Buenas tardes. Bienvenidos a mi blog.
Está pensado para publicar aquello que pase por mi mente, bien sea realidad (comentarios sobre noticias de actualidad, historia, etc.) o ficción (relatos, novela, incluso poesía).
También me gustaría que aquellos que lo siguierais expresarais vuestras opiniones.
Ojalá en un futuro no muy lejano, todos (vosotros y yo) estuvieramos satisfechos de leer (los unos) y de publicar (el otro) en este, el que espero, de todo corazón, sea a partir de ahora, un espacio de ocio, reflexión y opinión.
Gracias. a todos.
Un saludo.
Ricard.

domingo, 29 de abril de 2012



Reflexión nº 3



Llega un momento en el que más que pesar los años pesan los meses, los días, las horas, los minutos.
Duele la ausencia y la soledad. A veces para estar sola no es necesario que no haya nadie a tu alrededor. Puedes estar rodeado de gente y sentirte solo.
Es como el que compra una entrada para ir a un estadio, a un acontecimiento deportivo o musical. Puedes estar rodeado de 100.000 personas pero estás solo.
Difícilmente le contarás al ocupante del asiento de al lado tus problemas o tus inquietudes. Es posible que durante 2 horas consigas distraerte. Pero al cabo de ese tiempo volverás a la realidad. A la dura realidad. Pasearás por calles y avenidas rebosantes de gente. Pero estarás solo. Y aunque no lo estés, si cuentas muchas penas y problemas, lo acabarás estando.
Todos tenemos problemas. En la mayoría de ocasiones una sonrisa asoma a los labios. Los disimula, los esconde. Pero están ahí. Y nadie quiere preocuparse por problemas ajenos. Bastante tienen con los propios.
Es el reconocimiento del individualismo. “Yo quiero que surja una hada madrina con una varita mágica que solucione mis problemas”. Sin embargo, respecto a los demás, lamentablemente, “no hice el cursillo por correspondencia de hada madrina (incluye varita mágica con la primera entrega). Por lo tanto “no tengo varita mágica” (conste que no es una imagen fálica) con la que solucionar los problemas de los demás. Y mi reloj es ya muy viejo, no me ubico. Por ello, tampoco tengo tiempo para solucionarlos.
Y voy reduciendo mi punto de vista. Casi llevo orejeras de burro. Eso hace que yo (lo focalizo en primera persona del singular pero, en realidad, hablo en primera persona del plural) crea que mis problemas, siempre, son causados por otros.
Y casi siempre es cierto. Pero también lo es que acabo culpando al que menos puede defenderse, al último en llegar.
Es un poco como el servicio militar obligatorio, en el que se cargaban las tintas sobre el reemplazo más nuevo, sobre el recién llegado, los llamados “ratas”, “reclutas”, “bultos”, etc.
No es mala imagen ya que la servicio militar ibas porqué no tenías más remedio. Algo parecido sucede con los últimos en llegar. Si en tu barrio no tienes pan vas a otro a buscarlo. La cuestión es que ni ti ni tu familia (si tienes alguna responsabilidad) paséis hambre.
Pero incluso la miseria crea envidia. No hablo de la envidia al que tiene más. Sencillamente asumes que no lo podrás conseguir y ya está.
Es la envidia al que tiene menos. Así, nos quejamos de que tal persona o tal familia puedan gozar de más ayudas por parte del Estado, ayudas de las que nosotros no podemos disfrutar.
Podríamos pensar que quizás se debe a que no ven cubiertas sus necesidades básicas. Pero, en lugar de eso, vemos un complot (judeomasónico, que diría un viejecito nada encantador que asoló estas tierras hace un tiempo) contra nosotros.
No pensamos que quizás ayer mismo éramos nosotros los que gozábamos de esas ayudas. O quizás si. Y es por eso por lo que nos quejamos. Porqué otros, que están como estábamos nosotros ayer, son los que ahora las disfrutan. Ya se sabe que las ayudas, cuando desaparecen, se echan en falta.
Ah, se me olvidaba. También son los responsables del paro porqué acaparan todo el trabajo. No cuenta que cubran aquellas ocupaciones que nosotros no consideramos cubrir, las menos cualificadas.
Nosotros ya no pedimos pan. Como mínimo, un pastel.













viernes, 27 de abril de 2012

Reflexión nº 2.

Habida cuenta que he estado varios días sin decir ni "mu", ahí va eso...



Reflexión no 2

Uno nace porqué nace. Porqué un señor y una señora así lo han decidido. A veces, incluso, sin decidirlo. Así, como por casualidad.
El tema es que uno no escoge donde nace (tampoco donde muere pero, de eso, ya escribiré desde el más allá).
Más o menos uno se va formando conforme al carácter del señor o de la señora (o de ambos dos, que eso también sucede) que han tenido a bien traerlo a este llamado “valle de lágrimas”.
Cuestión distinta es que uno, de natural, sea como ambos responsables del aterrizaje. Que puede ser que no. Que no necesariamente.
Que pueden ser de derechas y tu ir a manifestaciones por la paz mundial y el aborto libre y gratuito. Que pueden ser de izquierdas y tu ir por el mundo con la cabeza rapada y un bate de beisbol.
Que no siempre lo que se siembra sale erguido, que a veces se tuerce. Y que uno puede decidir (en teoría estamos en un mundo libre) ser un pepino o un higo (hay quien decide ser ambos, pero, esos, son los menos).
En definitiva, pepino o higo lo es en si mismo sin importar si descienden de un berenjenal y una tomatera.
Que (siguiendo con la horticultura) hay quien hace fortuna con una alcachofa en la boca y quien sueña que no le falte el plato de lentejas.
Y eso, en el 90% de los casos (ya pasamos a las matemáticas y dejamos la botánica) no depende de los responsables del “aterrizaje”.
Depende de cómo cada uno resuelva la ecuación en que se convierte la vida. En que seamos capaces de despejar las incógnitas (¿qué caray es “x”?) y solucionar el problema.
En el 10% restante, el pepino o el higo (ya volvemos con la botánica) siguen a pies juntillas el manual de instrucciones. No se desvían del camino trazado, y eso los hace agradables a los sacros ojos de sus
divinos progenitores, pero de escasa utilidad en el quehacer diario. Son más rebaño que pastor. Salen más trasquilados que trasquilan.
Y con el paso de los años se arrepienten de no haberse decidido por el camino que hubieran o hubiesen preferido. De haber “hecho lo correcto”. Porqué vida no hay más que una. Y es tuya. Nadie la vive (o la debe vivir) por ti.
Todo aquello que no vivas, bien sea por indecisión o por ser agradable a los sacros ojos de tus divinos progenitores, ya no lo puedes volver a vivir. Pasa de largo y llegan las lamentaciones (“podría haber hecho esto o aquello”) y las culpas (“no lo hice porqué no me dejaron”).
Pero, realmente, no lo hizo porqué no decidió hacerlo. Por el “qué dirán”, por ejemplo. Por ser “oficialmente” bueno, correcto.
Y cada minuto, cada segundo que pasa, no lo vuelves a vivir.
Cierto es que, en ocasiones, hay que contar hasta 10 para hacer algo. Pero en la mayoría de los casos se trata de lanzarse a la piscina. 99 de cada 100 piscinas tienen agua y no te romperás la crisma.
Pongamos un caso concreto.
Uno nació porqué nació. De hecho no tocaba. Debía ser una llaga en el estómago y acabé siendo un espermatozoide “recordman” de los 100 metros lisos.
Tal afición por la velocidad produjo estupor en mis progenitores. No en vano consideraban cubierta su cuota dedicada al incremento de la población mundial con el aterrizaje de mi hermana en este valle de lágrimas.
Mala cosa el llegar sin ser llamado. Eso si, aceptado el próximo aterrizaje (y hay más de 9 meses para aceptarlo), todo son parabienes. Pasas a ser el centro de atención, el enano nuevo del circo.
Cierto es que, si has llegado mucho más tarde que tu hermana (pongamos 10 años) pasas a ser de cristal. O un jarrón Ming (dicho sea para darme mayor importancia).
Dos puertas abiertas son una corriente de aire y, siendo algo muy delicado, una posible pulmonía. Razón por la cual (y a pesar de que en el momento de mi aterrizaje no existía o no se tenía noticia en ambientes tan proletarios como los que me vieron crecer, el aire acondicionado) era preferible pasar algo de calorcillo en verano que provocar una corriente de aire que resquebrajara el jarrón Ming.
De hecho ya de muy pequeño, tanto que en mi casa no tenían que comprar mancuernas para mantenerse en forma (aparte de que, en aquel entonces, se llamaban “pesas”, eso de las “mancuernas” ya es más actual), sufrí una subida de fiebre mayor que lo habitual en personajes de tan pequeña talla.
Pequeña convulsión y le llamaron “principio de epilepsia”. Nunca se volvió a reproducir (es decir, que más que un “principio” fue un “principio y final”) pero significó que, oficialmente, siguiera siendo un jarrón Ming hasta los 14 años. Digo “oficialmente” porqué extraoficialmente nunca he dejado de serlo.

Reflexión nº 1.

Buenas noches.

A lo que publico hoy lo llamo "Reflexiones". Intenta ser más real que de ficción. Más una forma de ver la vida, la economía, la política, etc., que crear historias nuevas. Más observar lo que nos rodea que crear universos nuevos y seres más allá de la vida corriente.

Son textos a veces ingenuos (a propósito), a veces punzantes.

Así pues, ahí van mis primeras reflexiones.




Reflexión no 1

En líneas generales los seres humanos creemos en la frase “tal como trates, te tratarán”. Somos así de confiados.
¿Qué nos lleva a ser tan confiados? El día a día. Las cuestiones de mínima importancia. Lo es pagar un café que te tomas en un bar, el periódico que compras.
Mayor importancia tiene adquirir una cafetera, por ejemplo. El café es el trato con los conocidos, ligeramente amigos. La cafetera es una relación a la que le puedes dar mayor importancia. Por ejemplo, una relación de pareja. Todos los días tomas un café, pero no te compras una cafetera cada día.
Cuando lo haces piensas que si la cuidas, la cargas de agua, le limpias los filtros, le limpias la cal, ella te responderá dándote un buen café. No ves posible (o probable) que el café salga aguado, que no salga o que se obture. Tal es tu confianza en el trato dado.
No piensas que pueda tener defectos de fábrica. Además, estoy hablando de una cafetera. Está en garantía y si tiene defectos de fábrica la cambias y en paz. En el caso de una relación, hablo de defectos de fábrica de la relación, no de la persona.
Pero cuando no es una cafetera sino una persona, le coges cariño y, aunque viniera con garantía, difícilmente la utilizarías para cambiarla.
La diferencia de las cafeteras con las personas es que hay otras variables a tener en cuenta (aparte de los defectos de fábrica).
Me refiero con ello a la propia voluntad. En el caso de las cafeteras sería que decidieran por si mismas no funcionar.
¿A qué sería inverosímil? Porqué ¿qué razón tendría una cafetera para dejar de funcionar? ¿Porqué si?
En cambio, en los seres humanos existe el “porqué si”. Le llamamos “libre albedrío” y, lo que es un gran invento para el desarrollo del ser humano, para su libertad personal, es un error garrafal en distintas situaciones de la vida.
Porqué querer a alguien, apoyarla, cuidarla, mimarla, amarla con todo tu corazón (y ser correspondido) no casa con que, sin sin discusión alguna (cargar de agua, limpiar filtros, limpiar la cal), sin daño o merma (avería por inexistencia de cuidados), termine una relación.
Si en invierno tu estás a gusto cubierto con un batín, al amor del calor de la chimenea, de la calefacción o de la estufa, sencillamente, no te despojas de la ropa, te quedas como viniste al mundo y sales a la intemperie. No tiene sentido (dejando aparte la pulmonía que puedes sufrir).
Nos entristecemos, incluso nos desesperamos, porqué no sabemos porqué esa cafetera ha dejado de funcionar. Porqué las cafeteras no hablan. Pero las personas, si (no se yo si el ejemplo de las cafeteras es adecuado al caso).

martes, 24 de abril de 2012



MICROCUENTOS



11-01-2012



En fin, la noche se cierne sobre nuestros párpados. El frío nos invita a refugiarnos entre las mantas. Como el sol funde la nieve, su calor nos da vida.
Llegará el café matutino, el periódico y sus tristezas, aquella sonrisa y aquellas tristezas, acaso una mueca de dolor. Pero llegará un nuevo día, nuevas esperanzas y esperanzas viejas.
Y volverá a cernirse la noche sobre nuestros párpados y a invitarnos el frío a refugiarnos entre las mantas…



14-01-2012



Mañana será un nuevo día. Con suerte saldrá el sol. O quizá no. Puede que manden las nubes, negras como la conciencia de un asesino, la niebla, que venda los ojos y cala los huesos, la tormenta que agita Thor, el dios vikingo del trueno. Puede que rezumen los muertos de sus tumbas para saciarse de carne humana y los vampiros su sed de sangre.
Puede…y puede suceder tanto…Que descanséis, tengáis felices sueños y no demasiadas pesadillas. Solo las justas.



16-01-2012



Cae el manto de la noche sobre nuestros hombros cansados. El frío de las sombras atenaza nuestros huesos. El tic tac del reloj, inexorable, señala el final del día. Las criaturas de la noche se adueñan de las sombras.
Cubríos, tapad vuestro cuello, que no se sabe nunca cuando despertaremos o si despertaremos.
Buenas noches a todos. Felices sueños y dormid con un ojo abierto. Je, je, je…

(comentario de Cristina Valero Fuentes)

No dejes colgando fuera del colchón ni pies ni brazos pues las criaturas de la noche podrían arrastrarte al inframundo, cuya puerta se halla bajo tu cama. Ja, ja, ja.



16-01-2012



La niña le miraba con ojos suplicantes. Había perdido a su papá. Estaba aterida, apenas con un jersey a todas luces insuficiente para resguardarla del frío. En el bosque, de noche cerrada, poco podía buscar a nadie.
La llevó a la cabaña, encendió la chimenea y le puso un plato de comida caliente que la chiquilla apenas tocó. Intentó llamar por teléfono a la policía pero las líneas no funcionaban bien con ese tiempo. Decidió prepararle la cama a la niña para que descansara. Cuando la pequeña se durmió, él decidió velar su sueño sentado en su sofá frente a la chimenea. Pero el cansancio le pudo y le venció el sueño. Tuvo un sueño agitado, plagado de angustias y pesadillas.
Despertó con las primeras luces del alba. Apenas podía moverse. No entendía que le pasaba. Se notó falto de aire, cada bocanada costaba un gran esfuerzo. Giró su rostro hacia la butaca contigua a la suya y vió a la niña, con un hilillo de sangre en la comisura de sus pequeños labios, diciéndole “ahora si que me he alimentado como es debido”, con la satisfacción reflejada en aquella tierna sonrisa que mostraba dos colmillos bañados en sangre.


17-01-2012



Llegó al portal de su casa de madrugada. Cuando fue a pulsar el botón del ascensor se produjo un apagón. Vivía en el cuarto piso. Se le hacía un mundo subir a pié.
Inició el ascenso. El silencio de la noche hacía que cada ruido, por pequeño que fuera, se amplificara. La oscuridad se hacía opresiva, agobiante.
Al llegar al rellano del segundo piso la imaginación campaba a sus anchas. A la altura del tercero empezó a notar un escalofrío recorriendo su columna vertebral.
Por fin llegó al cuarto, estaba a un metro de su puerta cuando escuchó una voz a su lado diciéndole: “no tengas miedo de estar solo, no te dejaré”. Miró la mano posada sobre su hombro: no tenía carne, ni músculos, ni venas, solo hueso. Puro y escalofriante hueso…



19-01-2012



El hombre llegó a su casa a las 7:00 pm cansado de una dura jornada de trabajo. Se sentó en su butaca preferida no sin antes haberse servido una copa de Macallan de 18 años y poner en su equipo de música la “Sinfonía fantástica” de Berlioz.
Quería relajarse pero, por encima de las sublimes notas del compositor francés, escuchaba un goteo molesto. Intentó aislarse pero no pudo. Se concentró para localizar la molestia. Acabó localizando la procedencia en el piso superior.
Subió. Entró en el baño y entonces recordó: esa mañana, antes de ir a trabajar, consiguió que su mujer callara para siempre. La puso en la bañera y, como siempre, hasta muerta, ella no hacía más que fastidiarle, y goteaba el agua y la sangre.
Ahora, ¿cómo iba a limpiar el desastre que ella, pedazo de cochina, había hecho incluso después de muerta?



20-01-2012



Entró en la iglesia con las manos manchadas de sangre, el llanto fluyendo libre de sus ojos y la respiración agitada. Se dirigió al confesionario. Estaba vacío. No se veía un alma en el pequeño templo. Lanzó un grito de desesperación.
De pronto, cayó en la cuenta de que esa iglesia era diferente. La cruz estaba del revés y los ropajes que cubrían el altar, negros.
Retrocedió lentamente hacia la puerta. Escuchó unos pasos ir hacia él. Se volvió y vió ante si a un hombre impecablemente vestido, sus sienes plateadas y…los ojos rojos:
-¿Dónde vas? Al fin y al cabo estás en el sitio indicado. Has matado a un hombre. Esta es la puerta de entrada a tu nueva morada.
El suelo se inclinó, abriéndose lentamente. Un calor abrasador y un fuerte olor a azufre salían de la grieta. Él no podía mantener el equilibrio.
Antes de caer, vio una sonrisa burlona dibujada en el rostro del que iba a ser su casero para toda la eternidad.



20-01-2012



Sentía el frío en cada poro de su piel. La lluvia le martilleaba sin compasión. Esa tarde había salido con la bicicleta a hacer ejercicio por la carretera de montaña cercana a su casa.
No pudo hacer nada cuando el Porsche le esquivó por los pelos y el aire que generó lo lanzó a la cuneta, con tan mala fortuna que se golpeó la cabeza con una roca. Seguía vivo pero no podía moverse. Era una carretera poco transitada.
Pasaron los segundos, los minutos, las horas y no pasaba ningún coche. “Alguno pasará, me verá y llamará a una ambulancia o me llevará al hospital”, pensaba el desafortunado ciclista.
Pero pasaban los segundos, los minutos, las horas y no pasaba nadie.
Y sentía el frío en cada poro de su piel.
Y la lluvia le martilleaba sin compasión.
Y las fuerzas le iban abandonando. Ya era noche cerrada cuando escuchó el aullido de un lobo. Le vio acercarse, olisquearlo.
Sintió un dolor punzante en el cerebro cuando el lobo empezó a devorarlo…


23-01-2012



Habían hecho fortuna. Su marido había creado su propio negocio tras conseguir notoriedad, fama en su sector y dinero, y ella dejó su trabajo para dedicarse a su gran pasión: escribir.
Cambiaron su piso en el Eixample barcelonés por una casa en Pedralbes. Rondaban ambos la cuarentena y tenían dos hijos los cuales disfrutaban de sendas becas Erasmus, uno en Oxford, la otra en la Sorbona.
Ella, por aquello de cuidar la forma física, tras levantarse por la mañana acudía al gimnasio, no sin antes haber desayunado con zumo de naranja incluido. Tras dos horas de ponerse en forma volvía a su casa.
Se dedicaba, ordenador en ristre, a investigar cuanto fuera necesario para la novela que estaba escribiendo. Cuando era necesario acudía a la biblioteca o a entrevistarse con alguien que le pudiera facilitar la información que necesitaba. Después de comer, se ponía frente al ordenador a dar forma a su novela.
Él, en cambio, se dedicaba a su nuevo negocio. Se marchaba de casa a las ocho de la mañana y volvía a las ocho de la tarde. Su negocio era como un bebé que acabará de ponerse a andar: no era cosa de descuidarlo no fuera a caerse.
La cuestión del cambio de domicilio llevaba una consecuencia consigo. En el Eixample había vida a todas horas, en Pedralbes no. Si descontamos, claro está, cuando había tráfico, es decir, aproximadamente tres coches cada media hora.
Era el primer día completo en su nueva casa. Dieron las seis de la tarde y ella estaba frente al ordenador en el salón. Cuando dejaron de sonar las campanadas en el reloj, empezaron a suceder cosas: se movió el jarrón de la mesa, se abrieron las puertas y se cerraron con un golpe y, con todo ello, se escuchaba de fondo una respiración agitada. Bajó la intensidad de la luz y se agotó la batería del ordenador portátil.
Ella, lógicamente, se asustó. Llamó a su marido y este no daba crédito a su relato. Era hombre analítico y creyente en todo aquello que fuera capaz de tocar con sus propias manos.
Al llegar por la noche la encontró acurrucada en una esquina de su habitación, apenas capaz de articular palabra. A duras penas consiguió calmarla y llegar a entender que aquello que ella le contaba había durado una hora, larga y angustiosa para ella. Pensó que habría una explicación razonable para todo aquello, quizás un pequeño movimiento sísmico.
Al día siguiente ella estaba más tranquila y él se fue a trabajar. Aproximadamente a las seis menos cuarto de la tarde, tuvo una reunión con un cliente. Este, al despedirse, sabedor del lugar donde él había ido a vivir, le dijo:
-La verdad, se nota que no es Vd. persona que crea en trasgos, demonios y cosas similares, porqué la fama de su casa…
-¿A qué se refiere?
-Verá…hace unos diez años desapareció de allí sin dejar rastro un hombre. La policía y los vecinos creían firmemente que su esposa lo había matado y había escondido el cadáver. ¿Dónde? Nunca lo encontraron. Se dice que, desde entonces, nadie ha sido capaz de vivir allí. Se escuchan y se ven cosas y alguna mujer de las familias que la han intentado habitar, ha sido hallada muerta de un infarto. Sanas como una manzana, ¿eh?, pero muertas de un infarto. Malas lenguas dicen que, como a ese hombre lo mató su esposa, busca venganza en cada mujer que encuentra en la casa, acaso confundiéndola con la suya porqué, ¿qué sabe uno de lo que piensan los fantasmas, no? Ja, ja, ja…
Él se puso lívido. Se despidió del cliente y, aunque faltaba una hora para el momento en que tenía por costumbre regresar a su casa, se dirigió al parking como alma que lleva el diablo.
Salió quemando rueda. Esa tarde encontró todos los semáforos en rojo. Llegó a su casa a las siete treinta de la tarde. Abrió la puerta tembloroso, casi no atinaba con la llave, presa de los nervios.
Entró en el salón y encontró a su esposa sentada en el sofá. Lívida la expresión, extraviada la mirada, boquiabierta, y sin resquicio de respiración.
Otro infarto. Y eso que ella estaba sana como una manzana.


24-01-2012



Le habían visto rondar el colegio. Esperaba en la acera de enfrente cada tarde, diez minutos antes de que salieran los niños. El pelo entrecano, pegado al cráneo. El abrigo gris como pegado al cuerpo, como si fuera su segunda piel.
Salían los niños y cunado el último partía acompañado de su madre, padre o de uno de sus abuelos, él se alejaba del colegio.
Así transcurrieron los días, las semanas. El hombre no molestaba a nadie, pero su presencia creaba inquietud en quienes le habían visto, en quienes intuían su presencia.
Un día, a la salida de la escuela, una madre no encontró a su hijo de ocho años. La desesperación hizo presa en todos. La familia de ese niño había sufrido lo suyo: el bisabuelo murió en la cárcel, el abuelo en accidente laboral y el padre del niño tuvo que soportar la carga de llevar adelante la familia a muy temprana edad. Nadie había visto al niño entre que acabó la última clase y la salida de la escuela.
La policía interrogó a padres y personal de la escuela. Una profesora recordó al hombre que esperaba frente a la escuela. Pero nadie más lo había visto. Solo ella. Al final, la policía dejó de creerla, la interrogaron pero no hallaron prueba alguna para procesarla. A pesar de ello, y por todas las sospechas, maledicencias y desconfianzas que afloraron en el transcurso de la investigación, la profesora de matemáticas perdió su trabajo.
El día que estaba recogiendo sus cosas supo que el niño había aparecido muerto, flotando en el río. Entre sollozos, erró en el archivador que debía abrir. Encontró un expediente que, a su vez, cubría una fotografía. Lo reconoció al instante: era el hombre frente a la escuela.
Descubrió que se trataba de un antiguo profesor de la escuela. Cincuenta años atrás se le acusó de la muerte de un niño al que encontraron ahogado en el río. Le condenaron a muerte. Antes de sentarlo en el garrote seguía proclamando su inocencia.
Dos meses después la policía detuvo a un delincuente que confesó haber matado al niño.
Al llegar la profesora a su casa, dejó las cosas en la habitación y fue a consultar la hemeroteca del principal periódico de la ciudad. El apellido del auténtico asesino era Saavedra…como el del niño que encontraron en el río hacía una semana…como el del padre que llevó adelante a su familia, como el del abuelo que falleció en accidente laboral, como el del bisabuelo que falleció en la cárcel…después de haber matado a un niño, después de que ejecutaran con garrote vil a un profesor que proclamó su inocencia hasta el final…que tenía el pelo entrecano pegado al cráneo, el abrigo gris como pegado al cuerpo, como si fuera su segunda piel…


26-01-2012



Y le dolía la soledad, preñada de ausencias y olvido. No en vano hacía seis meses que había enterrado a su marido. Fueron cincuenta años juntos. Y esos años tuvieron sus momentos, mejores y peores, que de todo hubo. Pero echaba en falta esos pies que se juntaban a los suyos para darle calor, esa sonrisa dulce, fiel, que le daba ánimo en sus peores momentos, en momentos de dolor, de sufrimiento, que van parejos a la edad.



Pero ¡qué remedio! Toca acostumbrarse; acostumbrarse a que la mitad de la lechuga se ponga mustia porqué es demasiado para ella sola, a comprar dos pescadillas porqué no hay más comensales, a tener vergüenza de pedir cincuenta gramos de jamón york porqué cien son demasiados para una persona y más para una persona de su edad.
Lo único que la consolaba era que sus recuerdos eran más cercanos a sus años mozos, a los primeros años en que estaban juntos. Cada día se acentuaban más esos recuerdos antiguos, reconocer más las viejas fotos que las nuevas, a sus padres que a sus nietos.
No en vano recordaba a sus padres. Su madre, gran aficionada a la botánica, puso a sus tres hijas nombres de flor: Hortensia, la mayor, Margarita, la mediana (y protagonista de nuestra historia), Rosa, la menor.
El padre era hombre severo, chapado a la antigua. Siempre creyó que poner nombre a una hija era cosa de mujeres, y de hombres ponerlo a un hijo. Cosa curiosa porqué, persona laboriosa pero de poca imaginación, así como su esposa puso nombre a sus hijas en función de su afición, él puso José a su hijo, como él, porqué no era cosa en la que perder tiempo ni entendederas pensando.
La soledad se hacía más llevadera con su cita diaria con Hortensia y Rosa, a las cinco de la tarde para tomar el té (costumbre adquirida de la estancia de su nieto en Londres).
Preparó las tres tazas con sus platitos. La fuente con pastas. Todo sobre el mantel de puntillas que adornaba la mesa del comedor (regalo de su hermana Hortensia el día de su boda).
Hablaron largo y tendido. Su padre era severo en extremo. No en vano las hijas siempre tenían que ver a su novio en compañía de algún familiar, hoy una hermana mañana una tía. Cada beso robado era un tesoro con el que soñaban. El cansancio las abrumaba. La postguerra obligaba a trabajar más horas que un reloj. Había que llevar el plato a la mesa y cada uno el suyo.
Dos horas duraban sus citas del té. Pasado ese tiempo Hortensia y Rosa se iban a su casa y ella preparaba la cena. Verdura y pescado con un poco de fruta para rematar, que no era cosa, a su edad, de llenar la tripa tanto que no pudiera conciliar el sueño.
Así fueron pasando los meses. Con la particularidad de que, curiosamente, cada día hablaban de recuerdos más antiguos.
Una tarde de mayo, con Hortensias, Margaritas y Rosas en flor, la nieta de Margarita llegó a casa de su abuela. La encontró sentada en le sofá. La televisión vociferando las vergüenzas de Fulanito y Menganita. La nieta, doctora en medicina, tomó el pulso a su abuela. El corazón ya no latía y ella, con todo el dolor de su corazón, certificó su muerte.
Ya hacía tiempo que le hablaba de sus hermanas. Hortensia y Rosa llevaban años muertas y su abuela, Margarita, le confesó que tomaba el té con ellas. Cosas de la edad, se decía antes.
La nieta era cirujana cardiotorácica pero tenía colegas en el hospital que podían atenderla, entre ellos un reputado neurólogo que trató a su abuela pro bono.
Faltaban las últimas pruebas para diagnosticarla. Podía tratarse de Alzheimer o de Demencia Frontotemporal. Sea cual fuere la enfermedad, la mente de su abuela, sus recuerdos, se iban apagando. Quizás fuera mejor que su corazón se hubiera parado. Quizás se hubiera salvaguardado su dignidad.
La nieta miró la mesa con su mantel de puntillas, con las tazas y sus platitos. Tres juegos. Y los tres utilizados. Uno con carmín de cereza (el mismo que llevaba su abuela), el otro rosa pálido y el tercero intenso. Los tres carmines que utilizaban las tres hermanas. Y la vecina afirmaba que hacía semanas que nadie entraba en casa de la abuela. ¿Acaso eran las imaginaciones de la abuela, las propias de la enfermedad, sea cual fuera? ¿Cómo podían explicarse las manchas de carmín?
Lo único que la consoló, que hizo que dejara de pensar en cuestiones más allá de su analítico raciocinio, fue la sonrisa que le pareció apreciar en el inerte rostro de su abuela.
(In memoriam de todos aquellos que dejaron su vida por el Alzheimer –como mi abuela materna Joaquina- o por la Demencia Frontotemporal –como mi padre).



26-01-2012



Llegó y tomó asiento en un taburete en la barra del bar. Le dolía el alma de tanta tristeza, de tanto desamor. Quizás encontrara consuelo en el fondo de una botella, en aquella copa amiga, aquella que trae nubes a la mente y alegría esperando lo que no llega, y haciéndote creer que llegará. Aquella copa en cuyo fondo se hallan las esperanzas vanas, las sonrisas forzadas, los besos que no llegan.
Llegó al bar y tomó asiento, en fin, con la esperanza de encontrar borracho aquello que no encontraba sobrio. Recordó los besos, las caricias, las promesas de amor eterno…el abandono, el olvido, la indiferencia.
Recordó, en fin, la alegría de la presencia, el dolor de la ausencia. Y a medida que entraba el alcohol en su garganta, fluían las lágrimas de sus ojos. Nunca había dado tanto por tan poco. Ni se había sentido tan humillado. Le dolía cada paso, cada respiración. Le anestesiaba la copa amiga. Iba apagándose día a día.
Al despertar por la mañana le dolían los pulmones, se ahogaba. No sentía otra cosa que la ausencia.


27-01-2012



Olía a alcohol y desinfectante. En eso eran parejos un hospital público y una clínica privada. Al menos en algunas de sus dependencias. Pero, presuntamente gratis o de pago, el pus es pus y la sangre es sangre. Esos olores lo ponían enfermo. Que ironía: donde la gente acude a recuperar su salud, el se ponía enfermo.
No ayudaba a mejorar su estado el que el buen doctor, eminencia mundial en su campo, le anunciara que a su esposa no le quedaba de vida más que un partido de fútbol, a lo sumo con prórroga, pero difícilmente llegaría al lanzamiento de penaltis.
El quedó hundido. Sentado en un sofá, con la mirada perdida. Levanto los ojos y vio al buen doctor hablando distendidamente con una colega. Su esposa era una paciente más, un número en sus estadísticas.
Pero para él, su esposa era su mundo. La persona con la que compartía su vida, los momentos de felicidad y los sinsabores. A los hijos no los eliges: los encargas y te salen como te salen. Son un melón. Te puede salir bueno o malo. Pero a tu pareja la eliges. Perderla es morir un poco.
Pero es la tuya, no la del doctor. Los médicos conviven con la muerte a diario. Están habituados, quizás son inmunes al dolor.
De pronto le invadió la rabia más absoluta. Deseó ¡Dios le perdone! Que el buen doctor sintiera el mismo dolor que él sentía, que un ser querido sufriera como sufría su amada esposa.
Nunca había creído en cosas más allá de su raciocinio, pero he aquí que se abrieron de golpe las puertas y entraron a la carrera varios médicos y enfermeros portando una camilla sobre la que, arrodillada, una doctora intentaba reanimar a un niño.
Al buen doctor le mudó el rostro. Un grito escapó de su garganta. Quien yacía inerte en la camilla era su hijo de doce años. Se había desplomado mientras jugaba a basket en el patio de la escuela. Decían. A duras penas había recuperado la consciencia por un momento. Decían. El niño sufrió un infarto cuando ya llegaba la ambulancia. Decían.
La doctora intentaba reanimar al niño y el buen doctor ya no sonreía. A él se le dibujó una sonrisa en el rostro.
-¿Vale la pena?
-¿Perdón? 
-Darse por satisfecho con el dolor ajeno. ¿Acaso cree que eso devolverá la salud a su esposa?
Algo había en la mirada de aquel anciano, llamémosle paz, que impedía una réplica airada. Se borró la sonrisa del rostro de él. En realidad el anciano tenía razón. Su esposa seguía agonizando y el sufrimiento del buen doctor no se la iba a devolver.
Por otra parte, ¿de qué sirve que los demás sufran cuando sufrimos nosotros? ¿qué se amarguen cuando estamos amargados?
La vida sigue. No importa cuantos se apeen del camino, si son uno, diez, cien…alguien sin reparar en el dolor ajeno, sonreirá satisfecho porqué es feliz: habrá encontrado trabajo, habrá aprobado un examen, habrá conseguido una cita con la mujer amada…
Él miró a su mujer. Sonreía. La besó y ella le dijo “te quiero”. Con una expresión llena de paz, dejó este mundo. A él le cayeron las lágrimas.
-Ella descansa. Recuerda los buenos momentos y que no se borren de tu memoria –dijo el anciano-. Y recuerda que no se es más feliz por el sufrimiento ajeno.
Él quiso responderle, darla la razón o las gracias. Ya no sabía que quería decirle.
Sin embargo, el anciano ya no estaba.
Miró en derredor y había desaparecido…


28-01-2012



Era un gran chef. O al menos así le consideraban los grandes entendidos. Invitado de honor en las mejores casas que, en ocasiones, le pagaban pequeñas fortunas para deleitar a sus invitados con los platos más refinados.
Era, a su vez, un perfecto anfitrión. Soltero, aunque no por falta de pretendientes, su casa no por modesta dejaba de estar impecable. Decorada con gusto exquisito, limpia como una patena y todo en perfecto orden.
Esa noche recibió en su casa la mejor crítico gastronómico. Este le había alabado, pero decía que notaba un ingrediente que no podía identificar, secreto que era el responsable último de la exquisitez de sus platos.
Aquella noche le sirvió un consomé de verduras con tostas de jabalí, faisán a la vinagreta de miel y frutas del bosque, para terminar con una crema fría de chocolate blanco. Todo ello regado con un excelente vino del Priorat. Después sirvió el café (Jamaica Blue Mountain, por supuesto) y un excelente Armagnac, del que dieron buena cuenta.
Caídas ya tres cuartas partes de la botella, responsabilidad en gran parte del crítico gastronómico, el chef dijo:
-Hoy va a conocer Vd. mi ingrediente secreto…
-¿En serio? –brillaron los ojos del crítico-
-Acompáñeme a la cocina.
Los vapores del Armagnac, ayudados por el trabajo previo del Priorat, le hacían difícil tenerse en pie. Entró en la gran cocina del chef y creyó que lo que veía era a causa del alcohol.
Sentada en una silla, atados brazos y pies a la misma, estaba su hija de catorce años, inconsciente, y con un tubo que salía de su brazo. Sintió nauseas, la cabeza le daba vueltas…
-¿Lo ve? –dijo el chef- apenas un chorrito de sangre de adolescente basta para dar un toque personal a mis platos. Y no malgasto, ¿eh? Que cada niña me dura varias semanas. Ya habrá visto a Vd. en las noticias que solo desaparece una cada tres o cuatro semanas, je, je, je…Vd. lo sabrá apreciar…





29-01-2012



Isabel era una abuelita encantadora. Todo el mundo en el barrio la apreciaba. Ayudaba a todos. También es cierto que, cuando ella lo necesitaba, por ejemplo cuando llegaba cargada con la compra, los demás la ayudaban a ella.
Esa tarde, Ana, la vecina del tercero primera, bajó para hablar con ella. Estudiante de periodismo, tenía que hacer un trabajo consistente en la entrevista a una persona anónima. Pensó que los recuerdos que atesoraba después de tantos años y circunstancias vividas podían ser un buen material.
La encantadora anciana no la defraudó. Sus recuerdos daban para una entrevista de carácter social, histórico. Animada porqué alguien mostrara interés por su vida acabó contándole algo que Ana, ni en sus mejores sueños, hubiera podido imaginar.
Isabel, en su época de funcionaria del Ministerio de Asuntos Exteriores, había sido reclutada por el KGB. No le costó demasiado aceptar. De hecho, se había hecho funcionaria porqué era un trabajo seguro, un trabajo para toda la vida. Pero en modo alguno simpatizaba con el Régimen. Cierto que era peligroso, pero algo había que hacer para combatir a la dictadura.
Al principio se dedicaba a pasar material clasificado, secretos de papel. Posteriormente dio un paso más y se dedicó a informar sobre las redes de agentes en los países del Pacto de Varsovia.
Los agentes con cobertura diplomática fueron detenidos y expulsados por “actividades incompatibles con su cargo”. Otra cosa fue con los miembros de las redes que eran nacionales de esos países. Fueron detenidos y ejecutados, no sin antes haber sido interrogados “a fondo” durante días.
A las dos horas, y en lo mejor de la entrevista, sonó el timbre. Isabel fue a abrir. Entró un hombre de unos cincuenta años, metió la mano en el interior de su chaqueta y sacó una pistola. Una detonación sorda rompió la calma del piso de la anciana. Una mancha roja apareció en la frente de Ana. El hombre se volvió y le dijo a Isabel:
-Vd. sabía que su actividad era, es y será secreta para siempre. Se requiere discreción, silencio. Ya no nos podemos fiar. Lo siento.
Levantó el arma y una segunda mancha roja apareció en una frente. Esta vez en la de la encantadora anciana…


30-01-2012



“Yesterday, all my troubles seemed so far away…”, el viejo tem de The Beatles sonaba en la habitación. El la miró a los ojos con frialdad, los ojos de ella lo miraban con pavor. No en vano tenía atados brazos y piernas, la boca amordazada, los ojos llorosos.
Miraba con pavor su gesto, esa sonrisa falsa que horas antes le había parecido encantadora.
Esa mirada fría que horas antes le pareció cálida desde esos ojos azules.
Esas manos que, suaves, la acariciaron firmemente y que ahora sujetaban una antigua navaja de afeitar.


30-01-2012



Estudió Bellas Artes. Se había convertido en una experta en Goya. Lo que más la atraía del maestro aragonés eran sus obras más macabras, empezando por “Los fusilamientos de La Moncloa”, pasando por “Los desastres de la guerra” y acabando por su obra preferida “Saturno devorando a sus hijos”.
A pesar de sis pocos años de licenciada (apenas cinco), gozaba de gran consideración entre la comunidad científica. Aunque había quien consideraba que estaba obsesionada con Goya.
Una tarde de abril, en el British Museum en Londres, donde ejercía como comisaria de la exposición “Goya y sus desastres”, se detuvo ante su cuadro favorito, cedido expresamente para la exposición, en el que Saturno seguía, para toda la eternidad, devorando a sus hijos. Un inspector de Scotland Yard se acercó a ella para entrevistarla, en busca de sus conocimientos. Un asesino en serie había copiado en Londres varias de las obras de Goya, mayoritariamente “Los desastres de la guerra”. Quería saber, estaba desesperado porqué no encontraba un hilo del que tirar.
¡Pobre infeliz! Suerte, para él, que ella no tenía hijos porqué si no, aparte de un incidente diplomático, habría encontrado restos de un niño…
¿Llamaría alguien a eso obsesión?


31-01-2012



1984. Lola era una mujer confortablemente instalada en la cincuentena. Viuda hacía cinco años, su difunto esposo poco arreglada la había dejado. Aprendiz de todo maestro de nada, no había cotizado lo suficiente como para que ella percibiera una pensión digna.
Lola no tenía estudios ya que con veinte años se había casado con Paco, su difunto esposo, y se dedicó a cuidar de la casa y a criar los hijos. Al fin y al cabo, era lo que tocaba en los años cincuenta.
Carmen, la mayor, había salido estudiosa. De pequeña le gustaba “Perry Mason” y acabó por convertirse en abogada. Ya había volado del nido pues se casó con un juez.
El pequeño, Antonio, era cosa distinta. Siempre tuvo muchos proyectos…que nunca acabaron en nada. Estudiaba Filosofía, y tanto pensar en el conocimiento ajeno acabó perdiendo el suyo. Empezó a frecuentar malas compañías. “Trabajos de campo” los llamaba él.
Lola empezó a notar que Antonio desmejoraba día a día. Se tornó irritable y sus horarios eran intempestivos . Tanto que sus noches eran días y sus días noches.
Lola era la señora de la limpieza de una oficina bancaria, cada día desde las dos y media hasta las seis de la tarde, excepto los sábados que trabajaba desde la una hasta las tres de la tarde. Lógicamente, para trabajar a esas horas, tenía la llave del Banco y la clave de la alarma.
Los empleados eran como una segunda familia para ella. Incluso, por Navidad, conseguían que el Departamento de Personal le entregará la tradicional cesta navideña a ella (a pesar de que trabajaba para una empresa externa , no para el Banco). De lunes a viernes, ella les cubría si querían salir antes. Los sábados ellos la cubrían a ella si no iba.
Un día su hijo llegó a casa a las siete de la mañana. Se dirigió a su madre y le dijo:
-¡Dame las llaves del Banco y la clave de la alarma!
-Pero, ¿qué dices?
-¡Que me las des, coño, que tengo que pillar caballo!
Sus ojos hundidos parecía que quisieran salir de sus órbitas. La navaja brilló al reflejo de la luz de la mesilla de noche antes de que Antonia la apoyara en el cuello de Lola. 
A ella se le rompió el corazón. Sus lágrimas afloraron, quien sabe si fue más por el miedo de tener un cuchillo en el cuello o por ver que quien lo apoyaba era su propio hijo, sangre de su sangre.
El más básico sentido de conservación la hizo acceder. Atada y amordazada, los peores presagios la asaltaban. Nada bueno podía esperar ya de su hijo.
Paso la peor hora de su vida sin poder moverse, sin poder gritar, esperando lo peor en cualquier momento.
A través de la ventana, abierta para soportar el calor del estío, escuchó el sonido de la radio de la vecina. Era un avance informativo. Alguien había atracado un Banco. El ladrón esperó dentro a que llegara el primer empleado. Nadie sabía como podía estar allí, como había entrado, como había desactivado la alarma.
Obligó al empleado a abrir la caja fuerte, la vació y lo degolló. Sus compañeros, horrorizados, se encontraron el panorama al llegar.
Lola sabía quien había sido antes de que Antonio llegara con la camisa manchada de sangre y una bolsa.
Ella sabía que era la única persona que podía identificarle.
Ella sabía que no podría olvidar la muerte de un amigo.
Ella sabía que iba a morir. 
Ella lo sabía antes, incluso, de que el cuchillo de Antonio empezara a rasgar su cuello.


01-02-2012



Siempre había sentido fascinación por el Antiguo Egipto. De niño lo estudió por pura afición. De adulto había viajado dos veces a Egipto para admirar sus monumentos.
La mitología egipcia era terreno abonado para la fecunda imaginación que anida en cualquier adolescente. A medida que se entra en la edad adulta la imaginación la empleamos en otras cosas.
No era, sin embargo, el caso de Carlos, el protagonista de nuestra historia.
-¿Por qué –razonaba él- ha de ser más cierto el orden religioso actual que el de los antiguos egipcios?
En cierta ocasión Luis, un amigo suyo, volvió de una estancia de vacaciones en Egipto. Le trajo de regalo una estatuilla de Anubis, el dios chacal, guardian de los cementerios. Generalmente estas estatuillas las compraban los turistas en bazares y tenderetes callejeros. No fue este el caso.
Luis le contó que se lo había vendido un anciano al que conoció por la calle en Luxor. Balbuciendo a duras penas el inglés, el anciano le dijo que se lo llevara, que le iba a proteger a él y a los suyos, que veía en él un alma bondadosa.
La verdad es que la estatua estaba muy bien hecha. Parecía que los ojos le siguieran a todas partes. Luis, azorado, quiso pagarle algo al anciano y este lo rechazó, no le estaba vendiendo nada, le regalaba algo. Para no ofender al anciano, le invitó a tomar un té y a fumarse una shisha, cosa que aceptó de buen grado.
Luis pensó en regalársela a Carlos, ya que este era tan gran aficionado al Antiguo Egipto. Así lo hizo cuando volvió a casa.
Carlos estaba muy contento. Ninguna de las cosas que había adquirido en sus dos viajes a Egipto eran tan bonitas como aquella, ni desprendían un aura tan poderosa, tal como si, en lugar de una obra hecha para turistas fuera una antigüedad verdadera.
La puso en su habitación, sobre la cómoda. Al principio a su esposa, Miriam, sin dejar de gustarle, la inquietaba. No sabía decir porqué. Quizás eran esos ojos que la seguían a todas partes. Pero al cabo de una semana se había acostumbrado y la estatua era una pieza más del mobiliario.
El sábado siguiente fueron a la boda de unos amigos fuera de la ciudad. El convite se celebró en un hotel ya con la idea de que, quienes quisieran, pudieran pasar allí la noche, ya que no era cuestión de que la policía les multara en un control de alcoholemia, que ya se sabe que en una boda se acostumbra a beber más de lo habitual.
Carlos y Miriam decidieron aceptar la invitación y pasaron la noche en el hotel, volviendo a su casa a la mañana siguiente, después del desayuno.
Al llegar a casa les pareció que la puerta había sido forzada. Volvieron al coche y llamaron a la policía. Cuando llegó la patrulla, Carlos y Miriam entraron tras ellos.
El espectáculo era dantesco: en su habitación yacían dos hombres. Sobre la colcha, el ordenador portátil, el DVD, joyas y otros objetos.
Yacían muertos.
A dentelladas.
Parecía que un gran perro les hubiera atacado, pero allí no había huella alguna.
Solo una gota de sangre en uno de los colmillos de la estatua de Anubis, el dios egipcio guardián de los cementerios, el dios chacal…


04-02-2012



Podría haber tenido como libro de cabecera alguna obra de Goethe, Rilke, Hoffman, Schiller o Hesse, pero lo que descansaba sobre su mesilla de noche era el “Mein kampf” de Adolf Hitler.
El coronel de las SS Otto Frank se sintió orgulloso cuando fue designado responsable de la seguridad de los atletas extranjeros en los Juegos Olímpicos de 1936 que se iban a celebrar en Berlín. Alemania confiaba en él.
Llegaron las delegaciones extranjeras y ya la primera noche un suboficial de las SS informó de que en la representación USA había un encargado de material judío, Isaac Levin, que se paseaba por la villa con la kipa sobre su cabeza, creando malestar entre la guardia.
Levin hizo caso omiso del aviso de los SS, al contrario, cuando llevaba la kipa sonreía a los guardias, cosa que incrementaba su malestar.
Aún a riesgo de provocar un incidente internacional, Otto Frank dio la orden de “solucionar” el problema.
La noche siguiente, el miembro del equipo americano fue hallado muerto en un callejón. Le faltaban dinero, reloj y anillo. Tal parecía que hubiera sufrido un atraco violento.
Para celebrar sus honras fúnebres llegó de Londres el rabí David Meir, tío del difunto, hombre severo y gran medievalista.
“Y siguieron dos días de lluvia y el barro fue abundante, y el rabí tuvo con que elaborar al ejecutor de su venganza”.
Y la segunda noche desaparecieron dos SS de la guardia asignada a la legación USA, apareciendo desmembrados a la mañana siguiente.
Hermann Göering puso a las SS y a la Gestapo a disposición de Otto Frank para investigar el caso.
Sin embargo, la noche siguiente, desapareció el teniente al mando de la guardia de la representación americana, apareciendo al amanecer como sus colegas: en medio, el tronco, y separados, la cabeza, los brazos y las piernas.
Un cabo SS fue interrogado durante horas puesto que afirmaba haber visto a un gigante de barro acercarse al teniente. Gran aficionado al vino del Rhin, el cabo fue confinado en los calabozos de Prinz Albertstrasse, sede de la Gestapo.
Esa mañana Göering no fue tan comprensivo con Otto Frank. El coronel se jugaba su puesto…y quizás algo más.
Frank decidió jugárselo todo a una carta. Acudió a ver a un viejo rabí de Berlín a pesar de que, de natural, ese hubiera sido el último lugar al que, como nazi convencido, iría.
Le dijo el rabí:
-Se porqué has venido coronel. Te han enseñado a no creer en nada de lo que cree mi pueblo. A pesar de ello has venido hasta aquí. Permíteme que te cuente una historia:
“Dicen que siglos atrás, un rabí muy sabio y con conocimientos mágicos perdió a su mujer y a su hijo en castigo por defender a su pueblo ante un todopoderoso señor. El rabí, en venganza, construyó un hombre de barro. Le puso un corazón y dibujó sobre el pecho de la criatura un palabra mágica. Y el hombre echó a andar. Y se le conoció como “El Golem”, convirtiéndose en el terror de los esbirros del señor y de este mismo. Tal era la fuerza de la criatura que no quedaba miembro en su sitio ni hueso por remover”.
-Ahora, coronel, en ti está creer o no esta historia.
Otto Frank no creía en viejas historias…y menos judías…¿qué diría Göering si se enterase? Sin embargo, hablaba de un hombre de barro (como dijo el cabo) y de víctimas desmembradas (como las habían encontrado).
Esa noche, acompañado de su ayudante, el sargento Schirach, se acercó a la residencia de los americanos para investigar.
A las dos de la madrugada unos gritos desgarradores despertaron a todo el mundo. Los SS corrieron al lugar del que procedían dichos gritos.
Al llegar, encontraron al sargento Schirach riendo como un demente, sin ojos y con rastros de barro alrededor de sus vacías cuencas, al lado del cadáver del coronel Otto Frank, desmembrado. Sobre él se encontraron dinero, un reloj y un anillo…


05-02-2012



REBELION EN EL MERCADO



Carmen llegó de Mercabarna con el pescado que iba a vender ese día. Lo descargó de la camioneta y fue dejando las cajas en el interior de la parada. Antes de subir las persianas quedaba mucho trabajo por hacer.
Va ordenando los diferentes pescados: aquí los rapes, un poco más allá las merluzas, al lado los atunes, allí cigalas, gambas y langostinos. Escórporas, sardinas, boquerones y las reinas de la parada, las langostas, con la competencia de los bogavantes al lado, debidamente acompañados por mejillones, berberechos y almejas.
Puso los precios en los carteles de cada tipo de pescado y de marisco.
Estando todo preparado, antes de abrir fue al bar del mercado a tomarse un café con leche caliente, que se lo pedía el cuerpo.
Cuando terminó, y antes de que llegara su hija Paula (a la que, recién casada, permitía llegar un poco más tarde, a tiempo de abrir las persianas), volvió a la parada. 
Su sorpresa fue mayúscula al ver que todo estaba revuelto. Los carteles con el precio por los suelos. Los pescados, ordenados de tal forma que sus ojos parecían escrutarla. Los moluscos abrían y cerraban sus conchas amenazantes cuando Carmen se acercaba.
Notó un dolor en el dedo más pequeño del pie, miró y vio que un bogavante se lo había seccionado con una pinza. Trastabilló y cayó al suelo mareada.
Todavía consciente, vio que el resto de bogavantes la rodeaban. Una langosta, majestuosa, dirigía las operaciones desde el estante superior. Al ritmo de sus antenas ordenaba los movimientos del resto de animales.
Aterrorizada, antes de perder el conocimiento, todavía pudo sentir como diversas pinzas cortaban su carne…
Lo cierto es que la policía no creyó la declaración de Paula. La detuvieron y el Juez de instrucción la acusó formalmente. Incluso su abogado pensó en alegar “incapacidad mental transitoria” porqué veía claro que su cliente no regía mucho, tal era el convencimiento con el que Paula contaba la historia. 
Pero policía, Juez de instrucción y abogado defensor empezaron a dudar cuando, en el mismo mercado, se descubrió una escena similar: esta vez en una pollería, con su propietario muerto a picotazos…


06-02-2012



EL ARBOL


-Buenas noches, papá. Buenas noches, mamá.
-¿Ya te has lavado los dientes?
-Si, mamá. ¿Puedo dejar la luz encendida?
-Ya eres mayor para eso. ¿De qué tienes miedo?
-No, papá, es que quiero leer un poco.
-Bueno, pero no mucho rato que mañana tienes colegio.
Alex subió al piso de arriba, de una bonita casa a cuatro vientos, a doscientos metros de la de los vecinos. Le gustaba leer, pero tenía miedo. Por supuesto que tenía miedo. Le disgustaba el viento. Ese viento que, amenazador, gritaba con voz ronca y agitaba las ramas de los árboles.
Se acostó e intentó leer un poco. La lectura le ayudó a distraerse y cuando le venció el sueño apagó la luz.
Hasta ese momento la noche, quieta, mansa, no había dado pie a sus temores.
Hasta ese momento…
Porqué, en plena madrugada, despertó de su quietud, de su mansedumbre, con una tormenta tal que parecía se fuera a quebrar la casa. Cayó el diluvio universal, el viento agitó violentamente las ramas de los árboles.
Entonces, el más cercano a la casa golpeó con furia la ventana de la habitación de Alex. Este se despertó a tiempo de ver las ramas golpear de nuevo la ventana.
Alex gritó con todas sus fuerzas.
Se encendió la luz de su habitación y entró su padre.
-¿Qué ha pasado? ¿Has tenido una pesadilla?
El padre vio las ramas golpear el cristal. Su hijo estaba lívido.
-Solo es la tormenta, Alex. Duérmete otra vez, no pasa nada.
Cerró la luz y Alex intentó dormirse. 
Lo intentó con todas sus fuerzas. Pero no pudo. Se cubrió hasta la nariz. Solo asomaban sus ojos.
De pronto, vio la rama golpear de nuevo la ventana, ¡y le pareció que el tronco tenía ojos!
Aquello no podía ser. De ninguna manera.
La rama se insertó en la parte inferior de la ventana.
La subió.
En medio del agua y el viento que invadían la habitación, la rama se abrió paso.
Alex estaba inmóvil, paralizado por el miedo.
La rama llegó a la cama y se enroscó en el cuerpo del niño.
A Alex no le salían los gritos.
Lentamente, casi con delicadeza, la rama retrocedió llevando consigo a su presa.
Amaneció soleado. Parecía que la naturaleza quisiera compensar por la tormenta de la madrugada anterior.
La madre de Alex entró en la habitación para despertarle. Su hijo no estaba en la cama, la ventana estaba abierta y la alfombra empapada. Sobre las sábanas, restos de ramitas.
Llamó desesperada a su marido. Salieron fuera y encontraron, cerca del árbol, una de las zapatillas de Alex.
Y como si fuera una rama más, encontraron la otra zapatilla…aún calzando el pie de su hijo, todavía unido a su pierna que salía del interior del árbol…


07-02-2012



LA DISCUSION.


Era una mañana gris, lluviosa. Fría como la mano de la muerte que le había arrebatado a su esposa.
Pablo estaba en pie frente a la tumba de Carlota. Hacía diez días que la habían enterrado.
Sufrió un accidente de tráfico. Su coche patinó en un día lluvioso como ese.
En dos años nunca discutieron. Cosas nimias, banales, si. Pero discusiones salidas de tono, ninguna. Hasta el día del accidente. Pablo le dijo:
-Tu no eres el centro del mundo. Si no eres feliz conmigo nos divorciamos.
Carlota se echó a llorar, cogió las llaves del coche y se fue.
A Pablo le mortificaban esas últimas palabras. Fue lo último que Carlota escuchó de sus labios. Dos años de felicidad y cinco minutos de estupidez.
La echaba de menos, ¡cuánto la echaba de menos!
Parecía que toda la lluvia hubiera caído sobre él. Cuando llegó a su casa temblaba. Se tomó la temperatura. Tenía fiebre. Tomó un vaso de leche caliente, una aspirina y se acostó.
Tuvo un sueño intranquilo. Despertó de madrugada. A su lado estaba Carlota.
-Pablo, estás ardiendo.
-Carlota…¿cómo…? ¿qué…?
-Pablo, estás delirando. Llamaré al médico.
-No, no…
-Pues te daré un antipirético a ver si te baja la fiebre.
Ella le llevó el medicamento y un vaso de agua.
-Carlota…he tenido una pesadilla horrible.
-Tranquilo, ha sido la fiebre. Vuelve a dormir tesoro.
-Pero sabes que la discusión de ayer…lo que dije no lo pienso realmente. Sabes que te quiero. 
-Lo se tesoro. Duérmete.
Carlota le besó en los labios dulcemente. Pablo, más tranquilo, finalmente se durmió.
Despertó por la mañana. Estaba solo en la cama. En su mesilla el vaso de agua, mediado como quedó de madrugada. En la mesilla de Carlota la caja de antipiréticos.
Así que era cierto. Carlota estaba viva. La pesadilla había sido creerla muerta. Sin duda ella estaba de camino a su trabajo. Ya eran las ocho.
Pablo se encontraba mejor. Una ducha, el desayuno y se pondría a escribir. El editor quería tener el manuscrito para el próximo mes y él todavía no estaba del todo satisfecho.
Después del desayuno se dirigió al despacho. Conectó el ordenador y abrió el cajón superior de la mesa para sacar su bloc de notas.
Debajo es este encontró un recordatorio…el recordatorio del entierro de Carlota.
Fechado once días antes…


09-02-2012



LA PUERTA CERRADA.

Ya no me quedan lágrimas, ni fuerzas, ni aire en los pulmones de tanto gritar. La puerta sigue cerrada. Es sólida, gruesa, de madera. El único ventanuco está demasiado alto. Veo el cielo de día, las estrellas de noche.
Se oyen gritos de vez en cuando. Algunos gritan como yo, pero parece que nadie escuche o quiera escuchar.
Otros gritan de dolor. Son gritos que se clavan en el alma, en lo más hondo.
¿Cuánto llevo aquí? He perdido la noción del tiempo. Grito otra vez:
-No he hecho nada, por favor abran la puerta, suéltenme…
De pronto, se abre la puerta. Un guardián entra y me da un bofetón. Caigo al suelo aturdido. El gusto metálico de la sangre invade mi boca.
Otro guardián entra y deja una escudilla con comida, un troo de pan y una jarra de agua. Los guardianes salen sin siquiera dirigirme la palabra.
Tengo hambre, tengo sed. Aunque me venza la desesperación, mi cuerpo exige su alimento.
Las estrellas entran por el ventanuco. Lágrimas en los ojos, sangre en la boca, cansancio de cuerpo y mente. Una mezcla que no deseo a nadie. Pero el cansancio manda y me vence el sueño.
Al amanecer entran dos guardias. Sin decir palabra me sujetan, me esposan las manos a la espalda y me sacan al patio. Me meten en un furgón.
Después de un corto recorrido, el furgón se detiene en otro patio. Me llevan a una sala en la que esperan tres jueces, un fiscal y un abogado al que veo por primera vez. No entiendo lo que dicen. Hablan otro idioma.
Cuando todo ha terminado, mi abogado, que descubro que habla mi idioma, me lo resume. Eso si, a su modo.
-Ha cometido Vd. un grave crimen contra el Estado.
-Pero si yo no he hecho nada. Ni tan siquiera hablo su idioma…
-No finja. ¿Acaso cree que no lo saben?
-¿Saber el qué?
-Bueno, Vd. mismo. De hecho ahora ya no importa. Total, en diez minutos le guillotinarán…
Se me nubla la vista. El mundo me viene encima. Vuelven a entrar los guardias. Esta vez son cuatro. Me inmovilizan y me esposan las manos a la espalda.
Me bajan al sótano. Hay una puerta al final del pasillo. La abren y me introducen en una habitación grande. Intento patalear pero no puedo. Estoy bien sujeto.
Levanto la vista y entonces la veo: allí está la guillotina.
Levantan el cepo. Me tumban en la plancha y me atan a ella. Cierran el cepo.
Suena un resorte y escucho como cae la cuchilla…









lunes, 23 de abril de 2012

Bienvenidos al blog

Buenas tardes. Bienvenidos a mi blog.
Está pensado para publicar aquello que pase por mi mente, bien sea realidad (comentarios sobre noticias de actualidad, historia, etc.) o ficción (relatos, novela, incluso poesía).
También me gustaría que aquellos que lo siguierais expresarais vuestras opiniones.
Ojalá en un futuro no muy lejano, todos (vosotros y yo) estuvieramos satisfechos de leer (los unos) y de publicar (el otro) en este, el que espero, de todo corazón, sea a partir de ahora, un espacio de ocio, reflexión y opinión.
Gracias. a todos.
Un saludo.

Ricard.