Buenas tardes. Bienvenidos a mi blog.
Está pensado para publicar aquello que pase por mi mente, bien sea realidad (comentarios sobre noticias de actualidad, historia, etc.) o ficción (relatos, novela, incluso poesía).
También me gustaría que aquellos que lo siguierais expresarais vuestras opiniones.
Ojalá en un futuro no muy lejano, todos (vosotros y yo) estuvieramos satisfechos de leer (los unos) y de publicar (el otro) en este, el que espero, de todo corazón, sea a partir de ahora, un espacio de ocio, reflexión y opinión.
Gracias. a todos.
Un saludo.
Ricard.

domingo, 25 de noviembre de 2012

LA NOCHE.



LA NOCHE.

Manuel llegó a su casa cuando ya era noche cerrada, después de una dura jornada de trabajo. Su esposa había ido a cenar con sus mejores amigas. Las cuatro tenían por costumbre reunirse una noche al mes para resolver el mundo, actualizar novedades o destripar reputaciones. Entró en su casa, encendió la luz y fue a desconectar la alarma. ¡Vaya! Estaba desconectada. Seguramente su esposa se había olvidado de ponerla al salir a cenar. Claro, iba siempre con el tiempo justo.
Casi automáticamente se dirigió a su habitación. Dejó el abrigo en el vestidor y la chaqueta en el galán. Se desanudó la corbata y bajó a la cocina.
Apenas tenía hambre de lo cansado que estaba, pero se impuso la obligación de tomar un bocado por ligero que fuera. En la nevera había media fuente de macarrones que su esposa le había dejado del mediodía. Se puso un poco en un plato y los calentó en el microondas. Se sirvió un vaso de vino tinto del Priorat y se sentó en la mesa de la cocina a cenar. Tras tomarse un café, decidió ver un rato la televisión. Puede que su esposa regresará antes de que él se acostará. No solía terminar sus cenas a hora muy tardía.
Las noticias no eran distintas del día anterior: seguían bombardeando los mismos lugares, reuniéndose los mismos políticos pretendiendo resolver quien sabe que, matándose entre cónyuges y peleándose entre clubes deportivos. Pero no tenía ganas de acostarse todavía. A la hora del tiempo, entre pronósticos de bajas temperaturas y tiempo estable, sonó el teléfono. Vio en la pantalla que era el móvil de su mujer.
-Si, dime…
Pero no dijo. Silencio absoluto.
-Dime Marta…
Pero Marta no dijo. En cambio empezó a escuchar una respiración pesada.
-¿Marta, eres tu?
Y el sonido inconfundible del teléfono al colgarse.
Manuel se quedó mirando la pantalla del teléfono, desconcertado. Tecleó el número de Marta y antes de darle al botón de llamada volvió a sonar el teléfono.
-¿Marta?
Silencio absoluto.
-Marta, ¿eres tu?
De nuevo la respiración.
Colgaron el teléfono.
Se levantó para coger el abrigo y salir a la calle. No podía quedarse en casa esperando, llamaría a la policía desde su móvil.
No había dado ni dos pasos cuando, de pronto, se apagaron las luces de la casa.
Manuel quedó inmóvil. Escuchando el silencio. A pesar del frío, Manuel empezó a sudar. Notaba una fuerte opresión en las sienes.
Seguramente tenían a su mujer e iban a entrar en su casa para robar. O lo del secuestro exprés, que parecía haberse impuesto en los últimos años. Eso, retendrían allí a su mujer y le harían ir a la oficina a retirar una cantidad importante, amenazando con hacerle daño a Marta. Pero, en ese caso, ¿por qué no decían nada? ¿qué pretendían? ¿ponerle nervioso?
No había tiempo de llamar a la policía.
Se quitó los zapatos y, descalzo, se dirigió a su despacho que estaba en la misma planta. En un cajón de su escritorio, debidamente cerrado con llave, guardaba una pistola CZ999, recuerdo de otros tiempos. La cogió. Esperaba que entraran. No tenían muchas posibilidades de sorprenderle ya que había diseñado él mismo la casa. Los dos accesos eran blindados, tanto el que utilizaban desde el garaje como la puerta principal. No había posibilidad de acceder desde el piso superior ya que puso especial atención en diseñar la vivienda sin que hubiera ningún tipo de asidero por el que trepar.
Con el arma montada y sujetándola en vertical a la altura de sus ojos, con sus pasos amortiguados por la moqueta, se dirigió lentamente a un punto desde el que podía divisar la puerta de entrada y el ventanal de la salita. Estaba seguro de que nadie había entrado desde que él estaba en casa. No en vano había cerrado la puerta con llave al entrar y había estado también en el piso superior.
Cierto que la alarma estaba desconectada, pero la puerta estaba cerrada.
Pero la podían haber cerrado por dentro. Y había un sitio en el que no había mirado.
La biblioteca.
La puerta de la biblioteca estaba cerrada y no había luz en su interior. Puso la mano en el pomo. Cuidadosamente empezó a girarlo.
Siempre le había gustado el nombre de Manuel. Manuel Sanjuán era un nombre más conveniente que Predag Stojkovic. Sobre todo después de que el Tribunal de La Haya emitiera una orden internacional de busca y captura contra él por ser uno de los lugartenientes del general Ratko Mladic en Srebrenica. Consiguió huir. Sin barba, con el pelo mas corto y cambiando sus gafas por lentes de contacto, había conseguido esquivar a sus perseguidores. Gracias a sus estudios de arquitectura pudo iniciar una nueva vida.
Y conoció a Marta. Lo mejor que le había pasado en muchos años. Era feliz con ella. Y nadie, ni los del Tribunal ni los bosnios, conseguiría apartarle de ella. Él la salvaría. Empezarían de nuevo en otra parte del mundo. Ella comprendería. Al fin y al cabo, se querían. Y Manuel le había contado que tenía familia en Sarajevo, que era bosnio y que había conseguido huir de los chetniks. Cierto que le había dado la vuelta a la historia pero en occidente habían tomado partido por los bosnios y no se trataba de arriesgarlo todo por intentar que ella comprendiera su punto de vista.
Se centró en lo que iba a hacer. Acabó de dar la vuelta al pomo de la puerta de la biblioteca. La abrió de golpe. Se encendieron las luces y sonó un grito:
-¡Sorpresa!
Sonó un disparo.
Todos los presentes enmudecieron. Marta, de pie, con los ojos relejando una profunda incredulidad, tenía una herida en el pecho por la que le escapaba la vida. Dobló las rodillas y cayó.
Manuel, que había reaccionado al encendido de las luces disparando al centro de la sala, soltó su CZ999 de la policía serbia y se abalanzó hacia Marta, como si creyera que evitando que impactara contra el suelo iba a salvarle la vida.
Antes de que ella exhalara su último suspiro, y entre lágrimas que nublaban su visión, Manuel pudo ver el inmenso cartel que atravesaba la biblioteca con la leyenda “Feliz cumpleaños Manuel” y las bebidas y los canapés que poblaban las improvisadas mesas que allí esperaban para ofrecerle una sorpresa.
Y que sorpresa.
Entre sollozos, aferrando el cuerpo todavía caliente de su mujer, Manuel escuchó a uno de sus amigos llamando con su móvil a la policía. Ni la justicia internacional, ni los bosnios.
Había terminado pagando de la manera más cruel. Acabando por su propia mano con lo que más quería en este mundo.
Marta.
Quizás eran ciertas las cosas que dicen algunos sobre que, de un modo u otro, acabas pagando por las maldades que hayas hecho en esta vida. No le quedaba nada a lo que aferrarse. Cuando le detuvieran, las autoridades acabarían averiguando quien era en realidad. No tenía fuerzas para seguir luchando, para seguir escondiendo su verdadera identidad.
Cuando llegó la policía Manuel tenía todavía sujeto el cuerpo de Marta. Ya no sollozaba. No le quedaban más lágrimas.
Cuando se acercó el inspector, Manuel, con la mirada perdida, dijo:
-Mi nombre es Predag Stojkovic y me busca el Tribunal de La Haya.
Puso la pistola bajo su barbilla y disparó.











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