegó a la parroquia, Dani Megías le estaba esperando.
-Padre...me ha sucedido algo...algo...me he peleado con Aníbal, ya sabe...el pavo aquel que me buscaba el otro día...
-¡Al grano!
-...bueno pues...le he metido el pincho en la barriga y ha palmado...
-¡¡¡Qué!!! ¿Como has podido? ¿Crees que puedes disponer de la vida de otro ser humano? La vida la da Diós y la quita Diós, no los hombres...
-¡El pavo me buscaba...!
-¿Qué coño quiere decir eso?
-¡¡¡Padre!!!
-¡¡¡Ni Padre, ni ostias!!! Has matado a un semejante, a alguien que tenía tanto derecho a vivir como tú ¿Qué te has creido? ¿Para que sirve lo que yo te he enseñado? Para que mis sacrificios para daros todo lo que os pueda faltar...
-...buscaba a mi piba...
-¡Pues antes de matarlo, me lo cuentas!
-¡Ya vale Padre! ¡No me coma el tarro que...!
-¿Qué? ¿Que me vas a hacer, media mierda?
¡¡¡Padre, no me caliente...!!!
-Y si te caliento ¿qué? ¿me vas a pegar? ¿me vas a “pinchar la barriga” como a ese chaval?
-¿Quiere verlo...?-poniendo la mano en el bolsillo para sacar la navaja-
-A ver valiente –cogiéndolo del cuello y apretando-
Dani no podía respirar
-¡Padre!
Sus fuertes dedos apretaron hasta que Dani perdió el conocimiento, sus músculos se relajaron, se liberó su esfínter vaciando el orín y murió entre sus manos
-¡Hijo! Ego te absolvo pecatis tuis. Amen.
-Padre Antonio, ¿puedo pasar? –la llamada de Josefa, la señora que le hacía las tareas domésticas, le devolvió a la realidad-
-Espere Josefa, me estoy cambiando.
¡Ay este hombre! Es usted tan presumido que más parece un modelo de esos que un cura...
-Josefa, que irá usted al infierno –escondiendo el cuerpo de Dani debajo de la cama. Al anochecer ya pensaría como deshacerse del cuerpo- Ya puede entrar.
-Al infierno no se va por decir las verdades Padre. Y no es mala cosa que sea usted presumido.
-Bueno, bueno, ya está bien Josefa.
-En fin, Padre ¿recuerda usted que es martes? Toca cambiar las sábanas.
-Las cambié ayer, Josefa.
-Se equivoca Padre, son las de rayas que le puse la semana pasada...además...si siempre se las cambio yo...
-¡Las cambié ayer le digo!  -perdiendo la paciencia-
-...bueno, bueno...no las cambio si no quiere..Pero no creo que tenga que hablarme así...
-Disculpe Josefa, pero es que un feligrés me acaba de contar algo terrible y...
-Nada, nada...¡Pero si una le hiciera pagar las discusiones con mi marido y mis hijos –haciendo pucheros-
-Josefa, va... –abrazándola- no quería molestarla, ya sabe cuanto la aprecio.
-Bueno, asi pues Padre...¿se las cambio?
-No.
-Usted perdone –saliendo de la habitación del padre Antonio-
El salió tras ella y estando ante el altar el Padre Antonio le dijo:
-Josefa, tengo que ir al colegio, la dejo que trabaje en paz.
-Hasta luego Padre.
El Padre Antonio salió de la parroquia y, seguidamente, Josefa volvió a su habitación. Algo la intrigaba. El Padre Antonio nunca le había hablado así. Algo más que la confesión de un feligrés le debía preocupar. Pues no había oido confesiones él, y en un barrio como ese.
Que caray, le iba a cambiar las sábanas porqué ella sabía mejor que él cuanto tiempo llevaban puestas.
Se acercó a la cama, sacó las sábanas usadas, y cuando se acercó para poner las nuevas su pié notó algo bajo la cama.Miró hacia abajo y vió que era una mano.
Gritó con todas sus fuerzas presa del terror más absoluto, se dió la vuelta para salir corriendo y vió enmarcado en la puerta al Padre Antonio.
-¿NO LE HABIA DICHO, MI BUENA JOSEFA, QUE NO ME CAMBIARA LAS SABANAS?


Al despertar él se levantó con un nudo en la garganta.

AL DESPERTAR ÉL SE LEVANTÓ CON UN NUDO EN LA GARGANTA. 


Al despertar él se levantó con un nudo en la garganta, con un gusto amargo en la boca.
La ducha no fué lo revitalizante que acostumbraba. Cuando terminó se secó, como de costumbre, y descubrió gotas de sudor que perlaban su frente y su esternón. El afeitado fué maquinal. Más que vestido se diría que salió a la calle cubierto. Eso si, tras tomarse su preceptivo café.
Se dirigió a buscar su coche donde lo había dejado la noche anterior, en la calle de abajo de la suya. Cuando llegó, vió que no estaba. Su rostro mudó del rojo intenso y acalorado al blanco cetrino, cual si estuviera más en el otro barrio que en este.
Miró a un lado y a otro de la calle y se apercibió, con una mezcla de asombro y de esperanza, de que no había coche alguno, a pesar de que la tarde anterior la calle estaba llena.
-A ver si el Ayuntamiento habrá retirado todos los coches aparcados para hacer alguna obra  en la calle –pensó-.
Claro que eso no cuadraba con que no hubiera NINGÚN coche ni en esa calle, ni en la suya, ni en la que unía a ambas.
Siguió hasta la calle siguiente y vió que también allí habían desaparecido.
¿Qué podía haber pasado? No hay banda de ladrones lo suficientemente poderosa y hábil como para vaciar de coches las aceras de un barrio entero en una sola noche y sin que nadie se dé cuenta.
Por otra parte, el Ayuntamiento no trabaja tanto de noche (de día tampoco mucho, para que vamos a engañarnos). Tampoco había nadie más que él en la calle.
Decidió volver a su casa, llamar a la Policía y despertar a su mujer (a la suya, no a la del policía). Su sorpresa fué mayúscula al reparar en que tampoco estaba su mujer. La rutina matinal le había hecho suponer que ella estaba en la cama, a su lado. Pero no, no estaba allí.
El pánico se apoderó de él. Salió al rellano y llamó a los timbre de sus dos vecinos. Nada.
A los del piso superior. Nada.
A los del piso inferior. Nada.
Silencio absoluto. La nada total. Ninguna señal de vida a su alrededor.
Notaba una fuerte opresión en el pecho. Sudaba a raudales.
Llamó a la Policía. Nada.
Colgó el teléfono con la desesperación y el desánimo del que pierde su último cartucho.
De repente, sonó un ruido que siempre le molestaba, pero que en ese momento le pareció la más bella música jamás compuesta: el teléfono.  Descolgó con avidez.
-¿Si?
-¿Señor Contreras?
-Si, dígame.
-Soy Luis Domínguez, de su Banco.
-¡Domínguez cuanto me alegra oirle! Ha pasado algo terrible, asombroso, no hay palabras suficientes. Verá...esta mañana, al despertar...
-Perdone que le interrumpa Sr. Contreras. Debe ud. Al Banco las dos últimas cuotas de la hipoteca...
-¡Pero que me cuenta de la hipoteca ahora! Es más importante lo que me ha sucedido hoy y necesito que me ayude. Escuche: Esta mañana, al despertarme...
-“SE” lo que le ha sucedido esta mañana sr. Contreras. Y por supuesto que quiero ayudarle. Para eso estamos. Pero, claro, para ello es absolutamente necesario que Vd. Me ayude a mi primero.
Se hizo un silencio absoluto. Tenso. Dramático. Se podía cortar con un cuchillo.
-¿Qué quiere decir con que sabe lo que me ha sucedido sr. Domínguez?
-¡Sr. Contreras, sr. Contreras! Mire que el notario lee en voz alta las cláusulas de la hipoteca para que ambas partes den su consentimiento. Pero claro –y permítame decirle que Vd. No es el único- Vds., la mayoría de clientes, no prestan atención a lo que dice el notario. Creen que se trata de una mera formalidad...
-¡¡¡Que coño me está contando desgraciado!!! Diga de una vez que quiere decir con que  sabe lo que me ha sucedido...
-Sr. Contreras, no hace falta ser tan desagradable, ni alzar la voz ni emplear ese tono. En cuanto a su pregunta, iba a contestarle, si deja de interrumpirme. Para responder a las dificultades del mercado de la vivienda, incluyendo el tema hipotecario, el Congreso aprobó la Ley 28/2010, de 2 de febrero, por la cual se modificaba el pase a morosidad desde el impago de tres cuotas, como era anteriormente. La modificación es la siguiente: Cuando el deudor deje de pagar dos cuotas consecutivas del préstamo hipotecario se le desconectará el entorno. ¿Lo entiende sr. Contreras? Su vida diaria, su relación con las personas queridas, etc. Si estas no solucionan la deuda, y además se produce un tercer impago, se le expropiará la vivienda a la esposa y se le desconectará la vida al marido hasta que se resuelva la deuda. ¿Lo entiende sr. Contreras? Un estado latente próximo a la muerte.
-¡¡¡Eso es imposible Domínguez!!! ¿Me toma por imbécil? Eso no lo puede hacer nadie.
-¿De verdad sr. Contreras? Entonces, ¿cómo explica lo que le está sucediendo hoy? Si no me cree, intente llamar a alguién cuando cuelgue. ¿Lo ha intentado ya?
-¡¡¡Por Diós!!! Hable con mi mujer, que venda el coche si es necesario, pero que pague...
-Sr. Contreras, lo estamos intentando. De hecho, nosotros queremos cobrar lo prestado, no nos interesan los inmuebles, pero existe un inconveniente...su mujer...¿como lo diría?...no está muy por la labor. Ha descubierto sus devaneos con una señorita y se plantea seriamente cambiar de vida. De hecho, tiene ya un lugar en el que vivir...otra persona...en fin...y está dispuesta a que su “desconexión” sea permanente...
-¡No es posible! ¡Yo la quiero! Sólo fué una...debilidad momentánea...a mí solo me interesa mi mujer...
-Verá, se puede solucionar si me da el nombre de alguna persona que pueda cubrir las cuotas, luego Vd. Vende el piso, nos paga lo que resta de hipoteca y...
-No, no, Vd. No lo entiende Domínguez. No puedo darle el nombre de nadie más...no tengo a nadie más...
-En ese caso, sr. Contreras, sintiéndolo mucho...
-¡¡¡No, nooooo!!!
Dos días más tarde, apareció en el periódico...

CARLOS CONTRERAS DUARTE (QEPD)
Falleció cristiánamente el 10 de julio de 2010 a la edad de 36 años.
Su afligida esposa Paula Esteve Subirats, padres y demás familia ruegan una oración por su alma.
El sepelio tendrá lugar hoy 11 de julio a las 10 horas en el tanatorio de Sancho de Avila.

Un mes más tarde...
PAULA ESTEVE SUBIRATS y LUIS DOMINGUEZ MARCO
Les invitan a su próximo enlace que tendrá lugar el próximo
11 de septiembre de 2010
En la Iglesia de Santa María del Mar de Barcelona,
A las 12:00 horas.
Se ruega confirmación.