Buenas tardes. Bienvenidos a mi blog.
Está pensado para publicar aquello que pase por mi mente, bien sea realidad (comentarios sobre noticias de actualidad, historia, etc.) o ficción (relatos, novela, incluso poesía).
También me gustaría que aquellos que lo siguierais expresarais vuestras opiniones.
Ojalá en un futuro no muy lejano, todos (vosotros y yo) estuvieramos satisfechos de leer (los unos) y de publicar (el otro) en este, el que espero, de todo corazón, sea a partir de ahora, un espacio de ocio, reflexión y opinión.
Gracias. a todos.
Un saludo.
Ricard.

domingo, 17 de junio de 2012

Microcuento: DOMINGO.



Microcuento: DOMINGO.


Un día precioso. Vaya si lo era. El sol brillaba con fuerza, los pájaros anunciaban el nuevo día con sus trinos (eso si, ¡animalitos!, ¿no podían anunciarlo un pelín más tarde y así se podría dormir en santa paz?). Miró a su lado, su mujer seguía dormida. Estaba preciosa, con su pelo desparramado sobre la almohada. Le dio un beso en los labios y ella despertó.
-Buenos días dormilona.
-Buenos días tesoro.
Otro beso (esta vez más intenso), se abrazaron y…
-¡Mamá, papá, ¿mañana iremos a la playa?
-¡No, iremos a Port Aventura, tontorrona!
-¡Mamá, papá, decirle algo a este mocoso!
-Santi, no llames tontorrona a tu hermana. Núria, no llames mocoso a tu hermano –dijo Ana para apaciguar las aguas entre su prole, y después musitó- Ramón, tendremos que posponerlo.
-Cariño, ¡como el lunes no se levanten temprano para ir al colegio y remoloneen…Núria va a un colegio suizo y Santi a West Point!
-Ja, ja, ja… si hacíamos lo mismo cuando teníamos su edad, al menos yo.
-Ya lo se tesoro, pero es que…vaya momento.
-¡Mamá, ¿no hay nocilla?
-Espera Santi, ya venimos…
Prepararon el desayuno. Ramón dijo:
-Vamos a ir a la playa.
-Bien –reaccionó Núria.
-Jolín –fue la respuesta de Santi.
-Santi, ahora podemos aprovechar el buen tiempo e ir a la playa. Habrá otros momentos para ir a Port Aventura –razonó Ana.
El niño puso unos morros de palmo y medio.
-Es que una niña de su clase va hoy y el quería encontrarse con ella –les aclaró Núria.
-¡Tu calla tontorrona! –tronó Santi.
-Haya paz –zanjó Ramón-. ¿Cómo que una niña de tu clase? ¿la conocemos?
-Es Mónica, la hija de tu compañero de trabajo papá –siguió interviniendo Núria.
-¿Mónica –intervino Ana con una sonrisa? Una chica muy guapa.
El niño estaba rojo como un tomate. La verdad es que nadie podría haber sido capaz de asegurar si la tonalidad de su piel era más o menos intensa que la de la bandera de la antigua Unión Soviética.
-Pues nada –soltó su padre socarrón-, habrá que preguntarle a mi compañero Manuel si su hija siente lo mismo por ti, Santi…
-¡Papá!
-No te preocupes hijo. Mira, bien pensado, creo que no sería mala idea llamar a Manuel por si prefieren ir a la playa con nosotros. ¿Eso ya está mejor, eh pillastre? –dándole un codazo a su hijo Santi.
Padre e hijo se levantaron para sacar la mesa.
-Gracias papá.
-De nada hijo.
-Pero solo dile lo de la playa a tu compañero, nada más ¿eh?
-Ja, ja, ja, no te preocupes hijo.
Ramón llamó por teléfono a su amigo proponiéndole la salida a la playa para el domingo. Manuel y se esposa Clara estuvieron de acuerdo (de hecho, les hacía poca gracia ir a Port Aventura en domingo, con la posibilidad añadida de encontrar caravana a la vuelta).
Ramón y Ana fueron a hacer la compra mientras Núria se fue a la biblioteca del instituto para estudiar y Santi optó por quedarse en casa. Después de comer, repartieron a sus hijos. Núria en una cafetería del centro con su grupo de amigos y Santi en la puerta de un cine donde le esperaban cinco amigos suyos entre los que estaba, por supuesto, Mónica.
Descargados los hijos en sus respectivos destinos, se dirigieron a un gran centro comercial, básicamente para actualizar el parque de bañadores de Ramón que, en opinión de Ana (sabia opinión, ya que era licenciada en Historia Antigua), databa de los tiempos de Ramsés II.
Recogieron a sus hijos a tiempo de ver cuando llegaban con el coche un tímido beso entre Santi y Mónica. Sonrisa socarrona del padre y vuelta a la bandera soviética en la cara del hijo. Tenían 13 años al fin y al cabo. Núria, de casi 17, ya les esperaba, razón por la cual Alex, su noviete, les saludó a una cierta distancia mano en alto.
Habían quedado a las nueve en punto del domingo. Allí estaban Manuel, Clara, Mónica y su hermana mayor Blanca, por una parte y Ramón, Ana, Núria y Santi, por la otra. Se habían decidido por una playa cercana, apenas a 50 kilómetros . En menos de una hora llegaron.
Hallaron espacio suficiente para todos ellos, a pesar de que no era una playa muy grande. Había habido suerte. Plantadas las sombrillas y las toallas, embadurnados de crema con distintas protecciones solares, se dispusieron a pasar un agradable día de playa.
Desenfundaron los bocadillos y los refrescos, debidamente guardados en la nevera portátil. Tras la extinción del desayuno, fueron todos a ponerse en remojo para evitar los temidos cortes de digestión. Tras el baño, se tumbaron al sol las dos parejas y se ocuparon de otros menesteres los cuatro más jóvenes. Santi y Mónica pasearon por la orilla con el agua besando sus tobillos, cogidos de la mano cuando dejaron de ver a sus padres; Núria y Blanca fueron a por un helado.
A los veinte minutos, los padres se extrañaron de que las chicas no hubieran vuelto.
Ramón y Manuel se acercaron al vendedor de helados.
-Perdone, ¿ha visto Vd. a dos chicas por aquí? una tiene 17 y la otra 18.
-Mire jefe, así son la mayoría de clientes. Chicas jóvenes y mocosos.
-Hará unos veinte minutos que han venido a comprar. Una rubia con el pelo liso y un bikini negro, la otra morena con el pelo rizado y llevaba un bikini amarillo.
-¡Ah, vale! Ahora las recuerdo…se han ido con un niño de unos siete años que estaba por aquí. Lloraba porqué parece que se había perdido.
-¿Sabe Vd. por donde han ido?
-No estoy seguro…han venido cinco mocosos pidiendo genero…y el negocio es el negocio…pero puede que hayan ido al paseo por si veían algún policía.
-Gracias.
Ramón y Manuel fueron a informar a Ana y a Clara de donde iban. A esas alturas Santi y Mónica ya habían vuelto.
-¡Y vosotros dos no os mováis de aquí! ¿Entendido? –tronó Clara.
-Vale, vale –respondió Mónica.
Los dos padres recorrieron el paseo hasta que vieron a una pareja de policías en bicicleta.
-Buenos días. Disculpen pero nuestras hijas han ido a acompañar a un niño que se había perdido y no las encontramos. Según el vendedor de helados han ido a buscarles a Vds.
Los dos policías se miraron con gesto sorprendido.
-¿Cuánto hace que ha sucedido?
-Bueno –respondió Manuel- ahora ya debe hacer unos tres cuartos de hora.
Uno de los policías habló por el walkie:
-Central, acaba de suceder otro caso. Esta vez doble.
-Perdone…-intervino Ramón- ¿cómo que otro caso? ¿y doble?
-Señores, recojan al resto de su familia y acompañenos. Deben darnos todos los datos posibles de sus hijas…
-¡No nos asuste agente! –el rostro de Ramón estaba blanco como el papel.
-Cálmense. De momento vamos a hacer todo lo que esté en nuestras manos para localizar a sus hijas.
Los agentes acompañaron a los dos hombres a buscar a sus familias. Recogieron sus enseres en un abrir y cerrar de ojos y se dirigieron a comisaría.
Una asistente social recogió a Santi y a Mónica y se los llevó a un despacho, mientras las dos parejas eran introducidas en el despacho del comisario.
Los policías escucharon un grito desgarrador tras la puerta y como Clara estallaba en llanto.
Al día siguiente, los periódicos recogían la siguiente noticia:
“Ayer por la mañana desaparecieron dos chicas NPL de 17 años de edad y BGM de 18. Fueron vistas por última vez en la playa de localidad costera cercana a Barcelona acompañadas de un niño de corta edad. La policía ha detenido a un vendedor de helados que, tras varias horas de interrogatorio, ha conducido a los agentes a un domicilio cercano en la bañera de la cual ha sido hallado sin vida el cuerpo de BGM, a la que faltaban ambos riñones. Fuentes del Cuerpo Nacional de Policía afirman que se trata de una red internacional de tráfico de órganos, a la cual se estaba siguiendo desde hace dos años. El modus operandi de dicha organización era atraer a las posibles víctimas usando como señuelo a un menor (de aproximadamente 7 años), el cual afirmaba haberse perdido. Cuando la víctima (en este caso víctimas), intentaban ayudar al niño, este las dirigía hasta un punto predeterminado en que eran capturadas. El vendedor de helados era el encargado de seleccionar a las víctimas. Interrogado sobre el paradero de NPL, dice desconocer donde se encuentra, pero no da muchas posibilidades de que siga con vida. Las familias de ambas víctimas han recibido atención psicológica, llegando una de las madres a tener que ser ingresada. Se han practicado diversas detenciones en Barcelona, Madrid y Málaga”.

Tres días más tarde, el cuerpo de Núria fue hallado sin vida en un piso del Eixample barcelonés. El padre de su novio estaba entre los detenidos.








yeeir y cerrar de ojos y se dirialidad costera prPL y BGG. Fueron vistas por ucomisario.
 en un abrir y cerrar de ojos y se diri

martes, 12 de junio de 2012



Microcuento: TRISTEZA.

Por primera vez en muchos años no había ido al trabajo esa mañana. Su cuerpo, acostumbrado a toda una vida de levantarse temprano, había despertando a la hora habitual de los días laborables. Tenía todo el día para él pero no sabía que hacer con las horas que se lo comían minuto a minuto.
Prejubilado. ¿Qué narices significaba eso? ¿Ya no servía? De hecho, ya había acabado su relación oficial con el mundo laboral. Podía hacer otras cosas. Conocía gente y podía llevar las cuentas. Algún dinerillo conseguiría y mataría las horas. Y se sentiría útil.
Mucha gente decía envidiarle. “Te pagan por estar en casa”. Pero tenía que replantear su vida. Al fin y al cabo, los automatismos adquiridos en toda una vida de trabajo habían cesado súbitamente.
Desayunó en casa y salió a la calle. Compró el pan y el periódico. El suave sol de abril le sonreía pero cubrían su mente las brumas de otoño.
Avanzada ya la cincuentena, divorciado y sin hijos, la soledad le atenazaba. Su pareja actual, también divorciada, seguía trabajando. Tenía que ocupar sus horas, las horas que no compartiera con ella. Conseguir su propio espacio, un nuevo espacio ajeno al que le era habitual.
En su familia existían antecedentes de enfermedades mentales degenerativas. Tenía pánico a esas enfermedades. Con tantas horas de soledad, ¿quién se daría cuenta si cometía algún desvarío?, ¿sería él consciente?, ¿podía hacer algo, como por ejemplo ejercitar su mente de alguna manera, para evitar o al menos retrasar la aparición del Alzheimer?
En fin, que para ser el primer día de prejubilado no es que fuera la alegría de la huerta.
Decidió que esa primera semana la dedicaría a descansar. Fue paseando hasta el puerto. Una buena caminata recorriendo las Ramblas de principio a fin. Así, sin prisas, saboreó el aire, los olores, el griterío de la gente y los coches. Se paró ante alguna de las estatuas vivientes y les dejó unas monedas.
De vuelta a casa compró unas patatas fritas en una churrería artesanal. Cocinó aunque apenas tenía apetito (a pesar de la caminata). Después de comer se quedó traspuesto. Hacía mucho que no hacía la siesta en día laborable. Planchó unas camisas y a las siete de la tarde salió de nuevo a la calle para ir a buscar a su pareja al trabajo. A las ocho ella salió. Se besaron y se dirigieron a un bar cercano a tomar un refresco. La acompañó a su casa a tiempo para hacer la cena para sus hijos y el abuelo que vivía con ellos desde que faltaba la abuela, fallecida poco antes de un infarto. La abuela, que no fumaba, que  caminaba dos horas cada día, que comía sano…y falleció de un infarto.
Él no tenía que levantarse temprano al día siguiente pero ella si. Además del trabajo, tenía que acompañar al abuelo a la Clínica para unas pruebas. Se ofreció a llevar al abuelo, oferta que ella declinó pues tenía algunas preguntas que hacerle al médico. Despedida y cierre hasta el día siguiente.
Cuando llegó a su casa apenas cenó. Pensó que la idea inicial de estar una semana descansando quizás era excesiva. Al fin y al cabo, el tiempo que tengas vacío puedes acabar gastándolo en dinero. Y se había prejubilado, no le había tocado la lotería.
De pronto sonó el teléfono. En lugar de cogerlo al momento, lo miró extrañado. Casi nadie le llamaba al teléfono fijo de su casa. Apenas la familia, pero hablaban muy poco. Sus amistades y conocidos le llamaban al móvil.
Era la policía.
Habían encontrado a su tía en la calle. Por toda identificación tenía una vieja tarjeta de visita con el nombre y el teléfono de su sobrino. Lo único que habían conseguido sonsacarle es su nombre: Adela.
Fue a buscarla a la comisaría. La tía Adela le reconoció al momento. Estaba alterada, su realidad estaba alterada. No recordaba que ya era viuda, que vivía con su hija y su yerno. Les llamó y la llevó a su casa. Bastante miedo tenía ya a esas dolencias para que ahora su tía la manifestara.
Regresó a su soledad. Ya era tarde para llamar a su pareja. Pero necesitaba escuchar su voz, la voz que asociaba a los mejores momentos del día a día.
Conectó la televisión. Con tantos canales como había y no le interesaba nada. En unos daban debates preñados de expertos capaces de resolver el mundo, la economía y la política internacionales, conflictos nacionales e internacionales, e inventar la vacuna contra el resfriado común; en otros, programas de prensa rosa, en los que fulanito se entendía con menganita cuando no con zutanito, y alguien, a cambio de un buen estipendio aseguraba haberles visto ligeros de faja y enaguas; películas de acción en que un ser vitaminado, con exceso de horas en el gimnasio y alarmante falta de acercamiento a las aulas, se enfrentaba solito al ejercito de algún país (real o imaginario) masacrando a la mitad de ellos, mutilando a otro cuarto y todo eso en nombre de la libertad (presuntamente); especiales informativos, sesgados políticamente dependiendo del canal que lo emitiera; y series de televisión, la mayoría de las cuales empezaban con un misterio, aparentemente difícil de resolver, y que el (o la) protagonista acababan resolviendo si o si.
Decidió leer un poco. Eligió un clásico, con pocas páginas pero eficaz como pocos tomos que solo lo superaban en que podían usarse para desarrollar los bíceps: “El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde”, de Robert Louis Stevenson. Gran libro, pero también reflejaba la desesperación del protagonista por no hallar cura a su enfermedad.
Cerró el libro y, tras media hora de dar vueltas, finalmente se durmió.
A la mañana siguiente fue a casa de su tía Adela. Su prima le pidió que se hiciera cargo de ella mientras hallaban una solución ya que tanto ella como su marido trabajaban hasta media tarde. De hecho ella había llamado esa mañana al trabajo para explicar lo sucedido y pedir un día de permiso. Y, claro, como él estaba prejubilado, pues podía hacerles este pequeño favor.
No tenía ánimo para negarse, no por no querer ayudar, si no por la angustia que le embargaba, por sus miedos a la soledad y al Alzheimer. Su tía merecía que la ayudara. Le dijo a su prima que estuviera tranquila, que mientras no encontraran a quien la cuidara él iría cada mañana a cuidarla. A mediodía llamó a su pareja y le contó lo sucedido y su decisión. Ella por su parte le habló de las pruebas médicas que le habían hecho al abuelo. ¡Caray, que conversación! Aunque lo llevaba la edad. En unos años, alguien hablaría de sus enfermedades y de sus pruebas médicas.
Las conversaciones con su tía eran oscilantes. En ocasiones tenían sentido, tal parecía que ella estuviera perfectamente para, a renglón seguido, hablar de su infancia en tiempo presente o confundirle con su padre ya difunto, el hermano de la tía Adela.
Después de comer su tía se durmió y él aprovechó para entrar en internet y ver las posibilidades del viaje que tenían pensado con su pareja. Hoteles, vuelos, ofertas. Encontró un auténtico bombón, una semana en Praga en un hotel coquetón en el centro del barrio viejo con un descuento del veinte por ciento. Llamó a su pareja. El abuelo había empeorado y no sabía seguro si podrían irse en agosto. Había que esperar un poco. Adiós a la oferta. Pero había que ser positivo, ya saldrían otras.
Sonó un chisporroteo. Su tía había metido un tazón de leche, con cucharilla incluida, en el microondas. Lo apagó de inmediato. No se había dado cuenta de que su tía había despertado de su siesta. Le dijo que lo avisara si necesitaba algo. Vio una mirada triste, indefensa y una lágrima que caía mejilla abajo. La abrazó con fuerza.
-Hijo mío, no permitas que deje de ser yo. Quiero vivir mientras mantenga intacta mi dignidad. Ni un minuto más.
Se le heló la sangre. Al minuto su tía preguntaba si conocía a su novio. Aquel domingo habían ido a bailar y a ella le preocupaba que dirían sus padres.
A las seis de la tarde llegaron su prima y su marido. Le contaron que habían hablado con una asociación de afectados por el Alzheimer que les iba a dar una lista con tres cuidadores para que hablaran con ellos y ver cual les convenía más. Le invitaron a cenar y él aceptó la invitación. Cuando ya se iba, volvió a aparecer la mirada triste, indefensa de su tía Adela, que le abrazó, le besó con fuerza y le dijo al oído:
-Recuerda lo que te he pedido.
Cuando llegó a su casa puso la televisión. No llamó a su pareja porqué ya había quedado con ella que la iría a buscar al día siguiente por la tarde a la salida del trabajo. Además, todo tema de conversación hubiera sido triste y bastantes tristezas habían pasado ambos ese día. En lugar de llamarla puso la televisión. CSI New York. El asesino había dejado sobre el cadáver una brizna de lana de un jersey que solo se había vendido diez años atrás en una tienda de un pueblecito de Montana en el que había vivido. Tremendo. No hay quien entienda como pueden seguir habiendo asesinatos ya que, según parece, siempre les cogen por una brizna de lana de Montana o una mancha de pasta de dientes de Anchorage (Alaska).
Antes de acostarse leyó un poco. Se decidió por “Los fantasmas del sombrerero” de Georges Simenon. Muy bueno, muy entretenido, pero que vista escogiendo los libros: este trataba de un hombre que asesinaba mujeres de edad avanzada.
Fueron pasando los días. Él cuidando a su tía en horario laboral. Su pareja cuidando a su padre cuando terminaba su jornada. Su prima iba dilatando la decisión de contratar a un cuidador. Por así decir, se ahorraba un dinero ya que le salía más barato invitar a su primo a que cenara con ellos un par de veces por semana. Tampoco es que fuera un Gargantúa. Sin ambages: era más barato.
Los días se convirtieron en semanas. Avanzado mayo, su pareja le explicó que al abuelo le habían programado la operación para el mes de junio. Luego llegaría el postoperatorio. Es decir, no podían fijar el viaje. Por otra parte, su tía Adela no le había vuelto a hacer referencia a vivir mientras mantuviera su dignidad.
Una semana más tarde su prima y su esposo, mientras cenaba con ellos, conversaron sobre viajes. Sobre los lugares que les gustaría ver y las ofertas que se podían encontrar.
-Al fin y al cabo, trabajamos todo el día y el fin de semana cuidamos a mi madre.
El echó balones fuera y contraatacó con sus propias esperanzas viajeras. Esa noche llegó a su casa notablemente enfadado. ¿Cómo se podía tener tanta cara? Vio que en un canal de televisión iban a emitir, “La noche de los muertos vivientes” de George A. Romero y se acordó de su prima y su esposo, aunque solo fuera por el título. Vio la película con satisfacción. Acabó de leer “Los fantasmas del sombrerero” y se acostó.
A las seis de la mañana le despertó su pareja para contarle que el abuelo había fallecido mientras dormía. Un ataque al corazón, dijo el médico. Llamó a su prima para decirle que no podría acudir a cuidar a la tía Adela ya que iba a estar con su pareja para acompañarla y ayudarla en las gestiones que se debían hacer. Según parece, a su prima todavía no la había digerido ningún zombi ya que respondió con un:
-Ostras, pues esta mañana tenía una reunión muy importante, ¿y ahora que hago?
En lugar de responderle que le traía sin cuidado lo que hiciera o dejara de hacer, él, educado hasta la exageración, se despidió de ella:
-Tengo que dejarte. Ya hablaremos.
El entierro fue al día siguiente por la mañana. Por la tarde, después de comer, su pareja se entretuvo viendo fotos del abuelo y suyas de cuando era pequeña.
-No ha sufrido, pero no volverá a hablar conmigo, a cruzar esa puerta, a prepararme un café con leche caliente en invierno al volver del colegio. Y no he podido despedirme de él. ¡Me han quedado tantas cosas por decirle!  Aquellas palabras lo acabaron de decidir. Llamó a su prima y le dijo que decidieran a que cuidador contrataban y, a ser posible, que empezara al día siguiente, día en que él tenía cosas que hacer y no podía ir a cuidar a la tía Adela. Su prima montó en cólera y le llamó egoísta. Escuchó de fondo a la tía Adela:
-Hija, deja tranquilo a tu primo que tiene que hacer su vida. Yo ya he hecho la mía.
A él se le encogió el corazón mientras escuchaba el clic del teléfono al colgar su prima. Su pareja percibió la angustia en su rostro.
-Has hecho bien, no te preocupes. Es tu prima la que debe preocuparse por su madre. Tu ya la has ayudado bastante.
Al día siguiente, a mediodía, su prima le llamo envuelta en llanto. Su tía Adela había fallecido. Antes de que llegara el cuidador, mientras ella y su esposo desayunaban, Adela, antigua enfermera, se había inyectado una burbuja de aire en la vena, no sin antes dejar una hermosa carta en la que se despedía de su hija, su yerno, sus nietos y de él. La había cuidado como nadie y, a falta de grandes posesiones, le dejaba el viejo tocadiscos de su tío, con aquellos discos que tanto le gustaban de pequeño y que nadie más había hecho sonar desde que ella enviudara. También una fotografía de ambos con él cuando tenía seis años, en una de aquellas escapadas dominicales que hacían a pequeños pueblecitos de comarcas cercanas, que a él le parecían lugares de ensueño, repletos de fantasmas e historias a cual más interesante.
Un mes y medio después salían del hotel U Prince en Stare Mesto, Praga, él y su pareja. Se detuvieron, él cerró los ojos y al abrirlos de nuevo, le pareció por un momento que su tía estaba al lado de la estatua de la plaza de Stare Mesto junto a su tío, sonriendo ambos por verle feliz.