Buenas tardes. Bienvenidos a mi blog.
Está pensado para publicar aquello que pase por mi mente, bien sea realidad (comentarios sobre noticias de actualidad, historia, etc.) o ficción (relatos, novela, incluso poesía).
También me gustaría que aquellos que lo siguierais expresarais vuestras opiniones.
Ojalá en un futuro no muy lejano, todos (vosotros y yo) estuvieramos satisfechos de leer (los unos) y de publicar (el otro) en este, el que espero, de todo corazón, sea a partir de ahora, un espacio de ocio, reflexión y opinión.
Gracias. a todos.
Un saludo.
Ricard.

sábado, 1 de diciembre de 2012

REBAJAS.



REBAJAS.

La tarde era desapacible. No es que lloviera a cántaros. Como llover, llovía poco. La cuestión es que sin paraguas uno se mojaba. Y si lo abrías se lo llevaba el viento. Como llovía a rachas, Arturo decidió esperar a que amainara, entrando en unos grandes almacenes.
Se le abrió el cielo cuando comprobó que el establecimiento estaba lleno de gente. Miró, y a uno y otro lado, al frente y detrás, todo eran carteles de “Rebajas”.
Podía ser una tarde productiva. Al fin y al cabo la gente intentaba aprovechar unos precios más bajos para comprar aquello que necesitara sin ahondar más si cabe el agujero que ya tenían en sus bolsillos debido a la crisis.
Le acompañaba Miguel, su sobrino de siete años. Para su corta edad, el niño andaba sobrado de conocimientos en el arte de convertir la posesión en propiedad, si bien eso era un último recurso ya que, en principio, su función era la de hacer de gancho o de anzuelo para que las víctimas cayeran con mayor facilidad.
-Sobre todo no sueltes mi mano Miguel.
Oteó en derredor para tratar de localizar, no ya a los miembros de seguridad, que se ocupaban básicamente de que nadie saliera sin pagar, si no las cámaras que, aunque previstas para evitar que nadie se guardara ningún artículo sin pagar, también podían grabarles en acción a ellos.
Empezaron por algo sencillo. Más que nada para ir calentando los dedos. En la planta baja, había una especie de caja grande con oferta de bragas: “Pague tres y llévese cuatro”. Como siempre, ante este tipo de cajas, surgió la habitual disputa entre dos señoras ninguna de las cuales estaba especialmente dispuesta a renunciar a unas bragas talla grande, de color granate (en este caso, ya que Arturo había presenciado disputas igual de enconadas por bragas de color negro). Tal era su afán que en el forcejeo entre ambas, una fue a dar con su espalda contra el abdomen de Arturo, que respondió con un “huy”, sujetando a la señora con suavidad por la cintura.
-Ah, disculpe joven.
-No se preocupe señora, no ha sido nada.
Tío y sobrino siguieron su camino con un billetero de señora en la bolsa del niño.
-Tío, tengo pipi.
-Vale, vamos Miguel.
Mientras estaban en el interior del servicio, Miguel cogió el efectivo del billetero y tiró el resto a la papelera. Sesenta euros en efectivo. No iba a correr riesgos llevándose una tarjeta, al menos no sin seleccionar debidamente a la víctima.
Tras salir del servicio subieron a la siguiente planta: “Moda Hombre”. Bueno, pues no era mala planta. Al fin y al cabo, había ropa cara. Pero esa no importaba mucho ya que los compradores habituales de ese tipo de ropa usaban tarjeta y quizás era temprano para llevarse una. No. Además, no iba a actuar tan cerca de donde había actuado minutos antes. Su objetivo estaba en la séptima planta, donde estaba la electrónica. Según que aparatos, la gente los adquiría financiándolos. Otros de menor coste, no. Y se trataba ya de algún pico, como por ejemplo doscientos euros, al cual no estaba dispuesto a hacerle ascos.
Subiendo hacía su destino pasaron por la planta de “Moda infantil”. En esa planta, para que los padres pudieran hacer gastos sin tener que arrastrar a los niños, el almacén había situado, a la salida misma de las escaleras mecánicas, un estante con diversos juguetes y el consabido cartel de “rebajas”. Los niños son niños, a pesar de que puedan estar bien entrenados en según que artes. Y Miguel no era una excepción. Le dio un tirón que propulsó a Miguel al interior de la planta infantil.
-Miguel, no podemos entretenernos.
-¡Mira tío, mira! –le dijo el niño con los ojos desorbitados- una “play”…
-Ya te traerá una tu tío Rubén.
-Nooo tíooo…que estas son más guay…
Arturo se agachó, cogió al niño por los hombros y le dijo en voz baja:
-Escucha Miguel. Te prometo que el tío Rubén te traerá una de estas. No ves que el trabaja todo el genero y le dan más por el nuevo…
-¿Me lo prometes?
-Claro. ¿Cuándo he dejado de cumplir alguna promesa que te haya hecho?
-Vale, guay.
Reemprendieron el ascenso hasta la planta de electrónica.
Aquello era un hervidero. Parecía que regalaran los artículos. Pasearon por los diferentes departamentos: informática, imagen, sonido, música, películas, fotografía… Miraba diferentes artículos, con curiosidad pero sin mostrar demasiado interés. Un joven dependiente, deseando hacer la venta del día y poderse lucir ante el encargado, se le acercó.
-Buenas tardes, señor. Este ordenador es ideal para que su hijo se inicie en la informática.
-No soy su hijo, es mi tío Arturo.
-Ay que gracia…¿y tu como te llamas?
-Miguel.
-¿Te gusta la informática?
A Arturo aquello le pareció un interrogatorio en toda regla y, desde luego, no le gustó nada.
-No se preocupe, solo estamos mirando.
-Como quiera señor. Pero piense que es una oportunidad única.
-Tío Arturo, el tío Rubén los trae mejores que este.
-Ah, ¿que tienes un tío que vende ordenadores?
-No, los afana…
-¿Cómo?
-Nada, nada, ni caso…es que se junta con unos niños en el colegio…
-Comprendo…
-Bueno pues, buenas tardes…-llevándose a Miguel de allí- ¿Pero se puede saber que te pasa? Si te portas así tu tío Rubén no te traerá nada. No digas esas cosas, y menos a un extraño.
Mientras se alejaban el encargado se acercó al dependiente.
-¿Les conoces de algo?
-No señor, pensaba que iban a comprar.
-Muy bien –entrecerrando los ojos-. Veremos que hacen –y los siguió, con la mirada primero, a paso vivo después.
Arturo y Miguel se detuvieron en el departamento de imagen, justo en el apartado de televisores de pequeño tamaño, de esas que la gente compra para poner en la habitación.
Un hombre estaba a punto de comprar. No acabada de decidirse entre dos marcas. El dependiente le explicó que, por la diferencia de precio (uno valía 260 euros y el otro 310), el más caro era mucho mejor. Y podía financiarlo.
-No, no, la pago en efectivo.
-Como prefiera.
A Arturo se le hizo la boca agua y sus dedos ansiaron entrar en acción. Esta vez quien tropezó con la víctima fue el niño. Miguel aulló cuando el cliente le pisó el pie al retroceder. Arrancó a llorar.
-Perdona no te había visto…¿te he hecho daño? –se interesó el cliente agachándose hacia el niño con el dependiente a su lado.
La mano de Miguel le tendió la cartera a su tío. Cuando este se incorporó, se dio de bruces con el encargado y dos miembros de seguridad.
-Me temo que me tendrá que acompañar…y la cartera no le pertenece.
Arturo palideció y Miguel dejó de llorar de repente.
-¿Cómo? ¿Me han robado la cartera? ¿Pero esto que es? –dispuesto a enfrentarse a Arturo.
-No se preocupe señor –terció el encargado, interponiéndose-. Por supuesto la empresa se hace cargo, y para que Vd. no tenga una mala imagen nuestra el televisor se lo puede llevar sin cargo alguno. Se ahorra Vd. el engorro de hacer la denuncia. Ya la haremos nosotros. Y junto a la televisión, acepte Vd. mis más sinceras disculpas.
-Bueno…no se que decir…pues gracias.
-No hay de que. Y una vez más, disculpe por el mal rato. Fernández, entregue Vd. el televisor al señor. Buenas tardes.
El encargado abrió la comitiva, seguido por Arturo y Miguel. Cerraban los dos miembros de seguridad.
Entraron en una dependencia interior de los almacenes, cerrada por una gruesa puerta de acero, con otra más pequeña al fondo.
-Lleven al tío al departamento –dijo el encargado a los de seguridad, posando una mano sobre el hombro de Miguel-. Yo me encargo del niño. Tu y yo vamos a ser grandes amigos, ¿verdad que si bonito?
La mirada que vio Arturo en el encargado no presagiaba nada bueno. Esa mano más acariciaba que sujetaba. Con los ojos encendidos de lujuria y una sonrisa que helaba el corazón. Arturo gritó:
-Desgraciado suelta a mi sobrino.
Los de seguridad le sujetaron fuertemente y le arrastraron hacia la puerta del fondo mientras le ponían una inyección en la carótida. Antes de perder el sentido, Arturo pudo escuchar a uno de sus captores decir:
-Bueno…¿nos habían pedido un riñón, un hígado y un páncreas, verdad?