Buenas tardes. Bienvenidos a mi blog.
Está pensado para publicar aquello que pase por mi mente, bien sea realidad (comentarios sobre noticias de actualidad, historia, etc.) o ficción (relatos, novela, incluso poesía).
También me gustaría que aquellos que lo siguierais expresarais vuestras opiniones.
Ojalá en un futuro no muy lejano, todos (vosotros y yo) estuvieramos satisfechos de leer (los unos) y de publicar (el otro) en este, el que espero, de todo corazón, sea a partir de ahora, un espacio de ocio, reflexión y opinión.
Gracias. a todos.
Un saludo.
Ricard.

jueves, 1 de noviembre de 2012

Reflexión nº 5



REFLEXION Nº 5


Esta misma semana he leído una noticia que ha acabado por despertarme. Un hombre se ha arrojado por la ventana cuando ha visto que llegaba la delegación judicial para embargarle la vivienda. Ha sido en Granada. Ha muerto. Apenas una hora y media más tarde, un hombre en Burjasot (Valencia), casado y con dos hijos, tras ver llegar desde su balcón a la delegación judicial, con la misma misión (únicamente se ingresaba el sueldo de su esposa, de baja por depresión, y acostada en ese momento), se acercó a su hijo, que estaba viendo la televisión, le besó en la frente y salió al balcón arrojándose al vacío. Su hija no estaba en la vivienda en ese momento. Sobrevivió con graves heridas (según parece cayó de pie, cosa la cual no garantiza la supervivencia del que se arroja al vacío).
Tras el relato de los hechos (de Granada y de Burjasot), cabe analizar las circunstancias que llevaron a tan dramática decisión a ambas personas.
En ambos casos, se había llegado a una situación límite. Sin ingresos (o muy limitados) en la unidad familiar, con una deuda que ahoga la existencia de la familia, cabe preguntarse como se ha llegado a esta situación.
Hablamos de una cultura propia del país, de aquella creencia en que se debe asegurar la vivienda. Más exactamente la vivienda en propiedad, ya que es creencia general que si pagas la cuota de una hipoteca por tu vivienda, es similar a pagar un alquiler con la diferencia de que llegará un momento en que será tuya. En la sociedad prehistórica de cazadores recolectores, se diría que hay que tener una cueva en la que guarecerse de las inclemencias del tiempo. No es vana la comparación con las sociedades prehistóricas por cuanto prestigiosos antropólogos sostienen que, por mucho que haya avanzado, o se haya sofisticado la sociedad, seguimos siendo la misma sociedad de cazadores recolectores que fuimos en la prehistoria.
La cuestión es: ¿cómo hemos asegurado la vivienda, la cueva en la que guarecernos (a nosotros y a nuestra familia) de las inclemencias del tiempo?
Hoy no es tan fácil como en la prehistoria. Menos en Europa, donde por cuestiones de espacio, en las clases trabajadoras (o trabajadoras por cuenta ajena, por mejor expresarse), se desarrolla una sociedad vertical. No hay casas, sino pisos. Vivimos unos encima de otros. No solo físicamente. También en sentido figurado.
Intentaré explicarme.
Aproximadamente desde 1986 (coincidiendo con la proclamación de Barcelona como ciudad olímpica para 1992) se inició el despegue en los precios de las viviendas. Hablamos de que un mes antes un piso en el barrio de l’Eixample (en pleno centro de Barcelona), con cuatro habitaciones, podía costar entre seis y diez millones de pesetas (según acabados), es decir, puesto en precio y divisa actuales, entre treinta y seis mil y sesenta mil euros. Tras la proclamación de Barcelona como sede de los juegos, un piso de similar tamaño en la misma zona, pasó a costar veinte millones de pesetas (aproximadamente, ciento veinte mil euros). Como puede verse, el incremento fue de los que hacen época. Sin embargo, no todo es imputable al evento olímpico por cuanto en el resto del estado se reprodujo la misma situación sin que, por ejemplo, Girona, San Sebastián o Madrid fueran proclamadas sedes olímpicas.
A partir de ahí, se inició una espiral imparable. Espiral que llevó a que quien quería una nueva vivienda, para poder pagar el precio que le solicitaban, tomara dos decisiones: la primera, solicitar una hipoteca para afrontar la adquisición de la nueva vivienda; la segunda, vender su antiguo piso por un precio muy superior al que valía (a partir de ese momento, a ese nuevo precio se le denominaría “precio de mercado”), para así pedir una cantidad menor de hipoteca y afrontar un endeudamiento inferior que le permitiera vivir sin agobios.
Pero, ¿y aquel que adquiría una vivienda sin tener una anterior? Aquel que buscaba su primera vivienda, para entendernos. Bueno, pues ese afrontaba la adquisición sin tener el soporte de un precio (el de la antigua vivienda) que le rebajara la deuda que tenía que afrontar. Claro que, en esos casos, se puede decir que adquirían esa “vivienda antigua” del que pretendía el nuevo piso. Pero es que esa vivienda antigua (recordemos el ejemplo anterior sobre pisos nuevos), pasaba de dos millones de pesetas (doce mil euros) a esos mismos seis o diez millones (treinta y seis o sesenta mil euros) del piso nuevo anterior a septiembre de 1986.
La deuda que se debía afrontar se acababa solventando con un salto hacia delante cuando se decidía adquirir una vivienda nueva, por ejemplo una casa en lugar del piso. En muchos casos, fuera de la capital, con el consiguiente incremento del parque automovilístico de las familias pasando de uno a dos coches para acudir al trabajo (que, generalmente, seguía estando en la capital).
Para que ese estatus, para que esa solución de adquirir un bien a un precio mayor rebajando la nueva inversión con la venta del bien anterior, tenía que seguir creciendo la demanda de viviendas. Eso si, no hablamos solamente de las ventas que hicieran particulares. Tan grande era el movimiento en el sector inmobiliario que florecieron las empresas del ramo, las recalificaciones de terrenos y la siembra de nuevas casas. Y digo así porque se recalificaron terrenos para pasar a crear urbanizaciones en lugares cada vez más inverosímiles. De hecho, ha aparecido de un tiempo a esta parte la figura de las urbanizaciones fantasma, donde se construyeron viviendas hoy abandonadas (más que eso, ni siquiera estrenadas).
Tan gran incremento del parque inmobiliario dio al traste con la política del “salto adelante” que utilizaban las familias al bajar los precios de los inmuebles tanto nuevos como usados. Aquello que se consideraba la panacea para que se pudieran adquirir viviendas por parte de quienes menos podían (que bajaran los precios), paso a ser el hundimiento de muchas familias. Se trataba de que todo el mundo pudiera bailar, pero fue la ruina de los que ya estaban bailando. De pronto se encontraron con una vivienda valorada en el momento de la compra en cuatrocientos mil euros, con una hipoteca de trescientos mil, de los cuales existía un saldo pendiente de doscientos ochenta mil y que, con la bajada de precios, no podían vender ni por el saldo pendiente de la hipoteca. A lo sumo, necesitando doscientos ochenta mil, les ofrecían doscientos cincuenta mil, cantidad con la que no resolvían el problema. Se pensaba que volverían a subir los precios pero, en lugar de eso, siguieron bajando. A ello se unió el estallido de la crisis económica a nivel mundial. La cuestión inmobiliaria arrastró no solo a familias si no también a entidades financieras. Se prestó por encima de la capacidad de endeudamiento de las familias pero también por encima de la capacidad de reacción de muchas entidades financieras. Por encima de aquello que podían afrontar. En el clásico ejemplo de “¿qué sucedería si un día todos los clientes reclamaran su dinero?”.
Hubo entidades que prestaban por debajo del tipo de interés de referencia entre Bancos y retribuían el dinero que ingresaban los clientes a un tipo muy superior. Dicho de otro modo: sembraban patatas a cuatro pesetas y las vendían a tres.
El auge del mercado hipotecario llevó, como consecuencia, al del resto del mercado. El crédito pasó a ser una nueva forma de vida, no en vano las series americanas nos mostraban que todo bicho viviente paga allí hasta los cafés con leche con tarjeta de crédito. Las mismas entidades financieras que se animaron a conceder créditos hipotecarios, se animaron a facilitar el dinero en cualquier ámbito: uno se compraba una vivienda más grande, debía adquirir nuevos muebles (tampoco se trataba de aprovechar los que se tenía, que caray, que hace ilusión estrenar); se cambiaba el coche y, por un poquito más de lo que hubiera pagado por el coche que se ajustaba a sus necesidades, adquiría el que colmaba sus sueños; al fin y al cabo, pagando en cómodos plazos, podías adquirir cosas que ni podías imaginar tener años atrás, electrónica, ropa, cámaras fotográficas o de video, etcétera.
La llegada de la antedicha crisis económica internacional, conllevó a un reajuste económico (macroeconómico diríamos) que, juntamente con la bajada del mercado hipotecario interior, llevó a las familias a la ruina. Sencillamente, con la crisis la gente, que bastante tiene para sacar cabeza, no consume. Por tanto no se vende. Las empresas tienen menos ventas, menos beneficios. Muchas de ellas rebajaron plantillas. Para empezar, porque el siguiente paso fue cerrar.
No afectó solo al sector privado. El sector público reaccionó ante la crisis:
-Incrementando impuestos como el IVA. Notoriamente el más injusto y que más influye en la vida diaria de las personas (físicas y jurídicas). No en vano aumenta los precios en la misma proporción sin tener en cuentas las rentas que perciben aquellos que los pagan. Así, el incremento a la hora de pagar un café o una botella de leche es el mismo para una persona con ingresos limitados que para un millonario. A diferencia del IRPF, en el que cada cual paga en función de los ingresos que percibe, en el IVA la carga es la misma para todos.
-Modificando prestaciones. Hoy en día hay menos medicamentos financiados por la Seguridad Social y además se paga una tasa. Los pensionistas, además, acostumbrados a percibir los medicamentos a coste cero, deben afrontar ahora el pago de la tasa y un porcentaje del precio. Hay que tener en cuenta que se trata, en su mayoría de gente que ha cotizado a lo largo de su vida y que ha llegado a una edad en la que el consumo de medicamentos se incrementa, pasando a ser crónico en lugar de ocasional.
Otra que se modifica es el paro. Aquellos jóvenes que convivan con los padres, pasado un tiempo pasan a dejar de tener derecho a percibir la prestación (“como viven con los padres, pues no tienen gasto”). Claro pero, si viven con los padres posiblemente sea porqué no tienen la capacidad económica suficiente para vivir por su cuenta de alquiler, y ya no digamos de propiedad.
-Recortando servicios. Aquí entra la asistencia sanitaria universal y gratuita, paradigma de la sociedad de bienestar. Se reduce los servicios, las intervenciones e incluso los centros de asistencia. Aumenta el cambio el tiempo de espera para visitas, intervenciones quirúrgicas, etc.
-Rebajando salarios. A los empleados públicos (funcionarios), los cuales han visto congelado su salario, cuando no recortado, siendo la última la no percepción de la paga de navidad.
Eso sí, luego saldrán noticias en las que se instará a la Administración a tomar medidas para incrementar el consumo ante la bajada de ventas. Pero, ¿qué consumo quieren que crezca? O mejor dicho, ¿con que dinero se va a consumir?
Ante todo este panorama las familias han visto disminuir sus ingresos debiendo afrontar los mismos pagos. Llega un momento en que se acumulan las cuotas (lo que se debe) y se ingreso lo mismo. La angustia crece porqué no se ve salida posible.
Ese cúmulo de circunstancias son las que llevan a la desesperación que ha llevado a los hechos de Granada y de Burjassot. Y posiblemente haya más que no conocemos.
La pregunta es: ¿cuánto tiempo aguantará (aguantaremos) la gente esta situación? Quizás llegue un momento en que el Estado mismo, incapaz de ayudar al pueblo a resolver, a salir de este atolladero en que lo han metido (no “se han metido”, “lo han metido”), se verá superado, no se yo si con algo parecido a la desobediencia civil o a una auténtica revolución. De momento las protestas son cada día más numerosas. Antaño lo de manifestarse era cosa de jóvenes, hoy manifestarse no tiene edad. Como en otros tiempos, ha existido represión contra ese movimiento de protesta (en su gran mayoría, pacífico). Pero llegará un momento en el que el mismo policía que empuñe la porra tendrá ante si a su padre, a su esposa o a su hija, manifestándose porqué no tendrán otro remedio. Ante una situación así, ¿ese mismo policía hará lo mismo, o se unirá a los manifestantes?

No hay comentarios:

Publicar un comentario