Buenas tardes. Bienvenidos a mi blog.
Está pensado para publicar aquello que pase por mi mente, bien sea realidad (comentarios sobre noticias de actualidad, historia, etc.) o ficción (relatos, novela, incluso poesía).
También me gustaría que aquellos que lo siguierais expresarais vuestras opiniones.
Ojalá en un futuro no muy lejano, todos (vosotros y yo) estuvieramos satisfechos de leer (los unos) y de publicar (el otro) en este, el que espero, de todo corazón, sea a partir de ahora, un espacio de ocio, reflexión y opinión.
Gracias. a todos.
Un saludo.
Ricard.

domingo, 18 de noviembre de 2012

EL RAPE Y LA SIRENA.



EL RAPE Y LA SIRENA.


Asemejaba un rape de tan caído como tenía el labio inferior, los ojos grandes y dientes prominentes. De hecho, cuando sonreía, podía ser considerado un rape con problemas de identidad.
De gran corazón, sus amigos (la mayoría, simples conocidos) se aprovechaban de su buena disposición para ayudar a todo bicho viviente (no solo a otros rapes, se entiende).
Alma cándida, creía que las habituales peticiones de sus servicios eran muestra de confianza y amistad, sin caer en que, cuando no se le requería para tales menesteres, su teléfono quedaba más mudo que Harpo Marx con amigdalitis.
Que si “a ti pintar se te da muy bien”, que si “habría que cambiar un enchufe”, su vida estaba llena de “muestras de amistad”.
A sus cincuenta y dos años vivía solo. Divorciado hacía ya diez años, se le pasó el arroz de tanto desconfiar ya que, pensaba él, “si me ha ido tan mal con mi mujer, es posible que todas las relaciones me vayan igual”. No caía el pobre en que quizás hubiera sido mejor repartir confianza y desconfianza entre las relaciones de pareja y las de amistad. Que de todo hay en ambas.
Cierta mañana del mes de mayo, domingo para más señas, nuestro héroe, Martín, salió a pasear. Se acercó al paseo marítimo para respirar el aire del mar. A pesar de que hacía buen día, Martín no tenía por costumbre ir a la playa hasta bien entrado el mes de junio, contentándose hasta entonces con esos paseos matutinos.
Andaba sumido en sus pensamientos, calentado por el sol, refrescado por la brisa marina, cuando surgió de las escaleras que daban acceso a la playa, con aire majestuoso, una compañera de trabajo mucho más joven que él, veinticinco años apenas, encargada de cubrir los tiempos de vacaciones en su dependencia. Con un pareo anudado a la cintura, la bolsa al hombro y el pelo mojado. Lo del pareo hacía que recordara a una sirena.
Quizás fuera por la semejanza antes señalada, lo cierto es que Martín tenía cierta tirada a lo marino, más aún si “lo marino” era una sirena de buen ver y mejor catar. Apareció la mirada de rape con problemas de identidad de tan grande como fue la sonrisa que le dedicó a ella.
Miriam, que así se llamaba la sirena, le devolvió la sonrisa y le estampó dos besos (uno en cada mejilla). Le dijo que llevaba desde primeros de mayo acudiendo a la playa cada sábado y cada domingo. Le propuso que le acompañara al siguiente sábado. Martín dijo que si. Le gustó la idea si bien era consciente de que podía ser su hija. De hecho, se sentía halagado de que una chica así, joven y hermosa, le propusiera pasar algo de su tiempo con él. La invitó a hacer el aperitivo. Lo cierto es que, tras el pertinente desfile de anchoas, patatas fritas y vermut con sifón, las sonrisas se habían ampliado. Rape y sirena parecían empeñados en ganar un casting de dentífrico.
¿Dónde acababan sus prevenciones sobre las relaciones y donde empezaban sus calzoncillos? ¿O quizás llevaba demasiado tiempo solo? Cierto que había quedado muy dañado por sus dos últimas relaciones. Había sufrido mucho. Y sabía que no tenía posibilidad alguna de funcionar una relación con una chica tan joven. Pero, al fin y al cabo, solo habían tomado el aperitivo y habían quedado para ir a la playa.
Tan pronto llegó a su casa, Martín, antes incluso de prepararse la comida, buscó en el armario sus bañadores. Todavía conservaban su dignidad.
Fue pasando la semana. Trabajo por las mañanas, algún trabajillo para sus amistades por las tardes. Hasta que llegó el miércoles.
Ese día había jornada de liga y daban el partido por la televisión de pago. Acostumbraba a ir a un bar a verlo. Cenaba y veía el partido. Así no hacía falta contratarlo en casa, salía y se distraía. Miriam le llamó a media tarde y le preguntó si vería el partido. De hecho, en alguna ocasión ella también había acudido a ese bar a ver el fútbol. Quedaron para verse allí media hora antes de que empezara.
Si, si, si…solo el aperitivo e ir a la playa el fin de semana…y ahora el fútbol, pero el se duchó (ya se había duchado ese mañana, como hacía cada día), se afeitó (lo mismo que la ducha) y se puso algo de colonia, antes de vestirse y salir hacia el bar.
Al llegar al bar, la patrona le puso en su mesa habitual. Martín le preguntó a Amparo (que así se llamaba la patrona) si cabría una persona más en la mesa. No había problema. Cabría. Asomó de nuevo su más amplia sonrisa, acompañada esta vez de una elevación del torso producida por el suspiro de alivio que exhaló nuestro héroe.
No habían pasado ni dos minutos desde que se había sentado, que apareció Miriam. Enmarcada en la puerta del bar, con el sol dando en su espalda, asemejaba una aparición.
De repente, Martín rejuveneció veinte años. Pidieron la consumición y se dispusieron a ver el partido. Los otros habituales de su mesa ya habían ocupado sus posiciones. Martín, hombre educado, les presentó a Miriam.
El encuentro avanzó entre emociones. Los consabidos “uuuyyy”, “¡árbitro sinvergüenza!” y “¡goool!” (este, repetido hasta tres veces), con los que se jaleaba el evento, pasaron a un segundo plano para nuestro héroe, que seguía con mayor atención si cabe las evoluciones de Miriam antes que las del delantero centro de su equipo. No en vano, ella recibió cada uno de los tres goles con sendos abrazos, los cuales tuvieron la virtud de darle mayor calidad al partido de la que ya tenía de por si.
Al término del encuentro, Martín pago su cuenta y la de Miriam, cosa que la muchacha le agradeció quedando en que en el partido del próximo sábado pagaría ella. Cosa que gustó a nuestro rape, ya que significaba que ella señalaba otra fecha para verse, además de las citas playeras del fin de semana, para las cuales, antes de despedirse, ya habían fijado hora y lugar. Terminó la jornada con cada oveja en su redil, no en vano al día siguiente había que trabajar.
Al día siguiente Martín emprendió el trabajo con ánimos renovados. Su compañero, sorprendido por el alarde de vitalidad, le preguntó a que se debía. Nuestro héroe, prudente por naturaleza, no le había contado nada sobre Miriam, entre otras cosas porqué no había nada y porqué su compañero también la conocía. De modo que se lo contó a grandes rasgos, omitiendo el nombre de la sirena en cuestión. El consejo de su compañero fue que aprovechara la vida sin pensar en nada más, en si podría funcionar o no, que eso lo iría viendo poco a poco.
Con el consejo de su compañero por bandolera, Martín volvió a su casa el final de su jornada laboral, se hizo la cena y se dispuso a ver una serie en la televisión.
Faltaban solo dos minutos para que empezara la serie.
Martín, armado con el mando a distancia, había tomado posiciones en el sillón de enfrente del televisor.
De pronto, sonó el teléfono.
Era su cuñada Nico. Lo de “Nico” venía de Nicolasa, que era el nombre que, con alevosía y nocturnidad, le había puesto su padre cuando fue al Registro Civil, en un día ciertamente nublado. Cabe aclarar aquí, que el padre no fue detenido por tamaña felonía, ni se le practicó control de alcoholemia alguno ya que no era cosa habitual en esa época.
Martín solo la llamaba por su nombre completo cuando se enfadaba con ella y, ciertamente, el motivo de la llamada no le hizo ninguna gracia. Nico le decía que ella y su marido Pablo habían decidido pintar el garaje de su casa ese fin de semana y que si él, Martín, con lo mañoso que era, les ayudaba el sábado por la mañana, posiblemente a la hora de comer ya habrían acabado y podrían ir tranquilos a pasar el resto del fin de semana a casa de unos amigos. Eso si, mientras Martín y Pablo pintaban, Nico prepararía una paellita para cuando terminaran.
Contrariamente a lo que en él era habitual, Martín le dijo que no podía ir ya que ese fin de semana había quedado. La respuesta no le gustó nada a su ex cuñada, acostumbrada como estaba a que él le dijera que si a todo. Quiso saber cual era el compromiso que impedía a Martín cumplir sus deseos de pintar el garaje en menos tiempo. Por primera vez en su vida, nuestro héroe respondió que “simplemente he quedado, igual que habéis quedado vosotros. Esta vez no puedo, lo siento”. Nico se enfureció y Martín, sin ninguna gana de discutir y con muchas ganas de ver la serie, decidió acabar la conversación con un “tengo que dejarte Nicolasa, buenas noches”, que le llenó de una malsana satisfacción.
El viernes, día en que trabajaba solo por la mañana, dedicó la tarde a ver si le faltaba algo. Tenía bañador, toalla para secarse, esterilla para tumbarse…¡le faltaba la loción solar! Raudo bajó a la farmacia a comprar una con protección 40 ya que tenía la piel muy blanca y se quemaba con facilidad. Cabe señalar que también se compró en la farmacia una crema reductora de abdomen ya que este notaba el descenso de ejercicio. Eso si, la farmacéutica, persona honrada donde las haya, le aseguró que en un día no se moldea el abdomen, y que si tenía querencia a la cuchara y rechazo al ejercicio, poco podía hacer la mejor de las cremas.
Y por fin llegó el gran día. Martín salió de casa con una camiseta y el bañador, llevando la toalla en el hombro y en una bolsa el resto de artilugios: crema protectora, crema protectora para el pelo (efectivamente la farmacéutica le había asegurado que también se daña el pelo y que había que protegerlo), esterilla, la cartera y el tabaco.
Se encontraron en las escaleras de la playa. Ella con el pareo, el bikini y la bolsa. Tendieron las esterillas en un lugar que no estaba mal. De hecho, los mejores lugares de la playa estaban ocupados por gente mayor, ya que tenían costumbre de acudir muy temprano a la playa, casi se diría que cuando acababan de poner el sol en el escaparate.
Tras tomar un baño, se tumbaron en las esterillas. Se rebozaron en crema solar (Martín contempló con satisfacción que Miriam también se ponía crema solar protectora para el pelo. Es decir, que a él no le habían “tomado el pelo”, nunca mejor dicho, en la farmacia).
Miriam se tumbó boca abajo en la esterilla, se desanudó el sujetador y le pidió si le podía poner crema en la espalda. Claro está, ya he señalado más arriba que Martín era un “manitas” y siempre estaba dispuesto a ayudar. Y en este caso más. Se diría que moldeó la espalda de la sirena. ¿Sirena decía? Pues con el ronroneo de satisfacción que emitía más parecía gatita. Sirena o gatita, la cuestión es que alabó la habilidad de Martín diciendo aquello de “que manos tienes, un día de estos me has de hacer un masaje”.
¡Ay, que débil es la carne humana! Y más todavía la masculina en cierto lugar de la geografía corporal. Eso hizo que nuestro héroe tuviera que tumbarse también boca abajo y en una súbita revelación se le ocurrió pedirle a Miriam que le extendiera a su vez crema por la espalda. Ella sonrió, se incorporó y Martín no sabía donde mirar. Para ser claros, sabía “donde quería mirar”, pero no si tenía que girar la cabeza de modo ostensible poniendo en serio riesgo sus cervicales. Es decir, decidió ser discreto.
Miriam se puso a horcajadas sobre su espalda y empezó a extenderle la crema con un suave masaje. Afirmó que no tenía tanta práctica como él, a lo que Martín respondió alabando el masaje.
Se pasaron el resto de la mañana hablando. Ella le contó que además de las suplencias en su trabajo le quedaban pocas asignaturas para terminar la carrera de psicología. Respecto a su vida personal, le explicó que un año atrás había roto la relación que mantenía con su novio desde hacía tres años. “Así pues, tanto tu como yo estamos solteros”. Asomó de nuevo la sonrisa de rape con problemas de identidad.
Después de pasar tres horas en la playa, repasando política, economía, cine, teatro y gustos culinarios, se despidieron con dos besos quedando para ver el fútbol esa noche.
Pasaron las horas y con ellas la comida, la tarde y el fútbol. Al salir del fútbol empezaron a caminar sin rumbo fijo. Al fin y al cabo hacía una noche espléndida.
Al llegar ante un portal Miriam se detuvo y le dijo si quería subir. Martín la tomó de la mano y la besó. Suavemente. Luego se transformó en un beso lleno de pasión. Cerraron los ojos.
Algo perturbó a Martín.
Un ruido ensordecedor.
Totalmente alterado buscó con la mirada de donde procedía.
Al fin lo descubrió.
Sobre la mesilla de noche de su habitación sonaba impertinente el despertador que le despojaba del más bello de sus sueños para arrojarlo en brazos de una nueva jornada de trabajo.























1 comentario:

  1. Me gusta este relato, tiene todo lo necesario: Ingenio, vitalidad y hasta un punto de ternura. Ahgggg... no hay cosa que mas odie que el despertador... que armatoste... ¡Pobre Martin!.

    ResponderEliminar