Buenas tardes. Bienvenidos a mi blog.
Está pensado para publicar aquello que pase por mi mente, bien sea realidad (comentarios sobre noticias de actualidad, historia, etc.) o ficción (relatos, novela, incluso poesía).
También me gustaría que aquellos que lo siguierais expresarais vuestras opiniones.
Ojalá en un futuro no muy lejano, todos (vosotros y yo) estuvieramos satisfechos de leer (los unos) y de publicar (el otro) en este, el que espero, de todo corazón, sea a partir de ahora, un espacio de ocio, reflexión y opinión.
Gracias. a todos.
Un saludo.
Ricard.

domingo, 2 de septiembre de 2012

TRES HERMANOS



TRES HERMANOS.


Erase una vez una familia compuesta por tres hermanos, huérfanos de madre a la tierna edad de un año, a consecuencia de una neumonía, y de padre, obrero de la construcción, a los quince, cuando, habiendo terminado su turno de trabajo y al pasar por debajo de otra obra, le cayó un ladrillo en la cabeza y lo mató.
Pasó a cuidarlos su tía Amparo, soltera ella, mujer de gran corazón y hermana de su difunta madre. Los gemelos Jorge, José y Juan, pronto se acostumbraron a la tía Amparo, no en vano esta no era persona tan severa como su padre y les consentía buena parte de las travesuras inherentes a la adolescencia.
Gozaba la tía de buena posición, cosa la cual llevó a que cuando sus sobrinos cumplieron dieciocho años, se pudieran sacar el carnet de conducir. Los tres a la vez.
Era pretensión vana comprarles tres coches (uno para cada uno), por cuanto los hermanos lo hacían todo juntos. Sin embargo, la buena mujer les proveyó de tres automóviles de segunda mano debidamente revisados por el mecánico de toda la vida, vecino del mismo barrio donde vivían y amor secreto de la tía Amparo. Soltero como ella, Higinio (que así se llamaba el pretendiente), solo tenía ojos para Amparo, al punto de que, en más de una ocasión hubiera estado a punto de poner un collar de perlas (de imitación, claro) a la transmisión de un coche y regalarle una correa de transmisión a su amada. Pero a pesar de estos lapsus momentáneos (y románticos, que caray), era un buen mecánico.
Una tarde del mes de mayo Higinio acompañó a Amparo a unos grandes almacenes del centro de la ciudad ya que ella tenía que comprarse un par de bañadores por cuanto los que tenía habían cumplido su función con creces durante varios veranos y reclamaban la jubilación a gritos. Pudiera parecer que la tía Amparo no era tan desprendida como se ha señalado más arriba pero la cuestión no era esa. De hecho Amparo era más desprendida con los demás que con ella misma.
Higinio la acompañó en su coche. Era un clásico que él (en tanto que su profesión era también su afición) cuidaba con esmero, teniéndolo siempre en perfecto estado de funcionamiento.
Dejaron el coche en un aparcamiento subterráneo del centro y se dirigieron a la tienda. Amparo se compró dos bañadores que, previo a su compra, se cuidó de mostrárselos puestos a Higinio por si le gustaba como quedaban. La verdad es que a nuestro mecánico le gustaba más la modelo que los modelitos, razón por la cual no era un ejemplo de objetividad pero, viendo Amparo la cara que ponía su amado, ya se dio por satisfecha. Además, hay que tener en cuenta que eran los modelos que a ella le gustaban, independientemente de la opinión de él. Por tanto se los hubiera quedado igual y se los mostró solo por ver la carilla que ponía el pobre.
Amparo insistió en que él renovara su parque de bañadores ya que los que poseía habían hecho furor en tiempos de Ramsés II, pero ahora quedaban algo desfasados.
Debidamente cargados con las bolsas (el remate fueron los dos frascos de protección solar), Amparo e Higinio salieron a la calle y se fueron a merendar a un café cercano. Bueno…merienda, merienda…hay que tener en cuenta que se acercaba la playa y se trataba de no tener quilos sobrantes (ella, porqué a él eso le traía sin cuidado). Así que ella se tomó un café con leche y él sus buenos churros con chocolate.
Salieron del café y decidieron pasear un rato antes de volver al coche (“para que bajen los churros con chocolate”, le dijo Higinio a Amparo). Paseando, paseando, pasaron por delante de un cine donde proyectaban la última película de un afamado director que les gustaba mucho a ambos. Higinio le propuso que entraran.
-Vamos mujer, que no hay mucha cola.
-Pero Higinio, que tengo que hacer la cena a los niños y además el parking costará un dineral…
-Por el parking no te preocupes que es de mi amigo Luis y me hace un precio especial; en cuanto a los niños…mujer, ya no son tan niños…
No tuvo tiempo de acabar la frase ya que vieron a los tres hermanos acompañados de tres muchachas que pasaban por su lado.
-Hombre “parejita” –dijo Jorge, con algo de retintín.
A Amparo se le enrojeció hasta el carnet de identidad.
-Hola chicos, ¿vais al cine? –quiso saber Higinio.
-No -contestó Juan-. Vamos a un bar musical que está por aquí.
-Ah, muy bien. Pasadlo bien -dijo su tía.
-Ah, tía –dijo José-. No vendremos a cenar, no te preocupes –y sonriendo a Higinio-, y tu tampoco Tenorio. Y cuidado con la oscuridad del cine, eh.
Ahora al que se le enrojecieron las ideas fue a Higinio.
Los tres hermanos y las chicas se fueron riendo.
-Bueno pues ya está.
-Si.
-Parece que tus sobrinos no van a cenar esta noche en casa.
-Eso parece.
-Y que no tendrás que hacerles la cena.
-Pues no.
-Que, en fin, tienes la noche libre…
Amparo pasó a dominar 2-1 a Higinio en el tema del enrojecimiento facial.
-Un poco sinvergüenza me has salido tu, eh.
-Bueno, pero solo un poco.
La besó y se pusieron en la cola.
La película les gustó y como era de terror, Amparo se refugió en su mecánico preferido unas cuantas veces, para satisfacción de él.
Saliendo del cine, fueron a cenar a un restaurante coquetón. Tenía mesas con lámparas individuales que alumbraban solo el espacio de cada mesa. Además iba pasando un violinista por las mesas. Más romántico no podía ser.
Fueron paseando hasta el coche cogidos de la mano. De camino, Higinio le regaló una rosa que compró a una florista ambulante. Amparo le besó. Ya no fue el beso del cine. Se diría que pertenecía a una categoría superior.
Sin que mediara palabra (tampoco lo necesitaban ninguno de los dos), Higinio detuvo el coche en su casa. Su piso no estaba tan desordenado como dice la voz popular respecto a los pisos de los solteros. Hasta era coquetón. De hecho, ni tan siquiera había calzoncillos sobre el televisor.
La tomó de la mano, se miraron a los ojos, se besaron y…
SIENTO LA INTERRUPCION, PERO NO FUERA EL CASO DE QUE ESTO LO LEYERAN MENORES DE EDAD Y YA LA TENDRÍAMOS LIADA.
Una hora más tarde, con la sonrisa asomando a sus rostros como si de dos adolescentes se tratara, abrazados como si no pasara el tiempo para ellos, Higinio vio que ya era la una de la madrugada.
-Cariño, te llevo a casa…
-¡La una de la madrugada! –se sobresaltó Amparo- Que dirán los niños.
-No te preocupes, yo ahora te llevo. Además, ellos no te cuentan nada, ¿verdad? ¿o acaso conocías a esas chicas?
-Pero yo estás cosas no las hago…
-Pues ya nos convenía a los dos, ya…
-Hmm, sinvergonzón.
Llegaron a casa de Amparo. Higinio la acompañó hasta la puerta.
No había luz en el portal. Ella abrió la puerta e Higinio decidió acompañarla hasta el ascensor.
Se besaron.
-Esto habrá que repetirlo, eh –la miró con la sonrisa asomando a sus ojos.
-Y mejor ayer que mañana –respondió ella.
Pasaron los días y el martes, a la hora de la cena, los tres hermanos estaban más callados que de costumbre.
-¿Qué os pasa chicos? -preguntó Amparo.
-Nada tía –respondió Juan, el más reservado de los tres.
-Pues estáis muy serios.
-Verás tía –intervino Jorge-, esta tarde hemos hablado con un abogado, representante de una firma americana…
-Una firma de ropa cuyo presidente es el hijo del director general de General Motors –terció José.
-Se ha dirigido él a nosotros, eh –puntualizó Juan, con cara de no haber roto un plato.
-…si, efectivamente –siguió José-. La cuestión es que dicha firma quiere aterrizar en el mercado de nuestro país con mucha fuerza. Más que entrar en grandes almacenes quiere expandirse a través de cadenas de tiendas, basándose en negocios que ya funcionen…
-Es por eso –terció Jorge, la auténtica voz dominante de los tres hermanos- que ofrecen una suma muy importante por tus tres tiendas.
-Pero mis tiendas no están en venta –respondió Amparo con energía-. Además, a santo de que no se han dirigido a mi, que soy la propietaria.
-Tía –siguió Jorge, juntando las yemas de sus dedos en actitud doctoral- en los negocios hay que tener la mente abierta. Un catedrático nos sugirió acudir a una conferencia que daba el director general de esta empresa en la facultad. Al acabar la conferencia nos lo presentó. Tía, nos presentó como “los mejores alumnos que licenciaría en muchos años la Facultad de Económicas”. Tenemos muchas ideas, estamos abiertos a evolucionar en el mercado y ellos lo saben; saben que a través nuestro puedes aceptarlo mejor. Simplemente piensan que te podemos mostrar las ventajas de este trato.
-Sigo siendo joven para retirarme –insistió Amparo-. Además, las tiendas no tienen ningún problema y hay personas que trabajan, que dependen del sueldo que les pago.
-Pero tía … –intervino Juan.
-¡Ni tía, ni narices! Fin de la discusión –y Amparo, furiosa, se levantó de la silla y se dirigió a su cuarto.
A la mañana siguiente, Higinio la llamó a la tienda y ella le respondió adusta. Todavía le daba vueltas a la discusión que había tenido la noche anterior con sus sobrinos. Él, con calma, recondujo la situación y quedó en recogerla para ir a comer. Tenía que entregar un coche a la una, pero después tendría tiempo de ducharse y pasarla a recoger.
En el transcurso de la comida Amparo le confesó a Higinio el motivo de su malestar.
 -No entiendo como han podido pensar siquiera por un momento en que yo aceptaría –dijo ella, dolida-, ni como han hablado con esa empresa como si fueran los dueños, como si yo no existiera.
-Bueno, ellos son aprendices de teoría, tu maestra de práctica. Házselo ver así.
-Higinio, si ellos quieren el negocio será suyo el día de mañana.
-Por eso. Ve enseñándoles cosas del negocio. Así podrán conocer el mundo real.
Al salir del restaurante, Amparo se dirigió hacía su tienda principal. A media tarde, decidió salir a tomar un café.
-¡Señorita Amparo!
Ella dio media vuelta y vio a Baltasar Irusquieta, su contable.
-Buenas tardes Baltasar ¿qué hace Vd. por aquí?
-Perdone que la moleste…pero quería hablar con Vd. en un sitio tranquilo, fuera de ojos y oídos.
-Pues precisamente ahora iba a tomar un café. ¿Me acompaña Baltasar?
-Con mucho gusto.
Entraron en un café cercano.
Una vez en la mesa, con un café con leche para Amparo y un café para Baltasar, este inició la conversación.
-Verá, señorita Amparo, no se como empezar…es un tema un poco delicado.
-Hable con claridad, es la mejor manera de afrontar estos temas.
-Sus sobrinos han venido esta mañana para estudiar los libros y las escrituras de la sociedad. Ya lo he dicho –exhaló un profundo suspiro el contable-.
-¿Cómo dice?
-Me han dicho que Vd. no tenía que enterarse, que si ese era el caso yo podría perder mi trabajo…y más cosas, han añadido. Aunque ha sido muy desagradable y yo no soy un hombre joven, he pensado en advertirla –el contable estaba muy alterado-.
-No tema Baltasar –lo tranquilizó Amparo-. Haremos lo siguiente: mañana a primera hora, vaya Vd. al Banco y contrate una caja de seguridad. Guarde allí los libros y las escrituras. Más tarde pasaré por el Banco para recoger la llave de la caja. Ya decidiremos más adelante como ir trasladando los datos a los libros. Después se va Vd. de vacaciones una semana. Cuando vuelva tendré resuelto el tema.
A la hora de cierre del taller, Amparo estaba en la puerta esperando a Higinio.
Le contó lo que le había explicado Baltasar.
-Parece que tus sobrinos han decidido tomar la iniciativa.
-¿Qué voy a hacer? Son sangre de mi sangre.
-Hablar con ellos seriamente. Si quieres yo estaré a tu lado, pero lo que no puede ser es no hagan caso de tu decisión y encima asusten a un hombre a punto de la jubilación, que ha dedicado toda su vida al negocio, primero con tu padre y ahora contigo.
-Eso está claro –dijo ella con convicción-. Hablaré con ellos mañana por la noche. Sin falta. Y si quieres, pues ya te quedas a cenar en casa, ¿no?
-Vale –sonrió Higinio-. No te preocupes que ya verás como se resuelve todo.
Al día siguiente, al atardecer, Higinio fue a buscar a Amparo a la tienda para ir juntos a su casa. Pasaron por la bodega que había cercana al taller, ya que Higinio insistió en llevar una botella de vino (no era persona de ir con las manos vacías a cenar a casa de otra persona).
Llegaron a casa de Amparo ella, Higinio y el vino.
-Dame la chaqueta Higinio que la cuelgo y así estarás más cómodo.
-Gracias cariño –y la besó-.
-Higinio estoy nerviosa. Espero que se arregle todo esta noche.
-Tranquila, ya verás como si.
 Higinio la ayudó a preparar la cena. Cuando ya la tenían casi a punto, escucharon la puerta de entrada al cerrarse. Habían llegado los sobrinos.
-Sentaos –les conminó Amparo-, que vamos a tener una pequeña conversación.
Los tres hermanos hicieron caso a su tía: Jorge con mirada fría, José desafiante y Juan alicaído.
-Parece que no entendisteis lo que os dije sobre las tiendas.
Los sobrinos no dijeron nada.
-¿A santo de que vais a curiosear los libros y asustáis a una persona mayor? Un hombre que ha dedicado toda su vida a la empresa, fiel y eficiente…
-Tía –intervino José con voz pausada-, el señor Baltasar nos entendió mal. Pero no es extraño dado que se trata de un hombre mayor, chapado a la antigua.
-De hecho –intervino Jorge poniendo una mano sobre el antebrazo de José-, nuestra intención era darte una sorpresa agradable. Nos sentimos mal por lo de la empresa americana. Aprendimos la lección y quisiéramos implicarnos más en la empresa. Pasar de la teoría que aprendemos en la Facultad a la práctica que conocer como se lleva el negocio y ayudarte.
-¿Y por qué no me lo dijisteis a mi, en lugar de asustar al pobre hombre?
-Tía –intervino Juan con prudencia- estabas tan enfadada, que quisimos darte la sorpresa y claro, nos equivocamos al venderle el producto al pobre Sr. Irusquieta…
-¿Venderle el producto? –preguntó Amparo-
José le dio una colleja a su hermano Juan y Jorge dijo:
-Lo que quiere decir Juan es que no supimos transmitirle correctamente la pobre hombre cuales eran nuestras intenciones…
-No volverá a pasar tía –apuntó Juan.
-Bien –replicó Amparo-, entonces lo que haremos será lo siguiente: por la tarde, de lunes a viernes, estaréis conmigo y con Baltasar para ir aprendiendo los entresijos del negocio.
-Muy bien, tía –respondió Jorge.
Amparo miró a José.
-Claro, tía –respondió.
Amparo giró su rostro hacia Juan.
-Por supuesto, tía –se apresuró este.
-De acuerdo pues. A partir del lunes empezamos –sentenció Amparo.
-Bueno pues asunto solucionado, ¿no? –terció Higinio-.Todos a la mesa, que no hay mejor manera de cerrar un acuerdo que un buen ágape.
-Pues esto tiene un aspecto fantástico –intervino Juan mirando lo que había sobre la mesa con ojos golosos-.
Al día siguiente, sábado, después de comer y dejando las tiendas al cuidado de sus encargadas y el taller cerrado, Amparo e Higinio se fueron de fin de semana a un hotel coquetón de una población costera.
Todo se había aclarado con sus sobrinos (que a su vez, iban a pasar el fin de semana en casa de unos amigos) y ellos disfrutaban mutuamente de su compañía. Hacía mucho tiempo que no se encontraban tan a gusto, tan relajados. El domingo por la noche volvieron a casa prometiéndose repetirlo.
A la mañana siguiente Amparo fue a su tienda principal. Se extrañó al ver que Baltasar Irusquieta no estaba allí.
-Elena –preguntó Amparo a la encargada- ¿Baltasar ha salido a tomarse el cortadito?
-No Amparo, no ha llegado todavía –respondió la aludida.
-Que raro. Lo llamo –dijo Amparo.
Tenía una sensación extraña, un oscuro presentimiento. No en vano, Baltasar Irusquieta era persona puntual. A lo largo de los años, podía haber enfermado pero su esposa Inés llamaba puntualmente a las nueve para informarla y en la misma mañana le llevaba el parte de baja.
El teléfono sonaba y sonaba. No había respuesta.
-Elena, mira a ver no sea que me equivoque con algún número.
-No Amparo, no te equivocas. Es correcto.
-Bueno, le seguiremos llamando –decidió Amparo-. Son mayores los dos y quien sabe, quizás se les ha estropeado el despertador.
Al cabo de una hora, al no haber conseguido contactar con ellos, Amparo decidió ir a casa del contable.
Al llegar, vio detenidas ante el portal una ambulancia y una patrulla de policía. Entró en el inmueble y subió hasta el segundo piso. A través de la puerta abierta encontró la mirada llorosa de Inés, la esposa de Baltasar Irusquieta.
-¡Señorita Amparo! –sollozó la mujer abriendo sus brazos.
-Pero, ¿qué ha pasado Inés?
Por toda respuesta, los sollozos de la mujer y dos sanitarios llevando una camilla con un cuerpo tapado hasta la cabeza.
Un agente de policía le preguntó, mientras el doctor Puig, el médico al que conocía desde hacía años, atendía a Inés llevándola con suavidad hasta el sofá.
-Mi nombre es Amparo Ramírez y el señor Irusquieta trabaja en mi empresa como contable.
-Bien señorita Ramírez –informó el policía-, el señor Irusquieta ha sido hallado muerto esta mañana por su señora.
-Pero, ¿como?
-Al parecer ha muerto por causas naturales –relató el policía-, pero es obvio que hasta que tengamos los resultados de la autopsia no podemos poner la mano en el fuego, por así decirlo. De hecho estamos aquí porqué los vecinos han oído los gritos de la señora y han decidido llamarnos.
-¡Mi marido estaba bien de salud! –gritó Inés desde el salón.
-Tranquilícese Inés –oyeron decir al médico, con suavidad.
En ese momento, entró en el piso uno de los sanitarios que dijo algo al oído del médico. Este se acercó al policía y repitió la operación.
-Srta. Ramírez –inquirió el policía- ¿conocía Vd. bien al Sr. Irusquieta?
-Pues si…de hecho ya trabajaba en la empresa cuando la llevaba mi padre, hace unos treinta y cinco años.
-¿Sabe de alguien que le quisiera mal?
-A Baltasar? No, que va, si era una bellísima persona.
-Verá –explicó el policía-, con tantas novelas, películas y series de televisión policíacas, quien más quien menos va cogiendo afición a investigar. Uno de los paramédicos, al fijar la camilla en el interior de la ambulancia, ha decidido descubrir el cuerpo y ha notado en el cuello, a la altura de la carótida, unas marcas. Mirando con una lámpara, ha descubierto que son las huellas de dos dedos. Es decir, que la muerte de este señor no es tan natural como parecía. ¿Sabe si tuvo algún problema, algún altercado con alguien en los últimos días? Alguna diferencia, por banal que parezca…
-Pues…no –por la mente de Amparo pasaron sus tres sobrinos.
De repente se puso blanca. El sanitario la sostuvo.
-Señorita…
-Perdonen, es la impresión. Nunca habían asesinado a nadie que yo conociera –se justificó Amparo.
Le dieron un vaso de agua.
-Gracias. ¿Necesitan algo más de mi?
-No señorita, ahora mismo no –respondió el policía-, pero si me puede dar sus datos nos pondríamos en contacto con Vd. en caso de necesidad.
Ella se acercó a Inés, la abrazó y le dijo
-Inés lo que necesite, sabe que se lo digo de corazón. ¿Quiere que avise yo a sus hijas?
-Gracias señorita, mi vecina ya las ha avisado. Ya la llamarán ellas para lo del entierro y…-Inés no pudo controlarse y estalló en llanto.
-¿Dónde se lo llevan? –preguntó Inés al doctor Puig.
-Al Clínico, Amparo.
Amparo salió al rellano. Llegó hasta su tienda y, desde allí, llamó a Higinio para contarle lo que había sucedido. El mecánico dejó el taller en manos de sus empleados y se dirigió a la tienda de ella. Al llegar, la vio blanca como el papel.
-Higinio, no puedo creer que mis sobrinos hayan hecho una salvajada así. Pueden tener sus cosas pero no son capaces de matar una mosca.
-Por supuesto que no, cariño –respondió él, solícito-. Tiene que haber otra explicación. Quiero decir, que debe ser otro el culpable. ¡Elena!, por favor que alguien vaya al bar de enfrente y le traiga una tía a Amparo.
-Ahora mismo –respondió la encargada.
-Además, Higinio –razonó Amparo-, para matar a alguien así hay que tener conocimientos médicos, o de artes marciales, y lo más cercano a estos campos de mis sobrinos es abrir una caja de aspirinas y ver una película de tortazos.
-Si, claro.
-No se que hacer Higinio, no se que hacer –sollozó Amparo-. Lo primero sería hablar con ellos. No puedo ir a la policía con simples sospechas para que luego se envenene mi relación con mis sobrinos.
-Mira cariño –respondió Higinio cogiéndola de las manos-, vamos al taller, recojo mi coche y nos vamos a la facultad. Comemos allí con ellos, lo aclaramos todo y así te quedarás más tranquila.
Llegaron al taller. El coche de Higinio, un Chevrolet Corvette de 1967, estaba en la puerta ya que el había llamado a sus empleados desde la tienda para avisarles de que lo sacaran ya que había cuatro coches para reparar aquel día y su coche estaba al fondo.
Mientras Higinio acababa de tratar algunos temas con sus empleados, ella entró en el despacho y paseó su mirada por la estancia. En la pared, además del consabido calendario (el lo tenía de setas, tras asegurarle que jamás en la vida había colgado de la pared señorita alguna en paños menores), estaban los diplomas de los cursos que había superado: el de formación profesional en mecánica, uno en alemán con la estrella de Mercedes y fechado en Stuttgart, otro en español con el emblema de General Motors y fechado en Barcelona y el último, bajo una foto de él, en quimono, como cinturón negro de judo. Se quedo blanca. Había estado en aquel despacho otras veces pero nunca se había fijado. Escuchó un ruido a su espalda y se cerró la puerta del despacho.
Amparo empezaba a atar cabos.
-Tienes un diploma de la General Motors…
-Si, y un Corvette que lo fabrican ellos.
-…y otro de judo.
-Cariño…
-Me has engañado.
-Bueno…yo no diría tanto.
-¡Déjame!
Amparo salió corriendo del taller. Detuvo un taxi y le dio la dirección de la Facultad. Cuando había recorrido tres calles, cambió de opinión, le dio orden de ir hacia su casa.
Llegó, se quitó los zapatos y se desplomó sobre el sofá sollozando. Sonó el teléfono. En la pantalla aparecía el número de Higinio. No contestó.
Al minuto de parar de sonar, el teléfono volvió a reclamar su atención. De nuevo aparecía el número de Higinio. Descolgó el aparato, cortó la comunicación y lo dejó descolgado. Fue a la cocina y puso agua a calentar para hacerse una tila.
Al poco rato entró en casa Jorge, acompañado del doctor Puig.
-Tía…el doctor me ha llamado para avisarme de lo que había pasado. Lo siento en el alma.
-Jorge, que contenta estoy de que estés aquí –Amparo se levantó del sofá-, perdona por haber dudado de vosotros. En realidad, a quien debo temer es a…
Entonces vio al doctor y se recordó a ella misma diciendo que para matar a una persona de ese modo había que tener “conocimientos médicos”…
Recordó que el doctor tenía una hija casada con un joven americano cuyo padre era propietario de una empresa de ropa…
Que lucía de parentesco político con la General Motors…
Que conocía sus sobrinos y con el que se llevaba mejor era con Jorge…
Su cara reflejaba el miedo en estado puro y vio una sonrisa en el rostro del médico al comprender que ella había atado cabos.
-Jorge, me parece que tu tía ya lo ha comprendido todo –comentó el doctor Puig a Jorge-. Me parece que heredareis antes de lo previsto.
Los ojos de Jorge reflejaban el vacío absoluto. Un frío glacial.
-Como usted vea doctor.
-Eso si, esta vez habrá que preocuparse de borrar las huellas…
Amparo miraba de uno al otro sin ver salida. Era como un animal acorralado.
El doctor se acercó.
-Sujétala Jorge.
En ese momento se oyó el silbido del calentador de agua. Amparo sacó la tapa y soltó el agua hirviendo en la cara de su sobrino. Un alarido animal salió del fondo de la garganta de Jorge.
-¡Doctor! Por Dios, ayúdeme…
El doctor Puig vaciló un momento. Entró en tromba Higinio que le dio un empujón al doctor que le estrelló la cabeza en la pared dejándolo inconsciente. Tras él entró Juan. En la salita se escuchaba a José llamando a la policía.
Amparo con lágrimas asomando por sus mejillas, miró a Higinio. Iba a decir algo cuando él puso un dedo en sus labios.
-No es necesario cariño.
Amparo abrazó a Higinio y este la besó.