Buenas tardes. Bienvenidos a mi blog.
Está pensado para publicar aquello que pase por mi mente, bien sea realidad (comentarios sobre noticias de actualidad, historia, etc.) o ficción (relatos, novela, incluso poesía).
También me gustaría que aquellos que lo siguierais expresarais vuestras opiniones.
Ojalá en un futuro no muy lejano, todos (vosotros y yo) estuvieramos satisfechos de leer (los unos) y de publicar (el otro) en este, el que espero, de todo corazón, sea a partir de ahora, un espacio de ocio, reflexión y opinión.
Gracias. a todos.
Un saludo.
Ricard.

viernes, 27 de abril de 2012

Reflexión nº 2.

Habida cuenta que he estado varios días sin decir ni "mu", ahí va eso...



Reflexión no 2

Uno nace porqué nace. Porqué un señor y una señora así lo han decidido. A veces, incluso, sin decidirlo. Así, como por casualidad.
El tema es que uno no escoge donde nace (tampoco donde muere pero, de eso, ya escribiré desde el más allá).
Más o menos uno se va formando conforme al carácter del señor o de la señora (o de ambos dos, que eso también sucede) que han tenido a bien traerlo a este llamado “valle de lágrimas”.
Cuestión distinta es que uno, de natural, sea como ambos responsables del aterrizaje. Que puede ser que no. Que no necesariamente.
Que pueden ser de derechas y tu ir a manifestaciones por la paz mundial y el aborto libre y gratuito. Que pueden ser de izquierdas y tu ir por el mundo con la cabeza rapada y un bate de beisbol.
Que no siempre lo que se siembra sale erguido, que a veces se tuerce. Y que uno puede decidir (en teoría estamos en un mundo libre) ser un pepino o un higo (hay quien decide ser ambos, pero, esos, son los menos).
En definitiva, pepino o higo lo es en si mismo sin importar si descienden de un berenjenal y una tomatera.
Que (siguiendo con la horticultura) hay quien hace fortuna con una alcachofa en la boca y quien sueña que no le falte el plato de lentejas.
Y eso, en el 90% de los casos (ya pasamos a las matemáticas y dejamos la botánica) no depende de los responsables del “aterrizaje”.
Depende de cómo cada uno resuelva la ecuación en que se convierte la vida. En que seamos capaces de despejar las incógnitas (¿qué caray es “x”?) y solucionar el problema.
En el 10% restante, el pepino o el higo (ya volvemos con la botánica) siguen a pies juntillas el manual de instrucciones. No se desvían del camino trazado, y eso los hace agradables a los sacros ojos de sus
divinos progenitores, pero de escasa utilidad en el quehacer diario. Son más rebaño que pastor. Salen más trasquilados que trasquilan.
Y con el paso de los años se arrepienten de no haberse decidido por el camino que hubieran o hubiesen preferido. De haber “hecho lo correcto”. Porqué vida no hay más que una. Y es tuya. Nadie la vive (o la debe vivir) por ti.
Todo aquello que no vivas, bien sea por indecisión o por ser agradable a los sacros ojos de tus divinos progenitores, ya no lo puedes volver a vivir. Pasa de largo y llegan las lamentaciones (“podría haber hecho esto o aquello”) y las culpas (“no lo hice porqué no me dejaron”).
Pero, realmente, no lo hizo porqué no decidió hacerlo. Por el “qué dirán”, por ejemplo. Por ser “oficialmente” bueno, correcto.
Y cada minuto, cada segundo que pasa, no lo vuelves a vivir.
Cierto es que, en ocasiones, hay que contar hasta 10 para hacer algo. Pero en la mayoría de los casos se trata de lanzarse a la piscina. 99 de cada 100 piscinas tienen agua y no te romperás la crisma.
Pongamos un caso concreto.
Uno nació porqué nació. De hecho no tocaba. Debía ser una llaga en el estómago y acabé siendo un espermatozoide “recordman” de los 100 metros lisos.
Tal afición por la velocidad produjo estupor en mis progenitores. No en vano consideraban cubierta su cuota dedicada al incremento de la población mundial con el aterrizaje de mi hermana en este valle de lágrimas.
Mala cosa el llegar sin ser llamado. Eso si, aceptado el próximo aterrizaje (y hay más de 9 meses para aceptarlo), todo son parabienes. Pasas a ser el centro de atención, el enano nuevo del circo.
Cierto es que, si has llegado mucho más tarde que tu hermana (pongamos 10 años) pasas a ser de cristal. O un jarrón Ming (dicho sea para darme mayor importancia).
Dos puertas abiertas son una corriente de aire y, siendo algo muy delicado, una posible pulmonía. Razón por la cual (y a pesar de que en el momento de mi aterrizaje no existía o no se tenía noticia en ambientes tan proletarios como los que me vieron crecer, el aire acondicionado) era preferible pasar algo de calorcillo en verano que provocar una corriente de aire que resquebrajara el jarrón Ming.
De hecho ya de muy pequeño, tanto que en mi casa no tenían que comprar mancuernas para mantenerse en forma (aparte de que, en aquel entonces, se llamaban “pesas”, eso de las “mancuernas” ya es más actual), sufrí una subida de fiebre mayor que lo habitual en personajes de tan pequeña talla.
Pequeña convulsión y le llamaron “principio de epilepsia”. Nunca se volvió a reproducir (es decir, que más que un “principio” fue un “principio y final”) pero significó que, oficialmente, siguiera siendo un jarrón Ming hasta los 14 años. Digo “oficialmente” porqué extraoficialmente nunca he dejado de serlo.

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