Buenas tardes. Bienvenidos a mi blog.
Está pensado para publicar aquello que pase por mi mente, bien sea realidad (comentarios sobre noticias de actualidad, historia, etc.) o ficción (relatos, novela, incluso poesía).
También me gustaría que aquellos que lo siguierais expresarais vuestras opiniones.
Ojalá en un futuro no muy lejano, todos (vosotros y yo) estuvieramos satisfechos de leer (los unos) y de publicar (el otro) en este, el que espero, de todo corazón, sea a partir de ahora, un espacio de ocio, reflexión y opinión.
Gracias. a todos.
Un saludo.
Ricard.

martes, 3 de julio de 2012



UNO


Llovía a cántaros. Parecía que la naturaleza fuera a resarcirse de los tres meses de sequía. La noche hacía más temible la tormenta. El agua corría entre las vetustas casas que componían el pueblo.
El viento, ululante, golpeaba los antiguos ventanales de madera como si quisiera arrancarlos. Carlos fue a por velas ya que la luz acababa de dimitir de sus funciones y los fusibles se habían declarado en huelga. Por un momento pensó que la situación se asemejaba mucho a las antiguas películas de terror de los años treinta. Suerte que era sábado y no había que madrugar al día siguiente.
De pronto, sonaron tres golpes en la pesada puerta de madera de la entrada. Abrió la puerta y se encontró frente a frente con su ex esposa.
-¿Te importa si entro? Hace una noche de mil demonios y mi coche se niega a seguir.
-Pasa, pasa.
Marisa entró en la casa sacudiéndose la lluvia de encima.
-Vaya nochecita…
-Estás empapada, ven frente a la chimenea que te secarás. No funciona la calefacción, lo siento, se ha ido la luz.
-No importa Carlos. La chimenea irá muy bien.
Marisa se quitó el tres cuartos que llevaba y Carlos constató que seguía siendo tan bella como siempre aunque hubieran pasado diez años y ambos estuvieran cerca de la cincuentena.
-Y bien, Marisa, ¿qué te cuentas?
-Nada nuevo, ya sabes…la vida de siempre, del trabajo a casa y de casa al trabajo. Excepto algunas ocasiones en que voy a Madrid a reuniones del Banco.
-Siempre has sabido que era un trabajo muy esclavo, bien pagado, pero esclavo. Y la verdad es que lo has antepuesto a cualquier otra cosa en la vida. De eso puedo dar fe.
-¿Me guardas rencor?
-No, para nada. Han pasado diez años y quedamos tan amigos. Supongo que el tiempo todo lo cura aunque nunca dejé de quererte.
-Pues tuviste una manera muy curiosa de demostrarlo rompiendo nuestro matrimonio.
-Se rompió solo Marisa. Es cosa de dos y yo estaba muy por detrás de tu trabajo. Si hasta te llevabas expedientes a casa el fin de semana…
-Bueno, no discutamos ahora –Marisa ladeó la cabeza, sonriendo.
-¿Qué te trae por aquí? Porqué el pueblo está a cien kilómetros de tu casa y que pasaras por aquí y se te estropeara el coche…
-Ja, ja, ja…bueno…me has pillado. En realidad tenía ganas de verte –Marisa puso una mano sobre una de las suyas.
A Carlos se le atropellaron los recuerdos. Ninguno de los dos había rehecho su vida. La besó.
Veinte minutos después abrazados sobre la alfombra delante de la chimenea, Marisa le dijo:
-Carlos, quería comentarte una cosa. Cuando venía hacia aquí he pensado que necesitaba decirlo porqué eres el único en quien puedo confiar.
-Dime.
-Verás…estoy estudiando una operación muy importante. Se trata de una gran empresa que trabaja con nuestra entidad y van a firmar un contrato con una multinacional americana. Pues bien, estudiándolo a fondo me he dado cuenta de que nuestro cliente está metido en asuntos turbios. Y no solo eso, por un dato que he podido leer, parece que un directivo del Banco los ha ayudado en esos temas. La verdad es que no puedo demostrarlo porqué ponía su nombre de pila, pero por algunas cosas que leí parece que sea él. No se que debo hacer y la verdad es que da un poco de miedo. De hecho ayer recibí una llamada telefónica muy rara en mi móvil. No contestaron durante unos segundos y colgaron.
-Bueno mujer, quizás era alguien que se equivocó –respondió Carlos no muy convencido, más que nada para rebajar su inquietud.
-¿Se equivocaron cuatro veces en una hora?
-A ver…ya que has empezado, cuéntame con más detalle. Difícilmente habrá anotaciones comprometedoras en los números de una gran empresa…
-Por supuesto. Pero cuando algo no cuadra y vas atando cabos…Uno de sus departamentos deja de tener ingresos justo cuando la policía hace alguna redada…estoy hablando de tráfico de drogas y trata de blancas. También coincide con determinados movimientos que llevó el directivo del que te he hablado…
-¿Quién es? ¿Lo conozco?
-Jorge Fuentes.
-¿Jorge? ¡Increíble! Siempre tan discreto, parecía soldado a la silla de su despacho, con escaso don de gentes, y…¿estás segura?
-Completamente. Tengo el expediente original y los otros documentos que lo relacionan todo. ¿Me acompañarías a la policía?
-Claro. Pero tienes que tener algo sólido que darles.
-Tengo el expediente y los datos que he ido recopilando. Puedo relacionarlo todo.
-Bien. Pero hay una cosa que no me ha quedado clara. ¿Cómo te puede hacer alguien llamadas extrañas si no se lo has contado a nadie? ¿O si?
-No. Pero Jorge me vio llevarme el expediente casa.
-Eso lo has hecho siempre…
-Si pero no cada día. Y no he sabido disimular, intento evitar a Jorge y me parece que lo ha notado. El jueves pasado le vi hablando con el cliente, me puse nerviosa y lo notaron. ¿Qué voy a hacer Carlos? ¿qué voy a hacer? –Marisa sollozaba.
-Tranquila Marisa –Carlos la abrazó-. Te ayudaré y ya verás como sales de este embrollo. Se me ocurre una cosa –la miró sonriente-. Voy a hacer café. Todavía tengo la antigua cafetera y nos vendrá muy bien. ¿Te apetece?
-Gracias Carlos –Marisa se enjugó las lágrimas-. Me apetece mucho.
Carlos se levantó y fue hacia la cocina. Desde allí le dijo:
-Si quieres poner un poco de música tengo el iPhone. No hay luz pero la tecnología resiste.
-De acuerdo ¿qué tienes?
-Tu misma. Mira lo que hay y elige.
Marisa cogió el dispositivo de encima de la mesa. Al querer pulsar el icono de “música” pulsó por error el de al lado, “teléfono”. Una curiosidad malsana le hizo pulsar “recientes” y vio algo que le heló la sangre: el número del teléfono móvil particular del gerente de la empresa motivo de sus quebraderos de cabeza estaba en esa lista. La llamada se había producido el jueves, el mismo día que lo vio hablando con Jorge Fuentes.
-Ya está a punto el café.
Marisa dio un respingo.
-¿Qué pasa? De acuerdo que la nochecita y el entorno son como una película de terror de la Universal, ya sabes, las de los años treinta. Pero, caray, tu eres la chica de la película y yo el chico, no el monstruo.
-Entonces, ¿qué es esto? –le enseñó la pantalla del iPhone con la llamada del gerente.
-Juraría que la lista de mis llamadas entrantes y salientes, pero ahí no encontraras música y si mi vida privada. ¿Crees razonable fisgonear mi lista de llamadas?
-Me he equivocado de botón, no pretendía fisgonear nada. Pero tu tienes una llamada del gerente.
-¿El gerente? ¿Qué gerente?
-¿Cómo, “que gerente”? El de la empresa que te he contado, Miguel Campillo.
-¿Miguel? ¿Miguel es el gerente al que te referías, el del tráfico de drogas y trata de blancas? ¡Por favor Marisa! Conozco a Miguel desde pequeños, íbamos al colegio juntos y luego al instituto.
-Si tan amigos erais, ¿cómo es que no le conocí, por qué no vino a nuestra boda?
-Porqué cuando terminó la carrera se fue a vivir a Estados Unidos. Le ofrecieron un contrato en una firma de San Francisco y estuvo allí quince años. Hace un año nos encontramos por casualidad en el Paseo de Gracia, nos dimos los teléfonos y nos hemos visto un par de veces al mes. Quedamos en un café del centro, nos tomamos algo, resolvemos el mundo y nos explicamos nuestras vidas. Pero no sabía que te referías a él, ni que fuera cliente tuyo. El me explicó que era gerente de una empresa pero no me dijo el nombre. Además, él no sabe que tu eres mi ex esposa, le hablé de ti por tu nombre pero Marisa no es un nombre tan extraño. Si te llamaras Chindasvinta…
Marisa rió con ganas la ocurrencia.
-Venga tonta, tomemos el café, ¿lo quieres con leche?...dos de azúcar, si no me equivoco…
-Buena memoria.
La besó en los labios.
-Venga que si no se enfría.
-¿Y tu?
-No, no, yo no me enfrío…creo habértelo probado.
-Ja, ja, ja…digo si tu no tomas café. Si no se trata del desayuno, solo y sin azúcar…
-También tienes buena memoria.
Esta vez fue ella quien le besó.
-Perdona si he dudado de ti. Es que tengo los nervios de punta.
-Tranquila. Lo supongo. Por cierto, no has buscado música.
-Ah si. Espera –cogió otra vez el móvil de Carlos-. A ver que tenemos por aquí…¡ostras! Si tienes aquel tango que bailamos aquella vez en Argentina, “Uno”.
-Ajá, soy un romántico incurable –dijo Carlos mientras sorbía el café.
Ella pulsó el botón de reproducción…
“Uno busca lleno de esperanzas
el camino que los sueños
prometieron a sus ansias,
sabe que la lucha es cruel y es mucha
pero lucha y se desangra
por la fe que lo empecina.
Uno va arrastrándose entre espinas
Y en su afán de dar su amor
Lucha y se destroza hasta entender
Que uno se quedó sin corazón.
Precio de un castigo
Que uno espera
Por un beso que no llega
Y un amor que lo engañó…”
-Que bonito Carlos. Lástima de estos años que hemos perdido.
-No los hemos perdido Marisa. Nos han hecho más sabios. Tu has seguido ascendiendo en el Banco, yo vendí mi empresa, vine a vivir aquí y puedo dedicar mi tiempo a escribir, que es lo que siempre he querido hacer.
-Desde luego es un lugar tranquilo.
-Relajante e inspirador.
-He leído tus tres libros. Me han gustado.
-Gracias. Y yo sigo teniendo mi cuenta con sus ahorrillos y recibos domiciliados en tu banco.
-Gracias también a ti.
Se miraron a los ojos. El fuego de la chimenea titilaba en sus ojos.
“Si yo tuviera un corazón,
un corazón feliz.
Si yo olvidara la que ayer
Se fue sin presentir,
Que es posible que sus ojos
Que me miran con cariño
Los cerrara con mis besos,
Sin pensar que eran como esos
Otros ojos los perversos,
Los que hundieron mi vivir.
Si yo tuviera un corazón, un corazón feliz,
Si olvidara la que ayer
Lo destrozó y pudiera amarte,
Te abrazaría de ilusión
Para llorar mi amor.”
-No me canso de escucharla Carlos.
-Pareces cansada, se te cierran los ojos.
-Supongo que el viaje con esta tormenta, la tensión acumulada de estos días, nuestro reencuentro…y vaya reencuentro pillín…
-Lo mismo digo, pillina…Descansa un poco si quieres y en una hora te despierto para la cena.
Carlos encendió una vela, cogió a Marisa de la mano y subieron a la habitación.
-Te dejo la vela, abajo tengo más y me conozco las escaleras. Descansa un poco.
Al cabo de una hora a Marisa la despertó el aroma de una tortilla de patatas de las que hacía Carlos. Un aroma que creía olvidado, agradable al olfato y el vehículo que la llevaba de vuelta a otros tiempos, en especial a los mejores recuerdos de esos tiempos.
Cogió la vela y bajó, envuelta en una manta ya que estaba calentita en la cama y también ante la chimenea, pero en el trayecto entre ambas hacía frío.
-Hola dormilona. ¿Más descansada?
-Siii. Me hacía falta, la verdad. Mmm, que bien huele. Añoraba este aroma.
-¿Hay hambre?
-La hay.
-Pues a comer.
Carlos puso el plato con la tortilla en la mesa, la cual ya disponía de una fuente con embutidos, otra con quesos y rebanadas de pan.
-¿Te apetece el pan tostado? Aquí en la chimenea queda de muerte…
-Para mi sola no. Si tu también quieres.
-Si mujer, ¿un par de rebanadas cada uno?
-Para mi, una basta.
Carlos puso tres rebanadas sobre una rejilla en la chimenea. Mientras se tostaba el pan, sacó una botella de vino y una de agua. En tres minutos ya estaba el pan preparado.
Lo llevó a la mesa. Una sombra cruzó la mirada de Marisa.
-Un euro por tus pensamientos –sonrió Carlos.
-Carlos confío en ti. Necesito confiar en ti, pero no en tu amigo. Hacía muchos años que no os veíais, ¿quién te asegura que no ha cambiado?
-Me cuesta creerlo Marisa…
-¿De que hablasteis el jueves?
-¿El jueves? Me ofreció un cachorro. Su perra ha tenido crías y pensó que viviendo aquí en el pueblo me iría bien.
-¿Te ofreció un perro diez minutos más tarde de que lo viera con Jorge? Carlos, por favor…
-Si no me crees es cosa tuya –respondió Carlos con dureza-. No puedo hacerte cambiar de opinión si te empecinas en ver lo que no hay.
-Pues dime algo, ¡reacciona! ¿o acaso crees verosímil la explicación que me has dado? Es decir, un hombre que está metido en negocios sucios, que sabe de una mujer que sospecha de él y lo investiga, que “curiosamente” estuvo casada con un amigo suyo, minutos más tarde de que ella le viera con su contacto en el banco le llama para ofrecerle un perro…por favor Carlos…
Carlos guardó silencio, la mirada fría. En ese momento la puerta de entrada se abrió.
-He venido lo más rápido que he podido –dijo Miguel Campillo.
Marisa abrió sus ojos desmesuradamente, la boca abierta y volvió el rostro de Miguel a Carlos.
-¿Cómo has podido? Eran ciertas mis sospechas…que decepción…
-Cariño, me dedico a escribir, es cierto, pero unos ingresitos extra de la compañía de Miguel no vienen mal, no…
-¡¡¡No me llames cariño, degenerado!!! –rugió Marisa.
-Huy, la fierecilla no está domada precisamente –rió Miguel-. Bueno, habrá que ver si entra en razón o entra en el reino de los cielos. Tu decides ricura –mirando a Marisa.
Se abrió la puerta de golpe.
-¡¡¡Suelte el arma!!! Las manos donde pueda verlas –cinco agentes de policía apuntaban con sus armas a Miguel Campillo.
-Buen trabajo Srta. Molina –le dijo el inspector a Marisa, entrando en la casa-. Realmente su ex se ha tragado el anzuelo y así han caído los dos: el cerebro y su brazo ejecutor. Su ex era algo más que un escritor.
-Lástima tesoro, la tortilla me había quedado…de muerte –intervino Carlos con una sonrisa.
-Andando, llévenselos –dijo el inspector a sus hombres.
Sacaron esposados a Miguel y a Carlos. Una vez solos el inspector y Marisa, esta le dijo:
-Bravo José Luis-dijo Marisa aplaudiendo-. A partir de ahora estos dos ya han dejado de ser competencia, el mercado es nuestro.
-Claro preciosa. Digo yo que podríamos aprovechar toda esta comida. Tiene buena pinta y si tardamos más las tostadas se resecarán.
-Pues a comer se ha dicho.
Cuando llevaban más de la mitad de la cena José Luis se sintió indispuesto.
-Tu ex…¿qué dijo de la tortilla?
-Que le había quedado de muerte –el pánico se adueñó de Marisa. No podía mover las piernas.
José Luis convulsionó y cayó al suelo. Marisa empezó a sentir como el mundo daba vueltas hasta que, a su vez, se desplomó. Los últimos segundos de su vida los dedicó a pensar que siempre había infravalorado a Carlos.
Dos horas después, en comisaría, el abogado de Carlos le decía:
-Tranquilo, los documentos están a buen recaudo. No hay base para la investigación y mañana ya estaréis en la calle. Sin cargos, por supuesto.
-¿Marisa y el inspector?
-Encontrarán un frasco en el piso del inspector. De hecho, en el mismo momento en que os detenían un buen samaritano ha enviado un correo electrónico al Director General de la Policía con documentación suficiente para que investiguen al difunto inspector, al que Dios tenga en su gloria.
-Amen. Siempre pensé que eras muy válido. Habrá que ir pensando en aumentar tus ingresos –sonrió Carlos.



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