Buenas tardes. Bienvenidos a mi blog.
Está pensado para publicar aquello que pase por mi mente, bien sea realidad (comentarios sobre noticias de actualidad, historia, etc.) o ficción (relatos, novela, incluso poesía).
También me gustaría que aquellos que lo siguierais expresarais vuestras opiniones.
Ojalá en un futuro no muy lejano, todos (vosotros y yo) estuvieramos satisfechos de leer (los unos) y de publicar (el otro) en este, el que espero, de todo corazón, sea a partir de ahora, un espacio de ocio, reflexión y opinión.
Gracias. a todos.
Un saludo.
Ricard.

sábado, 21 de julio de 2012

FIESTA



                                                                FIESTA.


Siempre habían sido muy religiosos. Les venía de familia. De hecho, los padres de Federico, Ramón y Clara, demócratas y religiosos, se habían visto atrapados entre dos fuegos durante la guerra civil española. No en vano se sintieron perseguidos por la FAI en un lado y por la misma dirección del bando fascista.
El resultado fue que Federico quedó huérfano de padre a la tierna edad de diez años y criado por sus abuelos paternos (de probada fidelidad al bando vencedor) ya que su madre estuvo presa hasta que él hubo cumplido los veinte años.
De ella, de la infancia que pasó a su lado, recordaba su dulzura. Él siempre era para ella “su ángel”. Recordaba el olor a jabón y aquel perfume con aires de lavanda que, cerrando los ojos, le hacía ver la imagen de su madre en su juventud.
Sin embargo, tanto la educación que recibió de sus abuelos como la de su madre, tenían un punto en común: la religiosidad. Eso si, la de sus padres tenía como centro el amor, la de sus abuelos el temor.
Eran gentes de misa diaria y la dominical vestidos con sus mejores galas. Para ellos, el cielo era el premio a su devoción cristiana en la tierra.
El poco tiempo que tuvo para disfrutar de su padre le sirvió para aprender que el pueblo es soberano y ningún soberano tiene el derecho, terrenal o divino, de someter al pueblo. Hombre de firmes convicciones, de fuerte carácter y sonrisa fácil para apaciguar cualquier temor.
Ahora, con veinticinco años, y tras haber estudiado derecho, se había casado con la que había sido su novia desde que tenían dieciocho años él y dieciséis ella, de nombre Montserrat.
Ese domingo era festivo por doble motivo ya que bautizaban a su hijo recién nacido, Manuel. De buena mañana había sido un día con actividad febril. Montserrat iba de arriba abajo, de izquierda a derecha y de dentro a fuera. ¿Estaban a punto las peladillas? ¿Planchada la camisa de Federico? ¿La ropita de Manuel a punto? ¿No habría alguna mancha inoportuna en su vestido?
Para acabar de aderezar la ensalada en que se había convertido ese domingo, llegaron los abuelos de él. La abuela, Francisca, con gesto severo, se dedicó a hacer una revisión a fondo de la casa. El abuelo, Joaquín, tomó asiento en el jardín para aprovechar la bonanza de esa mañana de mayo. Miró a Montserrat sin decir nada. Ella sabía que era su manera de decirle que quería tomar un café.
Al poco llegó Clara, la madre de Federico. Su hijo y Montserrat la recibieron con un beso. Los abuelos, sus padres, torcieron el gesto.
-Vaya, hoy parecía un buen día y de repente se ha nublado –gruñó el abuelo.
-Yo también me alegro de verle, padre –respondió Clara.
La abuela le lanzó una mirada furibunda.
-Madre –la saludó Clara.
La abuela entró en la casa dejando a todos en el jardín.
A la media hora, salía todos en comitiva hacia la iglesia. Clara en el mismo coche que su hijo y su nuera. Al llegar a destino, vieron en la puerta a los padres de Montserrat, Francisco y Rosa, comerciantes que no tenían opinión política evidente, temerosos de Dios y de la Guardia Civil.
-Hijos míos, y mi chiquitín…-la madre de Montserrat cogió en brazos a su nieto.
-El padre nos espera…-terció la abuela de Federico con gesto adusto, consiguiendo que la mujer devolviera el niño a su hija inmediatamente.
-Lógico madre –intervino Clara-, sin el niño no hay bautizo. Y porqué le haga unos mimos su abuela no le va a arruinar el domingo.
Al abuelo se le congestionó el rostro.
-Buenos días –saludó el sargento de la Guardia Civil-. Buen día para bautizar a un cristiano. Esta país no anda sobrado de ellos, a pesar de la limpieza que hicimos durante la cruzada –mirando con sorna a Clara.
-No del todo –respondió ella- fíjese en el lamparón que lleva en la guerrera.
-¿Lamparón? ¿Qué lamparón? –mirándose la guerrera preocupado.
Entraron en la iglesia.
-Muy ingeniosa mamá, pero algo imprudente. No conviene hacerse enemigos de ese tipo –le susurró su hijo a Clara.
-Hijo, no hago enemigos, los mantengo –replicó Clara.
Los padrinos fueron el abuelo Joaquín y la abuela Rosa.
 Joaquín, hombre severo, de gesto adusto y marciales formas, sujetó a su nieto sobrado de eficacia y carente de ternura. No es que no quisiera a su nieto, es que no era viril demostrar el amor que le profesaba. Eso quedaba para las mujeres. Él seguía siendo el cabeza de familia y no perdía ocasión de demostrarlo.
Era precisamente por su posición que habían acudido a la ceremonia las fuerzas vivas del pueblo. El alcalde, el sargento de la Guardia Civil y el párroco, lógicamente. Les gustara o no a su nieto y, sobre todo, a su hija Clara.
Terminada la ceremonia, fueron todos al convite que se celebró en el jardín de la casa de Joaquín y Francisca. Al fin y al cabo era su nieto, el nieto de Joaquín Vidal, el hombre más poderoso de la comarca, dueño de tierras de cultivo y de una fábrica de bicicletas que daban trabajo a buena parte de los lugareños.
Fabián, el viejo mayordomo de su abuelo, los recibió con una sonrisa. No en vano había visto crecer a Clara y había pasado muchas horas con su hijo Federico.
-Que alegría verles, señores. Por Vd. no pasan los años Señorita Clara.
-Gracias Fabián.
-A ver, Federico –dijo el abuelo, dándole la espalda al mayordomo que se retiró discretamente- en la mesa principal os sentáis Montserrat y tu con nosotros y las autoridades.
-¿Y mi madre? ¿Y los padres de Montserrat?
-Los he puesto en una mesa al lado, al fin y al cabo los que importan son los padres de la criatura, los dueños de la casa, y las autoridades, por supuesto.
-No lo veo así, abuelo.
-¿Me replicas? ¡Esta es mi casa y se hace lo que a mi me da la gana!
-No importa hijo –intervino Clara- nos sentaremos en la otra mesa. –y bajando la voz- Ten la fiesta en paz que es el bautizo de tu hijo y al abuelo, a sus años, no lo cambiarás tu ni nadie.
-Pero madre…
-Hazlo por tu hijo. Tendremos más días para estar juntos sin gruñones de por medio –dijo Clara, mirando a su padre con una sonrisa burlona.
-¡Si por mi fuera no estarías aquí ¡–respondió Joaquín.
-Si no fuera por mi madre, ya nos habríamos marchado –soltó Federico.
Su abuelo levantó la mano.
Su hija se la sujetó en el aire.
-Ni se le ocurra ponerle la mano encima a mi hijo, padre.
-Desgraciada. ¡Sal de mi casa inmediatamente!
-Abuelo, quédese con sus amigos que mi familia y yo nos vamos. Vámonos –Federico hizo un gesto a su esposa y a sus suegros.
-¡Ni se te ocurra, desagradecido!
-¡Joaquín, haz algo, no lo consientas! –gimió Francisca.
-Hija mía –terció el párroco dirigiéndose a Clara-, una buena cristiana no falta la respeto a su padre.
-Ni un buen pastor regaña a sus ovejas porqué defiendan a sus crías del lobo –respondió Clara desafiante-, padre.
-Quizás si hubiera estado un tiempo con la Sección Femenina habría aprendido lo que se le olvidó casada con ese rojo –sentenció el alcalde.
-¡Deje en paz a los muertos! –respondió Federico- Usted no tiene ni la talla moral, ni la honradez necesaria para referirse a mi padre –siseó a un palmo de la cara del alcalde.
A Joaquín le dio un ataque de ansiedad.
-Joaquín, por Dios ¿qué tienes? –dijo Francisca, asustada, ayudándolo entre ella y el párroco a sentarse.
Joaquín se desmayó.
-Doctor Solans, por favor –ya acudía el médico del pueblo a atender al enfermo.
El sargento de la Guardia Civil dejó en la mesa el vaso de vino y se acercó desabrochando la pistolera.
-A ver, según parece no hicimos suficiente limpieza… Madre e hijo se vienen al calabozo.
-¡Ni se le ocurra tocar a mi madre! –Federico le dio un empujón al sargento que trastabillo y cayó al suelo con tan mala fortuna que fue a dar con la cabeza en la mesa quedando inconsciente.
-Al Doctor Solans se le acumula el trabajo –rió Clara-. No tanto como cuando certificaba los fallecimientos de los fusilados después de la guerra.
El aludido, con la mirada encendida, en cuclillas para atender al sargento, gritó:
-A mi la Guardia Civil.
Entraron a la carrera dos guardias que estaban en la puerta exterior del jardín, fusil en ristre.
-Detengan a Federico y a su madre. Han atacado al alcalde y al sargento.
Los dos guardias se abalanzaron sobre madre e hijo. Montserrat, viendo amenazado a su marido golpeó en la cabeza a uno de los guardias, no sin antes sacarle el tricornio de un guantazo. El otro guardia giró su fusil contra la joven y fue embestido por Federico.
 Francisco, el padre de Montserrat, dejó fuera de combate al Guardia de un puñetazo.
Sonó un disparo.
El sargento, que se había incorporado blandiendo su pistola, yacía en el suelo con un boquete en el pecho.
Frente a él Fabián, el viejo mayordomo, con su escopeta de caza.
-Señor Federico lo mejor será que se vayan a Francia. Vd., su esposa y sus padres, el niño y su madre.
-¿Y Vd. Federico?
-Ya soy viejo. Conmigo aquí tendrán con que entretenerse y eso les dará tiempo a Vds.
El alcalde intervino
-¿Acaso cree que lo consentiré?
-¿Acaso no sabe que una escopeta de caza tiene dos cañones? ¿Y que el otro está preparado? –respondió Fabián, haciendo enmudecer y palidecer al tiempo al alcalde.
-No se entretengan, recojan lo necesario y váyanse.
-Nunca lo olvidaré amigo mío.
Veinte años más tarde, en su casa de Ginebra, Federico, a la sazón jurista de Naciones Unidas, le contó a su hijo Manuel cual fue el final de la historia. Fabián había sido fusilado tras un consejo de guerra sumarísimo. Un viejo compañero de escuela del pueblo le había contado que al pobre habían tenido que sentarlo en una silla de cómo había quedado tras los interrogatorios. El abuelo Joaquín, superado por los acontecimientos y caído en desgracia para el Régimen, había fallecido en poco tiempo. Su corazón fue incapaz de aguantar. La abuela Francisca, sumida por la pena, sola en su casa, cuidada por el servicio, abandonada por todos, le había sobrevivido tan solo tres años.
-¿Nunca más hablaste con ella? –quiso saber Manuel.
-Hijo, siempre supe de ella por este amigo del pueblo. Al fin y al cabo era mi abuela. Pero ni ella tenía ganas de hablar con nosotros ni nosotros con ella. No habríamos sabido por donde comenzar. Porqué, en definitiva, a pesar de su edad, todavía teníamos que comenzar.













martes, 3 de julio de 2012



UNO


Llovía a cántaros. Parecía que la naturaleza fuera a resarcirse de los tres meses de sequía. La noche hacía más temible la tormenta. El agua corría entre las vetustas casas que componían el pueblo.
El viento, ululante, golpeaba los antiguos ventanales de madera como si quisiera arrancarlos. Carlos fue a por velas ya que la luz acababa de dimitir de sus funciones y los fusibles se habían declarado en huelga. Por un momento pensó que la situación se asemejaba mucho a las antiguas películas de terror de los años treinta. Suerte que era sábado y no había que madrugar al día siguiente.
De pronto, sonaron tres golpes en la pesada puerta de madera de la entrada. Abrió la puerta y se encontró frente a frente con su ex esposa.
-¿Te importa si entro? Hace una noche de mil demonios y mi coche se niega a seguir.
-Pasa, pasa.
Marisa entró en la casa sacudiéndose la lluvia de encima.
-Vaya nochecita…
-Estás empapada, ven frente a la chimenea que te secarás. No funciona la calefacción, lo siento, se ha ido la luz.
-No importa Carlos. La chimenea irá muy bien.
Marisa se quitó el tres cuartos que llevaba y Carlos constató que seguía siendo tan bella como siempre aunque hubieran pasado diez años y ambos estuvieran cerca de la cincuentena.
-Y bien, Marisa, ¿qué te cuentas?
-Nada nuevo, ya sabes…la vida de siempre, del trabajo a casa y de casa al trabajo. Excepto algunas ocasiones en que voy a Madrid a reuniones del Banco.
-Siempre has sabido que era un trabajo muy esclavo, bien pagado, pero esclavo. Y la verdad es que lo has antepuesto a cualquier otra cosa en la vida. De eso puedo dar fe.
-¿Me guardas rencor?
-No, para nada. Han pasado diez años y quedamos tan amigos. Supongo que el tiempo todo lo cura aunque nunca dejé de quererte.
-Pues tuviste una manera muy curiosa de demostrarlo rompiendo nuestro matrimonio.
-Se rompió solo Marisa. Es cosa de dos y yo estaba muy por detrás de tu trabajo. Si hasta te llevabas expedientes a casa el fin de semana…
-Bueno, no discutamos ahora –Marisa ladeó la cabeza, sonriendo.
-¿Qué te trae por aquí? Porqué el pueblo está a cien kilómetros de tu casa y que pasaras por aquí y se te estropeara el coche…
-Ja, ja, ja…bueno…me has pillado. En realidad tenía ganas de verte –Marisa puso una mano sobre una de las suyas.
A Carlos se le atropellaron los recuerdos. Ninguno de los dos había rehecho su vida. La besó.
Veinte minutos después abrazados sobre la alfombra delante de la chimenea, Marisa le dijo:
-Carlos, quería comentarte una cosa. Cuando venía hacia aquí he pensado que necesitaba decirlo porqué eres el único en quien puedo confiar.
-Dime.
-Verás…estoy estudiando una operación muy importante. Se trata de una gran empresa que trabaja con nuestra entidad y van a firmar un contrato con una multinacional americana. Pues bien, estudiándolo a fondo me he dado cuenta de que nuestro cliente está metido en asuntos turbios. Y no solo eso, por un dato que he podido leer, parece que un directivo del Banco los ha ayudado en esos temas. La verdad es que no puedo demostrarlo porqué ponía su nombre de pila, pero por algunas cosas que leí parece que sea él. No se que debo hacer y la verdad es que da un poco de miedo. De hecho ayer recibí una llamada telefónica muy rara en mi móvil. No contestaron durante unos segundos y colgaron.
-Bueno mujer, quizás era alguien que se equivocó –respondió Carlos no muy convencido, más que nada para rebajar su inquietud.
-¿Se equivocaron cuatro veces en una hora?
-A ver…ya que has empezado, cuéntame con más detalle. Difícilmente habrá anotaciones comprometedoras en los números de una gran empresa…
-Por supuesto. Pero cuando algo no cuadra y vas atando cabos…Uno de sus departamentos deja de tener ingresos justo cuando la policía hace alguna redada…estoy hablando de tráfico de drogas y trata de blancas. También coincide con determinados movimientos que llevó el directivo del que te he hablado…
-¿Quién es? ¿Lo conozco?
-Jorge Fuentes.
-¿Jorge? ¡Increíble! Siempre tan discreto, parecía soldado a la silla de su despacho, con escaso don de gentes, y…¿estás segura?
-Completamente. Tengo el expediente original y los otros documentos que lo relacionan todo. ¿Me acompañarías a la policía?
-Claro. Pero tienes que tener algo sólido que darles.
-Tengo el expediente y los datos que he ido recopilando. Puedo relacionarlo todo.
-Bien. Pero hay una cosa que no me ha quedado clara. ¿Cómo te puede hacer alguien llamadas extrañas si no se lo has contado a nadie? ¿O si?
-No. Pero Jorge me vio llevarme el expediente casa.
-Eso lo has hecho siempre…
-Si pero no cada día. Y no he sabido disimular, intento evitar a Jorge y me parece que lo ha notado. El jueves pasado le vi hablando con el cliente, me puse nerviosa y lo notaron. ¿Qué voy a hacer Carlos? ¿qué voy a hacer? –Marisa sollozaba.
-Tranquila Marisa –Carlos la abrazó-. Te ayudaré y ya verás como sales de este embrollo. Se me ocurre una cosa –la miró sonriente-. Voy a hacer café. Todavía tengo la antigua cafetera y nos vendrá muy bien. ¿Te apetece?
-Gracias Carlos –Marisa se enjugó las lágrimas-. Me apetece mucho.
Carlos se levantó y fue hacia la cocina. Desde allí le dijo:
-Si quieres poner un poco de música tengo el iPhone. No hay luz pero la tecnología resiste.
-De acuerdo ¿qué tienes?
-Tu misma. Mira lo que hay y elige.
Marisa cogió el dispositivo de encima de la mesa. Al querer pulsar el icono de “música” pulsó por error el de al lado, “teléfono”. Una curiosidad malsana le hizo pulsar “recientes” y vio algo que le heló la sangre: el número del teléfono móvil particular del gerente de la empresa motivo de sus quebraderos de cabeza estaba en esa lista. La llamada se había producido el jueves, el mismo día que lo vio hablando con Jorge Fuentes.
-Ya está a punto el café.
Marisa dio un respingo.
-¿Qué pasa? De acuerdo que la nochecita y el entorno son como una película de terror de la Universal, ya sabes, las de los años treinta. Pero, caray, tu eres la chica de la película y yo el chico, no el monstruo.
-Entonces, ¿qué es esto? –le enseñó la pantalla del iPhone con la llamada del gerente.
-Juraría que la lista de mis llamadas entrantes y salientes, pero ahí no encontraras música y si mi vida privada. ¿Crees razonable fisgonear mi lista de llamadas?
-Me he equivocado de botón, no pretendía fisgonear nada. Pero tu tienes una llamada del gerente.
-¿El gerente? ¿Qué gerente?
-¿Cómo, “que gerente”? El de la empresa que te he contado, Miguel Campillo.
-¿Miguel? ¿Miguel es el gerente al que te referías, el del tráfico de drogas y trata de blancas? ¡Por favor Marisa! Conozco a Miguel desde pequeños, íbamos al colegio juntos y luego al instituto.
-Si tan amigos erais, ¿cómo es que no le conocí, por qué no vino a nuestra boda?
-Porqué cuando terminó la carrera se fue a vivir a Estados Unidos. Le ofrecieron un contrato en una firma de San Francisco y estuvo allí quince años. Hace un año nos encontramos por casualidad en el Paseo de Gracia, nos dimos los teléfonos y nos hemos visto un par de veces al mes. Quedamos en un café del centro, nos tomamos algo, resolvemos el mundo y nos explicamos nuestras vidas. Pero no sabía que te referías a él, ni que fuera cliente tuyo. El me explicó que era gerente de una empresa pero no me dijo el nombre. Además, él no sabe que tu eres mi ex esposa, le hablé de ti por tu nombre pero Marisa no es un nombre tan extraño. Si te llamaras Chindasvinta…
Marisa rió con ganas la ocurrencia.
-Venga tonta, tomemos el café, ¿lo quieres con leche?...dos de azúcar, si no me equivoco…
-Buena memoria.
La besó en los labios.
-Venga que si no se enfría.
-¿Y tu?
-No, no, yo no me enfrío…creo habértelo probado.
-Ja, ja, ja…digo si tu no tomas café. Si no se trata del desayuno, solo y sin azúcar…
-También tienes buena memoria.
Esta vez fue ella quien le besó.
-Perdona si he dudado de ti. Es que tengo los nervios de punta.
-Tranquila. Lo supongo. Por cierto, no has buscado música.
-Ah si. Espera –cogió otra vez el móvil de Carlos-. A ver que tenemos por aquí…¡ostras! Si tienes aquel tango que bailamos aquella vez en Argentina, “Uno”.
-Ajá, soy un romántico incurable –dijo Carlos mientras sorbía el café.
Ella pulsó el botón de reproducción…
“Uno busca lleno de esperanzas
el camino que los sueños
prometieron a sus ansias,
sabe que la lucha es cruel y es mucha
pero lucha y se desangra
por la fe que lo empecina.
Uno va arrastrándose entre espinas
Y en su afán de dar su amor
Lucha y se destroza hasta entender
Que uno se quedó sin corazón.
Precio de un castigo
Que uno espera
Por un beso que no llega
Y un amor que lo engañó…”
-Que bonito Carlos. Lástima de estos años que hemos perdido.
-No los hemos perdido Marisa. Nos han hecho más sabios. Tu has seguido ascendiendo en el Banco, yo vendí mi empresa, vine a vivir aquí y puedo dedicar mi tiempo a escribir, que es lo que siempre he querido hacer.
-Desde luego es un lugar tranquilo.
-Relajante e inspirador.
-He leído tus tres libros. Me han gustado.
-Gracias. Y yo sigo teniendo mi cuenta con sus ahorrillos y recibos domiciliados en tu banco.
-Gracias también a ti.
Se miraron a los ojos. El fuego de la chimenea titilaba en sus ojos.
“Si yo tuviera un corazón,
un corazón feliz.
Si yo olvidara la que ayer
Se fue sin presentir,
Que es posible que sus ojos
Que me miran con cariño
Los cerrara con mis besos,
Sin pensar que eran como esos
Otros ojos los perversos,
Los que hundieron mi vivir.
Si yo tuviera un corazón, un corazón feliz,
Si olvidara la que ayer
Lo destrozó y pudiera amarte,
Te abrazaría de ilusión
Para llorar mi amor.”
-No me canso de escucharla Carlos.
-Pareces cansada, se te cierran los ojos.
-Supongo que el viaje con esta tormenta, la tensión acumulada de estos días, nuestro reencuentro…y vaya reencuentro pillín…
-Lo mismo digo, pillina…Descansa un poco si quieres y en una hora te despierto para la cena.
Carlos encendió una vela, cogió a Marisa de la mano y subieron a la habitación.
-Te dejo la vela, abajo tengo más y me conozco las escaleras. Descansa un poco.
Al cabo de una hora a Marisa la despertó el aroma de una tortilla de patatas de las que hacía Carlos. Un aroma que creía olvidado, agradable al olfato y el vehículo que la llevaba de vuelta a otros tiempos, en especial a los mejores recuerdos de esos tiempos.
Cogió la vela y bajó, envuelta en una manta ya que estaba calentita en la cama y también ante la chimenea, pero en el trayecto entre ambas hacía frío.
-Hola dormilona. ¿Más descansada?
-Siii. Me hacía falta, la verdad. Mmm, que bien huele. Añoraba este aroma.
-¿Hay hambre?
-La hay.
-Pues a comer.
Carlos puso el plato con la tortilla en la mesa, la cual ya disponía de una fuente con embutidos, otra con quesos y rebanadas de pan.
-¿Te apetece el pan tostado? Aquí en la chimenea queda de muerte…
-Para mi sola no. Si tu también quieres.
-Si mujer, ¿un par de rebanadas cada uno?
-Para mi, una basta.
Carlos puso tres rebanadas sobre una rejilla en la chimenea. Mientras se tostaba el pan, sacó una botella de vino y una de agua. En tres minutos ya estaba el pan preparado.
Lo llevó a la mesa. Una sombra cruzó la mirada de Marisa.
-Un euro por tus pensamientos –sonrió Carlos.
-Carlos confío en ti. Necesito confiar en ti, pero no en tu amigo. Hacía muchos años que no os veíais, ¿quién te asegura que no ha cambiado?
-Me cuesta creerlo Marisa…
-¿De que hablasteis el jueves?
-¿El jueves? Me ofreció un cachorro. Su perra ha tenido crías y pensó que viviendo aquí en el pueblo me iría bien.
-¿Te ofreció un perro diez minutos más tarde de que lo viera con Jorge? Carlos, por favor…
-Si no me crees es cosa tuya –respondió Carlos con dureza-. No puedo hacerte cambiar de opinión si te empecinas en ver lo que no hay.
-Pues dime algo, ¡reacciona! ¿o acaso crees verosímil la explicación que me has dado? Es decir, un hombre que está metido en negocios sucios, que sabe de una mujer que sospecha de él y lo investiga, que “curiosamente” estuvo casada con un amigo suyo, minutos más tarde de que ella le viera con su contacto en el banco le llama para ofrecerle un perro…por favor Carlos…
Carlos guardó silencio, la mirada fría. En ese momento la puerta de entrada se abrió.
-He venido lo más rápido que he podido –dijo Miguel Campillo.
Marisa abrió sus ojos desmesuradamente, la boca abierta y volvió el rostro de Miguel a Carlos.
-¿Cómo has podido? Eran ciertas mis sospechas…que decepción…
-Cariño, me dedico a escribir, es cierto, pero unos ingresitos extra de la compañía de Miguel no vienen mal, no…
-¡¡¡No me llames cariño, degenerado!!! –rugió Marisa.
-Huy, la fierecilla no está domada precisamente –rió Miguel-. Bueno, habrá que ver si entra en razón o entra en el reino de los cielos. Tu decides ricura –mirando a Marisa.
Se abrió la puerta de golpe.
-¡¡¡Suelte el arma!!! Las manos donde pueda verlas –cinco agentes de policía apuntaban con sus armas a Miguel Campillo.
-Buen trabajo Srta. Molina –le dijo el inspector a Marisa, entrando en la casa-. Realmente su ex se ha tragado el anzuelo y así han caído los dos: el cerebro y su brazo ejecutor. Su ex era algo más que un escritor.
-Lástima tesoro, la tortilla me había quedado…de muerte –intervino Carlos con una sonrisa.
-Andando, llévenselos –dijo el inspector a sus hombres.
Sacaron esposados a Miguel y a Carlos. Una vez solos el inspector y Marisa, esta le dijo:
-Bravo José Luis-dijo Marisa aplaudiendo-. A partir de ahora estos dos ya han dejado de ser competencia, el mercado es nuestro.
-Claro preciosa. Digo yo que podríamos aprovechar toda esta comida. Tiene buena pinta y si tardamos más las tostadas se resecarán.
-Pues a comer se ha dicho.
Cuando llevaban más de la mitad de la cena José Luis se sintió indispuesto.
-Tu ex…¿qué dijo de la tortilla?
-Que le había quedado de muerte –el pánico se adueñó de Marisa. No podía mover las piernas.
José Luis convulsionó y cayó al suelo. Marisa empezó a sentir como el mundo daba vueltas hasta que, a su vez, se desplomó. Los últimos segundos de su vida los dedicó a pensar que siempre había infravalorado a Carlos.
Dos horas después, en comisaría, el abogado de Carlos le decía:
-Tranquilo, los documentos están a buen recaudo. No hay base para la investigación y mañana ya estaréis en la calle. Sin cargos, por supuesto.
-¿Marisa y el inspector?
-Encontrarán un frasco en el piso del inspector. De hecho, en el mismo momento en que os detenían un buen samaritano ha enviado un correo electrónico al Director General de la Policía con documentación suficiente para que investiguen al difunto inspector, al que Dios tenga en su gloria.
-Amen. Siempre pensé que eras muy válido. Habrá que ir pensando en aumentar tus ingresos –sonrió Carlos.