Buenas tardes. Bienvenidos a mi blog.
Está pensado para publicar aquello que pase por mi mente, bien sea realidad (comentarios sobre noticias de actualidad, historia, etc.) o ficción (relatos, novela, incluso poesía).
También me gustaría que aquellos que lo siguierais expresarais vuestras opiniones.
Ojalá en un futuro no muy lejano, todos (vosotros y yo) estuvieramos satisfechos de leer (los unos) y de publicar (el otro) en este, el que espero, de todo corazón, sea a partir de ahora, un espacio de ocio, reflexión y opinión.
Gracias. a todos.
Un saludo.
Ricard.

domingo, 3 de febrero de 2013

EL MOSQUITO.



EL MOSQUITO.


Hacía un calor insoportable. No había lavado los filtros del aire acondicionado y, por tanto, no funcionaba correctamente. “Hoy los lavo”, pensó Santiago.
Abrió puertas y ventanas por ver si la corriente de aire le hacía más soportable el bochorno. Armado con un abanico se sentó en la hamaca que tenía en la terraza.
A los cinco minutos entró en el salón y se sentó en el sofá. Escuchó un zumbido molesto. No hizo caso, al fin y al cabo acabada de sentarse a descansar. Notó un picor en el brazo. “La madre que lo parió –pensó-. Ya ha entrado un mosquito”.
Toda su fijación fue localizar y acabar con el mosquito. Se levantó del sofá zapatilla en ristre, enfocó al bicho y golpeó con todas sus fuerzas. El mosquito esquivó el golpe y subió medio metro más en la pared.
Dio una vuelta sobre si mismo, reanudó el vuelo y se posó en el cristal. Santiago volvió a sentarse confiando en que el mosquito saldría a través de la terraza. Cuando más confiado estaba Santiago, notó otro pinchazo, este en el cuello. Se levantó como un poseso, el mosquito se posó en la pared y Santiago le lanzó la zapatilla alcanzando al bicho de lleno. Había dejado una mancha en la pared pero ya la limpiaría. Había valido la pena. Se dio cuenta de que el mosquito era más grande de lo habitual. “Bueno –pensó-, grande o pequeño ya no molestará más”. Le entró un sopor tal que quedó dormido en el sofá.
Cuando despertó, Santiago miró el reloj de pared y vio que había dormido dos horas. Ya eran las seis de la tarde, habría que pensar en la merienda. Al levantarse tuvo una sensación rara. Le dolía la nariz. Notó una especie de protuberancia ósea. Fue a mirarse en el espejo del baño y lo que vio lo dejó alucinado: tenía algo parecido a un aguijón. Tiró de él y le dolió. Intentó moverlo arriba y abajo y también dolía. Ensimismado como estaba con su nuevo apéndice, llamaron a la puerta. “Caray –reflexionó Santiago-, una cosa es ir al médico para que me examine y otra muy distinta que me vea alguien”.
Miró por la mirilla. Era Tina, la hija adolescente de los vecinos. Quince años de malos modos. Cogió una toalla para taparse como si le estuviera sangrando la nariz. Abrió la puerta.
-Hola, mi madre me manda a por sal.
-Pasa, Tina.
-¿Qué le ha pasado en la nariz?
-Nada niña.
-Bueno, bueno…-mascando chicle la mocosa-. Oye, ¿tu vives solo, no?
-Si –Santiago hacía equilibrios con la toalla-.
-¡Que bien! Si yo viviera sola haría lo que quisiera, invitaría a quien quisiera…
-Ya –Santiago no estaba muy interesado en mantener una conversación con ese depósito de hormonas revolucionadas.
-¿Y no te traes a casa a ninguna chica?
-Pero bueno, ya está bien. ¿Qué clase de preguntas son esas? –volviendo con la sal.
-Vale muermo…
Santiago nunca supo de donde salió el impulso, pero en ese momento soltó la toalla dejando a la vista el aguijón.
Tina palideció llevándose la mano a la boca. No conseguía articular palabra ni grito alguno. Santiago tiró del brazo de la niña atrayéndola hacia si, se abalanzó sobre su cuello y le clavó el aguijón en la carótida. Tina puso los ojos en blanco mientras Santiago, horrorizado, veía como la sangre de ella pasaba por el aguijón y la notaba entrando en su cuerpo. Con una sensación de saciedad, soltó el cuerpo de Tina que cayó al suelo. Él le tomó el pulso. Estaba muerta.
¿Cómo había pasado? Él jamás había hecho daño a nadie y ahora había matado a la hija de los vecinos. A una niña de quince años. ¿Cómo iba a explicarlo? “Señor policía, me ha dado un repente y le he tenido que clavar el aguijón en el cuello y sorberle la sangre”. ¿Y como le había sucedido? ¿Por qué? Jamás había escuchado que la picadura de un mosquito provocara esos cambios en las personas. Era pura ciencia ficción. Nadie iba a creerle.
Por otra parte, ¿qué iba a hacer con el cuerpo? Porqué lo que estaba claro es que no iba a ir a la cárcel. No lo había hecho queriendo. Ni siquiera sabía por qué lo había hecho. ¿Será el aguijón tiene vida propia?
¿Y a santo de que le había aparecido el aguijón? ¿Había sido el mosquito que lo había infectado de algún modo? “Ya decía yo que era más grande de lo normal”.
Tomó a la niña por las axilas y la llevó hasta el baño. Barrió la sal que se había derramado por el suelo. Sonó el timbre. Se quedó paralizado, sin saber que hacer. El timbre seguía sonando insistente.
Abrió la puerta y se encontró frente a frente con la vecina, la madre de Tina. Esta gritó. Santiago cayó en la cuenta de que no se había tapado el aguijón. Abrazó de sopetón a la vecina, clavándole el aguijón en un ojo hasta llegar al cerebro. La mujer quedó muerta en sus brazos.
“Caray, estoy coleccionando cadáveres”, pensó Santiago. Al momento su mente racional sintió rechazo por un pensamiento tan poco humano. Había matado a dos personas, madre e hija, sin saber porqué.
Ahora la preocupación era doble, ya acumulaba dos cadáveres. Suerte que el vecino llegaba más tarde de trabajar y no sabía que ellas habían ido a su casa. Si no hacía ruido, no sospecharía que estaba en casa y no llamaría para preguntar.
¿Cómo iba a deshacerse de los cuerpos? En las películas envolvían los cadáveres en alfombras, pera era verano y él las tenía en le tinte. Además, ¡dos cadáveres! ¡con lo que costaba una buena alfombra!... Otra vez un pensamiento poco compasivo.
Había que tener en cuenta, por si fuera poco, que hasta las diez no era noche cerrada y que, siendo verano, la gente tardaba incluso más en recogerse en sus casas. Tenía pues hasta la madrugada para ingeniárselas y sacar los cuerpos.
Desnudó el cuerpo de la niña, la puso en la bañera y fue a buscar la sierra eléctrica que tenía para hacer bricolaje. Empezó a desmembrar el cuerpo. Hacía más ruido del que hubiera deseado. Además, se estaba poniendo perdido de sangre. Arrancó la cortina de ducha (ahora se alegraba de no haberla sustituido por una mampara) y depositó allí los trozos. Patinó en un charquito de sangre y un poco más y se rompe la crisma con el borde del lavamanos. Se repuso del susto parando unos segundo para calmar su agitación.
Desnudó a la madre y la colocó en la bañera. Estaba de muy buen ver. Nunca pensó que la vería desnuda en una situación así. La imaginó en sus brazos muchas veces. Más todavía cayéndole tan mal su marido, director de una oficina bancaria, desde que le denegó el préstamo para reformar el baño. “Muchas gracias –pensó Santiago-, así he podido envolver a tu familia en un plástico”.
Antes de proceder a desmembrar a la madre se tomó una pausa para fumar un cigarrillo en la terraza. Suerte que no había vecinos a su altura en le edificio de enfrente, así no le verían la camiseta manchada de sangre.
Reflexionó: ¿Cómo iba a sacar los dos cadáveres? Pesaban demasiado para un solo viaje. Al volver al baño, tropezó con las ropas de la madre y sonó un tintineo: las llaves de casa. ¡Claro! ¿Cómo no lo había pensado antes? Se hubiera ahorrado el trabajo de desmembrar a la niña. Podía dejar los dos cuerpos en su casa, las llaves dentro y cerrar de golpe. Cuando volviera el marido se encontraría el panorama, llamaría a la policía y al no estar forzada la entrada…a ver como les convencía de que no las había matado él. Ahora, sin embrago, con el cuerpo de la niña desmembrado la cosa se complicaba. Pero, bueno, sabía que el vecino tenía una sierra como la suya. Solo tenía que cambiarlas
Miró por la mirilla. No había nadie en el rellano. Abrió su puerta y la de los vecinos y arrastró los cuerpos con la cortina de ducha. Metió en el baño el cuerpo de la hija y en el dormitorio el de la esposa. Recordó donde tenía la sierra el vecino de la ocasión en que se la enseñó, tras recomendarle que se comprara una igual. La intercambió por la suya, limpiando las huellas digitales de la sierra manchada de sangre (si, veía muchas películas). Recogió su cortina y salió del piso cerrando la puerta de golpe.
Puso la cortina en una bolsa de basura y la camiseta en otra (había que ser persona y reciclar, claro). Se duchó y vio con alivio que el aguijón se desprendía. Bajó ambas bolsas para depositarlas en los contenedores de tres calles más abajo en lugar de los de su calle (¿había dicho que veía muchas películas?). Por un día decidió cenar un Frankfurt y una cerveza.
Cuando terminó de cenar algo extraño sucedió. Le había sentado mal la cena. Siempre le había gustado pero era como si su estómago no soportara la comida. Sentía la irrefrenable necesidad de vomitar. Se paró en los mismos contenedores donde había estado antes. Allí estaban el Frankfurt y la cerveza, cuatro euros en el suelo de la calle, al ladito mismo del contenedor (del orgánico, ¿eh?, que era persona muy considerada).
Al volver a casa vio en la puerta una ambulancia y dos coches de policía. Entró en el inmueble tras identificarse como vecino. Cuando se abrió la puerta del ascensor, comprobó que el rellano era un hervidero de actividad. Se volvió a identificar, esta vez ante un inspector. Puso cara de asombro ante las preguntas del policía. Dijo no haber visto ni oído nada (“si acaso el sonido de una sierra mecánica, pero como sabía que el vecino era un manitas…”) y vio como sacaban esposado al marido, casi arrastrándolo, envuelto en llanto como estaba.
El inspector quiso hacerle unas preguntas y le pidió permiso para entrar en su casa, a lo que Santiago no puso inconveniente alguno.
“No, señor inspector, no había escuchado nunca una pelea, pero verá, yo no me meto con los vecinos”. “Alguna discusión, como todas las familias”. “Además, la niña, como adolescente que era, ponía de los nervios a sus padres algunas veces”.
-¿Tiene inconveniente en que vaya al baño? –preguntó el inspector-. Es que…verá…el médico me ha recetado un diurético…y el baño de sus vecinos es el escenario de un crimen…
-Ningún problema inspector –repuso Santiago-, faltaría más.
Oyó cerrar la puerta del baño.
El inspector tardaba demasiado para ser solo los efectos del diurético.
El inspector, tras cerrar la puerta del baño, alivió su urgencia. Cuando fue a lavarse las manos cayó en la cuenta de que faltaba la cortina del baño. Como si la hubieran arrancado. Al lado del lavamanos, vio una toallita envuelta. La desenvolvió y vio un aguijón ensangrentado. Desconcertado, miró a la puerta del baño. Empuñó su arma reglamentaria con la mano derecha, mientras alargaba la izquierda hacia el pomo.
Abrió de un tirón apuntado con el arma. Santiago sollozaba con la cara oculta entre sus manos.
-Vd. y yo tenemos que hablar muy seriamente –le dijo el inspector.
Entre sollozos, Santiago le contó al inspector lo sucedido, empezando por el mosquito.
-¿Qué la picada de un mosquito le ha hecho crecer un aguijón? ¿Qué por eso ha sentido un “deseo irrefrenable” –el inspector hizo el gesto del entrecomillado al usar estas palabras- de sorberla la sangre a una niña? ¿Cómo quiere que me crea eso?
Santiago separó sus manos dejando a la vista un nuevo aguijón. El inspector abrió los ojos desmesuradamente y bajó el arma. En ese momento Santiago se abalanzó sobre él y el arma cayó al suelo. El inspector mantuvo a distancia el aguijón de Santiago que ya apuntaba a su cuello. En el forcejeo salieron a la terraza, el inspector notó en la espalda la barandilla, dio un giro brusco y Santiago cayó al vacío.
El inspector asomó su cabeza pero no vio el cuerpo por ninguna parte.
-¿De donde puede haber sacado una historia como esa, doctor? –preguntó el comisario al jefe de psiquiatría del Hospital.
-Bueno –respondió este cerrando el expediente-, un trabajo estresante…ya presentaba algunos signos físicos de fatiga y los psíquicos acabaron apareciendo cuando mató al vecino. Puede ser perfectamente un mecanismo de defensa de su cerebro ante un hecho tan terrible.
-Todavía me cuesta creerlo –repuso el comisario-. Un gran policía y una gran persona. ¿Por qué mató al vecino?
Saliendo del Hospital, el comisario fue a su casita de campo. Era el lugar que les servía para desconectar a él y a su difunta esposa ya desde muchos años atrás. Y ese había sido un día muy duro. Al llegar, encendió la chimenea, a pesar de estar en pleno verano. Fue a su coche, abrió el maletero y sacó tres bolsas. Volvió al interior y las abrió una a una, lanzando su contenido y las propias bolsas al fuego: una cortina de baño, una camiseta ensangrentada y una toallita con un aguijón.
Había sido un día muy duro, si. Pero satisfactorio. Por una parte en las últimas semanas se habían intensificado los rumores de que el inspector iba a sustituirle a él como comisario; por otra, el director del Banco nunca le había caído en gracia. Y menos después de las cosas que le había llegado a contar la esposa de éste cuando compartía cama con él. Si ella se hubiera atrevido a divorciarse, no habría estado allí ese día. El banquero pagaba por los malos momentos que le había hecho pasar a la única mujer a la que él había amado tras la muerte de su esposa. Con la que había compartido momentos felices en esa misma casita de campo.
Y se acabó.
Con las pruebas reducidas a cenizas, apagó el fuego, abrió la ventana y salió a respirar el suave frescor de la noche. Le pareció notar una sombra que le sobrevolaba. No pudo ver, solo intuir. Pero era más grande de lo normal.
Pensó que era producto del cansancio y entró en la casita. Cerró la puerta y la ventana.
Sentado en el sofá, con una copa de vino tinto del Priorat ante él y un buen libro, intentó relajarse.
Escuchó un zumbido. ¡Vaya! ¿Acaso no había tenido suficiente ración de mosquitos en los últimos dos días? Y ese era más grande de lo normal.

3 comentarios:

  1. Excelente relato Ricard, por cierto me están acribillando los mosquitos, empiezo a tener miedo mas que picor

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  2. Ricard me ha encantado volver a leerte. He clausurado el antiguo blog, te invito a visitar el nuevo http://anoukwerter.blogspot.com.es/. Un beso

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  3. Sr. Ricard, anda ud muy vago, ya toca una nueva historia.

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