Buenas tardes. Bienvenidos a mi blog.
Está pensado para publicar aquello que pase por mi mente, bien sea realidad (comentarios sobre noticias de actualidad, historia, etc.) o ficción (relatos, novela, incluso poesía).
También me gustaría que aquellos que lo siguierais expresarais vuestras opiniones.
Ojalá en un futuro no muy lejano, todos (vosotros y yo) estuvieramos satisfechos de leer (los unos) y de publicar (el otro) en este, el que espero, de todo corazón, sea a partir de ahora, un espacio de ocio, reflexión y opinión.
Gracias. a todos.
Un saludo.
Ricard.

martes, 7 de agosto de 2012

Discusiones en la parroquia.


DISCUSIONES EN LA PARROQUIA.

Cuando el Padre Antonio llegó a la parroquia, Dani Megías le estaba esperando.
-Padre...me ha sucedido algo...algo...me he peleado con Aníbal, ya sabe...el pavo aquel que me buscaba el otro día...
-¡Al grano!
-...bueno pues...le he metido el pincho en la barriga y ha palmado...
-¡¡¡Qué!!! ¿Como has podido? ¿Crees que puedes disponer de la vida de otro ser humano? La vida la da Diós y la quita Diós, no los hombres...
-¡El pavo me buscaba...!
-¿Qué coño quiere decir eso?
-¡¡¡Padre!!!
-¡¡¡Ni Padre, ni ostias!!! Has matado a un semejante, a alguien que tenía tanto derecho a vivir como tú ¿Qué te has creido? ¿Para que sirve lo que yo te he enseñado? Para que mis sacrificios para daros todo lo que os pueda faltar...
-...buscaba a mi piba...
-¡Pues antes de matarlo, me lo cuentas!
-¡Ya vale Padre! ¡No me coma el tarro que...!
-¿Qué? ¿Que me vas a hacer, media mierda?
¡¡¡Padre, no me caliente...!!!
-Y si te caliento ¿qué? ¿me vas a pegar? ¿me vas a “pinchar la barriga” como a ese chaval?
-¿Quiere verlo...?-poniendo la mano en el bolsillo para sacar la navaja-
-A ver valiente –cogiéndolo del cuello y apretando-
Dani no podía respirar
-¡Padre!
Sus fuertes dedos apretaron hasta que Dani perdió el conocimiento, sus músculos se relajaron, se liberó su esfínter vaciando el orín y murió entre sus manos
-¡Hijo! Ego te absolvo pecatis tuis. Amen.
-Padre Antonio, ¿puedo pasar? –la llamada de Josefa, la señora que le hacía las tareas domésticas, le devolvió a la realidad-
-Espere Josefa, me estoy cambiando.
¡Ay este hombre! Es usted tan presumido que más parece un modelo de esos que un cura...
-Josefa, que irá usted al infierno –escondiendo el cuerpo de Dani debajo de la cama. Al anochecer ya pensaría como deshacerse del cuerpo- Ya puede entrar.
-Al infierno no se va por decir las verdades Padre. Y no es mala cosa que sea usted presumido.
-Bueno, bueno, ya está bien Josefa.
-En fin, Padre ¿recuerda usted que es martes? Toca cambiar las sábanas.
-Las cambié ayer, Josefa.
-Se equivoca Padre, son las de rayas que le puse la semana pasada...además...si siempre se las cambio yo...
-¡Las cambié ayer le digo!  -perdiendo la paciencia-
-...bueno, bueno...no las cambio si no quiere..Pero no creo que tenga que hablarme así...
-Disculpe Josefa, pero es que un feligrés me acaba de contar algo terrible y...
-Nada, nada...¡Pero si una le hiciera pagar las discusiones con mi marido y mis hijos –haciendo pucheros-
-Josefa, va... –abrazándola- no quería molestarla, ya sabe cuanto la aprecio.
-Bueno, asi pues Padre...¿se las cambio?
-No.
-Usted perdone –saliendo de la habitación del padre Antonio-
El salió tras ella y estando ante el altar el Padre Antonio le dijo:
-Josefa, tengo que ir al colegio, la dejo que trabaje en paz.
-Hasta luego Padre.
El Padre Antonio salió de la parroquia y, seguidamente, Josefa volvió a su habitación. Algo la intrigaba. El Padre Antonio nunca le había hablado así. Algo más que la confesión de un feligrés le debía preocupar. Pues no había oido confesiones él, y en un barrio como ese.
Que caray, le iba a cambiar las sábanas porqué ella sabía mejor que él cuanto tiempo llevaban puestas.
Se acercó a la cama, sacó las sábanas usadas, y cuando se acercó para poner las nuevas su pié notó algo bajo la cama.Miró hacia abajo y vió que era una mano.
Gritó con todas sus fuerzas presa del terror más absoluto, se dió la vuelta para salir corriendo y vió enmarcado en la puerta al Padre Antonio.
-¿NO LE HABIA DICHO, MI BUENA JOSEFA, QUE NO ME CAMBIARA LAS SABANAS?


Al despertar él se levantó con un nudo en la garganta.

AL DESPERTAR ÉL SE LEVANTÓ CON UN NUDO EN LA GARGANTA. 


Al despertar él se levantó con un nudo en la garganta, con un gusto amargo en la boca.
La ducha no fué lo revitalizante que acostumbraba. Cuando terminó se secó, como de costumbre, y descubrió gotas de sudor que perlaban su frente y su esternón. El afeitado fué maquinal. Más que vestido se diría que salió a la calle cubierto. Eso si, tras tomarse su preceptivo café.
Se dirigió a buscar su coche donde lo había dejado la noche anterior, en la calle de abajo de la suya. Cuando llegó, vió que no estaba. Su rostro mudó del rojo intenso y acalorado al blanco cetrino, cual si estuviera más en el otro barrio que en este.
Miró a un lado y a otro de la calle y se apercibió, con una mezcla de asombro y de esperanza, de que no había coche alguno, a pesar de que la tarde anterior la calle estaba llena.
-A ver si el Ayuntamiento habrá retirado todos los coches aparcados para hacer alguna obra  en la calle –pensó-.
Claro que eso no cuadraba con que no hubiera NINGÚN coche ni en esa calle, ni en la suya, ni en la que unía a ambas.
Siguió hasta la calle siguiente y vió que también allí habían desaparecido.
¿Qué podía haber pasado? No hay banda de ladrones lo suficientemente poderosa y hábil como para vaciar de coches las aceras de un barrio entero en una sola noche y sin que nadie se dé cuenta.
Por otra parte, el Ayuntamiento no trabaja tanto de noche (de día tampoco mucho, para que vamos a engañarnos). Tampoco había nadie más que él en la calle.
Decidió volver a su casa, llamar a la Policía y despertar a su mujer (a la suya, no a la del policía). Su sorpresa fué mayúscula al reparar en que tampoco estaba su mujer. La rutina matinal le había hecho suponer que ella estaba en la cama, a su lado. Pero no, no estaba allí.
El pánico se apoderó de él. Salió al rellano y llamó a los timbre de sus dos vecinos. Nada.
A los del piso superior. Nada.
A los del piso inferior. Nada.
Silencio absoluto. La nada total. Ninguna señal de vida a su alrededor.
Notaba una fuerte opresión en el pecho. Sudaba a raudales.
Llamó a la Policía. Nada.
Colgó el teléfono con la desesperación y el desánimo del que pierde su último cartucho.
De repente, sonó un ruido que siempre le molestaba, pero que en ese momento le pareció la más bella música jamás compuesta: el teléfono.  Descolgó con avidez.
-¿Si?
-¿Señor Contreras?
-Si, dígame.
-Soy Luis Domínguez, de su Banco.
-¡Domínguez cuanto me alegra oirle! Ha pasado algo terrible, asombroso, no hay palabras suficientes. Verá...esta mañana, al despertar...
-Perdone que le interrumpa Sr. Contreras. Debe ud. Al Banco las dos últimas cuotas de la hipoteca...
-¡Pero que me cuenta de la hipoteca ahora! Es más importante lo que me ha sucedido hoy y necesito que me ayude. Escuche: Esta mañana, al despertarme...
-“SE” lo que le ha sucedido esta mañana sr. Contreras. Y por supuesto que quiero ayudarle. Para eso estamos. Pero, claro, para ello es absolutamente necesario que Vd. Me ayude a mi primero.
Se hizo un silencio absoluto. Tenso. Dramático. Se podía cortar con un cuchillo.
-¿Qué quiere decir con que sabe lo que me ha sucedido sr. Domínguez?
-¡Sr. Contreras, sr. Contreras! Mire que el notario lee en voz alta las cláusulas de la hipoteca para que ambas partes den su consentimiento. Pero claro –y permítame decirle que Vd. No es el único- Vds., la mayoría de clientes, no prestan atención a lo que dice el notario. Creen que se trata de una mera formalidad...
-¡¡¡Que coño me está contando desgraciado!!! Diga de una vez que quiere decir con que  sabe lo que me ha sucedido...
-Sr. Contreras, no hace falta ser tan desagradable, ni alzar la voz ni emplear ese tono. En cuanto a su pregunta, iba a contestarle, si deja de interrumpirme. Para responder a las dificultades del mercado de la vivienda, incluyendo el tema hipotecario, el Congreso aprobó la Ley 28/2010, de 2 de febrero, por la cual se modificaba el pase a morosidad desde el impago de tres cuotas, como era anteriormente. La modificación es la siguiente: Cuando el deudor deje de pagar dos cuotas consecutivas del préstamo hipotecario se le desconectará el entorno. ¿Lo entiende sr. Contreras? Su vida diaria, su relación con las personas queridas, etc. Si estas no solucionan la deuda, y además se produce un tercer impago, se le expropiará la vivienda a la esposa y se le desconectará la vida al marido hasta que se resuelva la deuda. ¿Lo entiende sr. Contreras? Un estado latente próximo a la muerte.
-¡¡¡Eso es imposible Domínguez!!! ¿Me toma por imbécil? Eso no lo puede hacer nadie.
-¿De verdad sr. Contreras? Entonces, ¿cómo explica lo que le está sucediendo hoy? Si no me cree, intente llamar a alguién cuando cuelgue. ¿Lo ha intentado ya?
-¡¡¡Por Diós!!! Hable con mi mujer, que venda el coche si es necesario, pero que pague...
-Sr. Contreras, lo estamos intentando. De hecho, nosotros queremos cobrar lo prestado, no nos interesan los inmuebles, pero existe un inconveniente...su mujer...¿como lo diría?...no está muy por la labor. Ha descubierto sus devaneos con una señorita y se plantea seriamente cambiar de vida. De hecho, tiene ya un lugar en el que vivir...otra persona...en fin...y está dispuesta a que su “desconexión” sea permanente...
-¡No es posible! ¡Yo la quiero! Sólo fué una...debilidad momentánea...a mí solo me interesa mi mujer...
-Verá, se puede solucionar si me da el nombre de alguna persona que pueda cubrir las cuotas, luego Vd. Vende el piso, nos paga lo que resta de hipoteca y...
-No, no, Vd. No lo entiende Domínguez. No puedo darle el nombre de nadie más...no tengo a nadie más...
-En ese caso, sr. Contreras, sintiéndolo mucho...
-¡¡¡No, nooooo!!!
Dos días más tarde, apareció en el periódico...

CARLOS CONTRERAS DUARTE (QEPD)
Falleció cristiánamente el 10 de julio de 2010 a la edad de 36 años.
Su afligida esposa Paula Esteve Subirats, padres y demás familia ruegan una oración por su alma.
El sepelio tendrá lugar hoy 11 de julio a las 10 horas en el tanatorio de Sancho de Avila.

Un mes más tarde...
PAULA ESTEVE SUBIRATS y LUIS DOMINGUEZ MARCO
Les invitan a su próximo enlace que tendrá lugar el próximo
11 de septiembre de 2010
En la Iglesia de Santa María del Mar de Barcelona,
A las 12:00 horas.
Se ruega confirmación.



sábado, 21 de julio de 2012

FIESTA



                                                                FIESTA.


Siempre habían sido muy religiosos. Les venía de familia. De hecho, los padres de Federico, Ramón y Clara, demócratas y religiosos, se habían visto atrapados entre dos fuegos durante la guerra civil española. No en vano se sintieron perseguidos por la FAI en un lado y por la misma dirección del bando fascista.
El resultado fue que Federico quedó huérfano de padre a la tierna edad de diez años y criado por sus abuelos paternos (de probada fidelidad al bando vencedor) ya que su madre estuvo presa hasta que él hubo cumplido los veinte años.
De ella, de la infancia que pasó a su lado, recordaba su dulzura. Él siempre era para ella “su ángel”. Recordaba el olor a jabón y aquel perfume con aires de lavanda que, cerrando los ojos, le hacía ver la imagen de su madre en su juventud.
Sin embargo, tanto la educación que recibió de sus abuelos como la de su madre, tenían un punto en común: la religiosidad. Eso si, la de sus padres tenía como centro el amor, la de sus abuelos el temor.
Eran gentes de misa diaria y la dominical vestidos con sus mejores galas. Para ellos, el cielo era el premio a su devoción cristiana en la tierra.
El poco tiempo que tuvo para disfrutar de su padre le sirvió para aprender que el pueblo es soberano y ningún soberano tiene el derecho, terrenal o divino, de someter al pueblo. Hombre de firmes convicciones, de fuerte carácter y sonrisa fácil para apaciguar cualquier temor.
Ahora, con veinticinco años, y tras haber estudiado derecho, se había casado con la que había sido su novia desde que tenían dieciocho años él y dieciséis ella, de nombre Montserrat.
Ese domingo era festivo por doble motivo ya que bautizaban a su hijo recién nacido, Manuel. De buena mañana había sido un día con actividad febril. Montserrat iba de arriba abajo, de izquierda a derecha y de dentro a fuera. ¿Estaban a punto las peladillas? ¿Planchada la camisa de Federico? ¿La ropita de Manuel a punto? ¿No habría alguna mancha inoportuna en su vestido?
Para acabar de aderezar la ensalada en que se había convertido ese domingo, llegaron los abuelos de él. La abuela, Francisca, con gesto severo, se dedicó a hacer una revisión a fondo de la casa. El abuelo, Joaquín, tomó asiento en el jardín para aprovechar la bonanza de esa mañana de mayo. Miró a Montserrat sin decir nada. Ella sabía que era su manera de decirle que quería tomar un café.
Al poco llegó Clara, la madre de Federico. Su hijo y Montserrat la recibieron con un beso. Los abuelos, sus padres, torcieron el gesto.
-Vaya, hoy parecía un buen día y de repente se ha nublado –gruñó el abuelo.
-Yo también me alegro de verle, padre –respondió Clara.
La abuela le lanzó una mirada furibunda.
-Madre –la saludó Clara.
La abuela entró en la casa dejando a todos en el jardín.
A la media hora, salía todos en comitiva hacia la iglesia. Clara en el mismo coche que su hijo y su nuera. Al llegar a destino, vieron en la puerta a los padres de Montserrat, Francisco y Rosa, comerciantes que no tenían opinión política evidente, temerosos de Dios y de la Guardia Civil.
-Hijos míos, y mi chiquitín…-la madre de Montserrat cogió en brazos a su nieto.
-El padre nos espera…-terció la abuela de Federico con gesto adusto, consiguiendo que la mujer devolviera el niño a su hija inmediatamente.
-Lógico madre –intervino Clara-, sin el niño no hay bautizo. Y porqué le haga unos mimos su abuela no le va a arruinar el domingo.
Al abuelo se le congestionó el rostro.
-Buenos días –saludó el sargento de la Guardia Civil-. Buen día para bautizar a un cristiano. Esta país no anda sobrado de ellos, a pesar de la limpieza que hicimos durante la cruzada –mirando con sorna a Clara.
-No del todo –respondió ella- fíjese en el lamparón que lleva en la guerrera.
-¿Lamparón? ¿Qué lamparón? –mirándose la guerrera preocupado.
Entraron en la iglesia.
-Muy ingeniosa mamá, pero algo imprudente. No conviene hacerse enemigos de ese tipo –le susurró su hijo a Clara.
-Hijo, no hago enemigos, los mantengo –replicó Clara.
Los padrinos fueron el abuelo Joaquín y la abuela Rosa.
 Joaquín, hombre severo, de gesto adusto y marciales formas, sujetó a su nieto sobrado de eficacia y carente de ternura. No es que no quisiera a su nieto, es que no era viril demostrar el amor que le profesaba. Eso quedaba para las mujeres. Él seguía siendo el cabeza de familia y no perdía ocasión de demostrarlo.
Era precisamente por su posición que habían acudido a la ceremonia las fuerzas vivas del pueblo. El alcalde, el sargento de la Guardia Civil y el párroco, lógicamente. Les gustara o no a su nieto y, sobre todo, a su hija Clara.
Terminada la ceremonia, fueron todos al convite que se celebró en el jardín de la casa de Joaquín y Francisca. Al fin y al cabo era su nieto, el nieto de Joaquín Vidal, el hombre más poderoso de la comarca, dueño de tierras de cultivo y de una fábrica de bicicletas que daban trabajo a buena parte de los lugareños.
Fabián, el viejo mayordomo de su abuelo, los recibió con una sonrisa. No en vano había visto crecer a Clara y había pasado muchas horas con su hijo Federico.
-Que alegría verles, señores. Por Vd. no pasan los años Señorita Clara.
-Gracias Fabián.
-A ver, Federico –dijo el abuelo, dándole la espalda al mayordomo que se retiró discretamente- en la mesa principal os sentáis Montserrat y tu con nosotros y las autoridades.
-¿Y mi madre? ¿Y los padres de Montserrat?
-Los he puesto en una mesa al lado, al fin y al cabo los que importan son los padres de la criatura, los dueños de la casa, y las autoridades, por supuesto.
-No lo veo así, abuelo.
-¿Me replicas? ¡Esta es mi casa y se hace lo que a mi me da la gana!
-No importa hijo –intervino Clara- nos sentaremos en la otra mesa. –y bajando la voz- Ten la fiesta en paz que es el bautizo de tu hijo y al abuelo, a sus años, no lo cambiarás tu ni nadie.
-Pero madre…
-Hazlo por tu hijo. Tendremos más días para estar juntos sin gruñones de por medio –dijo Clara, mirando a su padre con una sonrisa burlona.
-¡Si por mi fuera no estarías aquí ¡–respondió Joaquín.
-Si no fuera por mi madre, ya nos habríamos marchado –soltó Federico.
Su abuelo levantó la mano.
Su hija se la sujetó en el aire.
-Ni se le ocurra ponerle la mano encima a mi hijo, padre.
-Desgraciada. ¡Sal de mi casa inmediatamente!
-Abuelo, quédese con sus amigos que mi familia y yo nos vamos. Vámonos –Federico hizo un gesto a su esposa y a sus suegros.
-¡Ni se te ocurra, desagradecido!
-¡Joaquín, haz algo, no lo consientas! –gimió Francisca.
-Hija mía –terció el párroco dirigiéndose a Clara-, una buena cristiana no falta la respeto a su padre.
-Ni un buen pastor regaña a sus ovejas porqué defiendan a sus crías del lobo –respondió Clara desafiante-, padre.
-Quizás si hubiera estado un tiempo con la Sección Femenina habría aprendido lo que se le olvidó casada con ese rojo –sentenció el alcalde.
-¡Deje en paz a los muertos! –respondió Federico- Usted no tiene ni la talla moral, ni la honradez necesaria para referirse a mi padre –siseó a un palmo de la cara del alcalde.
A Joaquín le dio un ataque de ansiedad.
-Joaquín, por Dios ¿qué tienes? –dijo Francisca, asustada, ayudándolo entre ella y el párroco a sentarse.
Joaquín se desmayó.
-Doctor Solans, por favor –ya acudía el médico del pueblo a atender al enfermo.
El sargento de la Guardia Civil dejó en la mesa el vaso de vino y se acercó desabrochando la pistolera.
-A ver, según parece no hicimos suficiente limpieza… Madre e hijo se vienen al calabozo.
-¡Ni se le ocurra tocar a mi madre! –Federico le dio un empujón al sargento que trastabillo y cayó al suelo con tan mala fortuna que fue a dar con la cabeza en la mesa quedando inconsciente.
-Al Doctor Solans se le acumula el trabajo –rió Clara-. No tanto como cuando certificaba los fallecimientos de los fusilados después de la guerra.
El aludido, con la mirada encendida, en cuclillas para atender al sargento, gritó:
-A mi la Guardia Civil.
Entraron a la carrera dos guardias que estaban en la puerta exterior del jardín, fusil en ristre.
-Detengan a Federico y a su madre. Han atacado al alcalde y al sargento.
Los dos guardias se abalanzaron sobre madre e hijo. Montserrat, viendo amenazado a su marido golpeó en la cabeza a uno de los guardias, no sin antes sacarle el tricornio de un guantazo. El otro guardia giró su fusil contra la joven y fue embestido por Federico.
 Francisco, el padre de Montserrat, dejó fuera de combate al Guardia de un puñetazo.
Sonó un disparo.
El sargento, que se había incorporado blandiendo su pistola, yacía en el suelo con un boquete en el pecho.
Frente a él Fabián, el viejo mayordomo, con su escopeta de caza.
-Señor Federico lo mejor será que se vayan a Francia. Vd., su esposa y sus padres, el niño y su madre.
-¿Y Vd. Federico?
-Ya soy viejo. Conmigo aquí tendrán con que entretenerse y eso les dará tiempo a Vds.
El alcalde intervino
-¿Acaso cree que lo consentiré?
-¿Acaso no sabe que una escopeta de caza tiene dos cañones? ¿Y que el otro está preparado? –respondió Fabián, haciendo enmudecer y palidecer al tiempo al alcalde.
-No se entretengan, recojan lo necesario y váyanse.
-Nunca lo olvidaré amigo mío.
Veinte años más tarde, en su casa de Ginebra, Federico, a la sazón jurista de Naciones Unidas, le contó a su hijo Manuel cual fue el final de la historia. Fabián había sido fusilado tras un consejo de guerra sumarísimo. Un viejo compañero de escuela del pueblo le había contado que al pobre habían tenido que sentarlo en una silla de cómo había quedado tras los interrogatorios. El abuelo Joaquín, superado por los acontecimientos y caído en desgracia para el Régimen, había fallecido en poco tiempo. Su corazón fue incapaz de aguantar. La abuela Francisca, sumida por la pena, sola en su casa, cuidada por el servicio, abandonada por todos, le había sobrevivido tan solo tres años.
-¿Nunca más hablaste con ella? –quiso saber Manuel.
-Hijo, siempre supe de ella por este amigo del pueblo. Al fin y al cabo era mi abuela. Pero ni ella tenía ganas de hablar con nosotros ni nosotros con ella. No habríamos sabido por donde comenzar. Porqué, en definitiva, a pesar de su edad, todavía teníamos que comenzar.













martes, 3 de julio de 2012



UNO


Llovía a cántaros. Parecía que la naturaleza fuera a resarcirse de los tres meses de sequía. La noche hacía más temible la tormenta. El agua corría entre las vetustas casas que componían el pueblo.
El viento, ululante, golpeaba los antiguos ventanales de madera como si quisiera arrancarlos. Carlos fue a por velas ya que la luz acababa de dimitir de sus funciones y los fusibles se habían declarado en huelga. Por un momento pensó que la situación se asemejaba mucho a las antiguas películas de terror de los años treinta. Suerte que era sábado y no había que madrugar al día siguiente.
De pronto, sonaron tres golpes en la pesada puerta de madera de la entrada. Abrió la puerta y se encontró frente a frente con su ex esposa.
-¿Te importa si entro? Hace una noche de mil demonios y mi coche se niega a seguir.
-Pasa, pasa.
Marisa entró en la casa sacudiéndose la lluvia de encima.
-Vaya nochecita…
-Estás empapada, ven frente a la chimenea que te secarás. No funciona la calefacción, lo siento, se ha ido la luz.
-No importa Carlos. La chimenea irá muy bien.
Marisa se quitó el tres cuartos que llevaba y Carlos constató que seguía siendo tan bella como siempre aunque hubieran pasado diez años y ambos estuvieran cerca de la cincuentena.
-Y bien, Marisa, ¿qué te cuentas?
-Nada nuevo, ya sabes…la vida de siempre, del trabajo a casa y de casa al trabajo. Excepto algunas ocasiones en que voy a Madrid a reuniones del Banco.
-Siempre has sabido que era un trabajo muy esclavo, bien pagado, pero esclavo. Y la verdad es que lo has antepuesto a cualquier otra cosa en la vida. De eso puedo dar fe.
-¿Me guardas rencor?
-No, para nada. Han pasado diez años y quedamos tan amigos. Supongo que el tiempo todo lo cura aunque nunca dejé de quererte.
-Pues tuviste una manera muy curiosa de demostrarlo rompiendo nuestro matrimonio.
-Se rompió solo Marisa. Es cosa de dos y yo estaba muy por detrás de tu trabajo. Si hasta te llevabas expedientes a casa el fin de semana…
-Bueno, no discutamos ahora –Marisa ladeó la cabeza, sonriendo.
-¿Qué te trae por aquí? Porqué el pueblo está a cien kilómetros de tu casa y que pasaras por aquí y se te estropeara el coche…
-Ja, ja, ja…bueno…me has pillado. En realidad tenía ganas de verte –Marisa puso una mano sobre una de las suyas.
A Carlos se le atropellaron los recuerdos. Ninguno de los dos había rehecho su vida. La besó.
Veinte minutos después abrazados sobre la alfombra delante de la chimenea, Marisa le dijo:
-Carlos, quería comentarte una cosa. Cuando venía hacia aquí he pensado que necesitaba decirlo porqué eres el único en quien puedo confiar.
-Dime.
-Verás…estoy estudiando una operación muy importante. Se trata de una gran empresa que trabaja con nuestra entidad y van a firmar un contrato con una multinacional americana. Pues bien, estudiándolo a fondo me he dado cuenta de que nuestro cliente está metido en asuntos turbios. Y no solo eso, por un dato que he podido leer, parece que un directivo del Banco los ha ayudado en esos temas. La verdad es que no puedo demostrarlo porqué ponía su nombre de pila, pero por algunas cosas que leí parece que sea él. No se que debo hacer y la verdad es que da un poco de miedo. De hecho ayer recibí una llamada telefónica muy rara en mi móvil. No contestaron durante unos segundos y colgaron.
-Bueno mujer, quizás era alguien que se equivocó –respondió Carlos no muy convencido, más que nada para rebajar su inquietud.
-¿Se equivocaron cuatro veces en una hora?
-A ver…ya que has empezado, cuéntame con más detalle. Difícilmente habrá anotaciones comprometedoras en los números de una gran empresa…
-Por supuesto. Pero cuando algo no cuadra y vas atando cabos…Uno de sus departamentos deja de tener ingresos justo cuando la policía hace alguna redada…estoy hablando de tráfico de drogas y trata de blancas. También coincide con determinados movimientos que llevó el directivo del que te he hablado…
-¿Quién es? ¿Lo conozco?
-Jorge Fuentes.
-¿Jorge? ¡Increíble! Siempre tan discreto, parecía soldado a la silla de su despacho, con escaso don de gentes, y…¿estás segura?
-Completamente. Tengo el expediente original y los otros documentos que lo relacionan todo. ¿Me acompañarías a la policía?
-Claro. Pero tienes que tener algo sólido que darles.
-Tengo el expediente y los datos que he ido recopilando. Puedo relacionarlo todo.
-Bien. Pero hay una cosa que no me ha quedado clara. ¿Cómo te puede hacer alguien llamadas extrañas si no se lo has contado a nadie? ¿O si?
-No. Pero Jorge me vio llevarme el expediente casa.
-Eso lo has hecho siempre…
-Si pero no cada día. Y no he sabido disimular, intento evitar a Jorge y me parece que lo ha notado. El jueves pasado le vi hablando con el cliente, me puse nerviosa y lo notaron. ¿Qué voy a hacer Carlos? ¿qué voy a hacer? –Marisa sollozaba.
-Tranquila Marisa –Carlos la abrazó-. Te ayudaré y ya verás como sales de este embrollo. Se me ocurre una cosa –la miró sonriente-. Voy a hacer café. Todavía tengo la antigua cafetera y nos vendrá muy bien. ¿Te apetece?
-Gracias Carlos –Marisa se enjugó las lágrimas-. Me apetece mucho.
Carlos se levantó y fue hacia la cocina. Desde allí le dijo:
-Si quieres poner un poco de música tengo el iPhone. No hay luz pero la tecnología resiste.
-De acuerdo ¿qué tienes?
-Tu misma. Mira lo que hay y elige.
Marisa cogió el dispositivo de encima de la mesa. Al querer pulsar el icono de “música” pulsó por error el de al lado, “teléfono”. Una curiosidad malsana le hizo pulsar “recientes” y vio algo que le heló la sangre: el número del teléfono móvil particular del gerente de la empresa motivo de sus quebraderos de cabeza estaba en esa lista. La llamada se había producido el jueves, el mismo día que lo vio hablando con Jorge Fuentes.
-Ya está a punto el café.
Marisa dio un respingo.
-¿Qué pasa? De acuerdo que la nochecita y el entorno son como una película de terror de la Universal, ya sabes, las de los años treinta. Pero, caray, tu eres la chica de la película y yo el chico, no el monstruo.
-Entonces, ¿qué es esto? –le enseñó la pantalla del iPhone con la llamada del gerente.
-Juraría que la lista de mis llamadas entrantes y salientes, pero ahí no encontraras música y si mi vida privada. ¿Crees razonable fisgonear mi lista de llamadas?
-Me he equivocado de botón, no pretendía fisgonear nada. Pero tu tienes una llamada del gerente.
-¿El gerente? ¿Qué gerente?
-¿Cómo, “que gerente”? El de la empresa que te he contado, Miguel Campillo.
-¿Miguel? ¿Miguel es el gerente al que te referías, el del tráfico de drogas y trata de blancas? ¡Por favor Marisa! Conozco a Miguel desde pequeños, íbamos al colegio juntos y luego al instituto.
-Si tan amigos erais, ¿cómo es que no le conocí, por qué no vino a nuestra boda?
-Porqué cuando terminó la carrera se fue a vivir a Estados Unidos. Le ofrecieron un contrato en una firma de San Francisco y estuvo allí quince años. Hace un año nos encontramos por casualidad en el Paseo de Gracia, nos dimos los teléfonos y nos hemos visto un par de veces al mes. Quedamos en un café del centro, nos tomamos algo, resolvemos el mundo y nos explicamos nuestras vidas. Pero no sabía que te referías a él, ni que fuera cliente tuyo. El me explicó que era gerente de una empresa pero no me dijo el nombre. Además, él no sabe que tu eres mi ex esposa, le hablé de ti por tu nombre pero Marisa no es un nombre tan extraño. Si te llamaras Chindasvinta…
Marisa rió con ganas la ocurrencia.
-Venga tonta, tomemos el café, ¿lo quieres con leche?...dos de azúcar, si no me equivoco…
-Buena memoria.
La besó en los labios.
-Venga que si no se enfría.
-¿Y tu?
-No, no, yo no me enfrío…creo habértelo probado.
-Ja, ja, ja…digo si tu no tomas café. Si no se trata del desayuno, solo y sin azúcar…
-También tienes buena memoria.
Esta vez fue ella quien le besó.
-Perdona si he dudado de ti. Es que tengo los nervios de punta.
-Tranquila. Lo supongo. Por cierto, no has buscado música.
-Ah si. Espera –cogió otra vez el móvil de Carlos-. A ver que tenemos por aquí…¡ostras! Si tienes aquel tango que bailamos aquella vez en Argentina, “Uno”.
-Ajá, soy un romántico incurable –dijo Carlos mientras sorbía el café.
Ella pulsó el botón de reproducción…
“Uno busca lleno de esperanzas
el camino que los sueños
prometieron a sus ansias,
sabe que la lucha es cruel y es mucha
pero lucha y se desangra
por la fe que lo empecina.
Uno va arrastrándose entre espinas
Y en su afán de dar su amor
Lucha y se destroza hasta entender
Que uno se quedó sin corazón.
Precio de un castigo
Que uno espera
Por un beso que no llega
Y un amor que lo engañó…”
-Que bonito Carlos. Lástima de estos años que hemos perdido.
-No los hemos perdido Marisa. Nos han hecho más sabios. Tu has seguido ascendiendo en el Banco, yo vendí mi empresa, vine a vivir aquí y puedo dedicar mi tiempo a escribir, que es lo que siempre he querido hacer.
-Desde luego es un lugar tranquilo.
-Relajante e inspirador.
-He leído tus tres libros. Me han gustado.
-Gracias. Y yo sigo teniendo mi cuenta con sus ahorrillos y recibos domiciliados en tu banco.
-Gracias también a ti.
Se miraron a los ojos. El fuego de la chimenea titilaba en sus ojos.
“Si yo tuviera un corazón,
un corazón feliz.
Si yo olvidara la que ayer
Se fue sin presentir,
Que es posible que sus ojos
Que me miran con cariño
Los cerrara con mis besos,
Sin pensar que eran como esos
Otros ojos los perversos,
Los que hundieron mi vivir.
Si yo tuviera un corazón, un corazón feliz,
Si olvidara la que ayer
Lo destrozó y pudiera amarte,
Te abrazaría de ilusión
Para llorar mi amor.”
-No me canso de escucharla Carlos.
-Pareces cansada, se te cierran los ojos.
-Supongo que el viaje con esta tormenta, la tensión acumulada de estos días, nuestro reencuentro…y vaya reencuentro pillín…
-Lo mismo digo, pillina…Descansa un poco si quieres y en una hora te despierto para la cena.
Carlos encendió una vela, cogió a Marisa de la mano y subieron a la habitación.
-Te dejo la vela, abajo tengo más y me conozco las escaleras. Descansa un poco.
Al cabo de una hora a Marisa la despertó el aroma de una tortilla de patatas de las que hacía Carlos. Un aroma que creía olvidado, agradable al olfato y el vehículo que la llevaba de vuelta a otros tiempos, en especial a los mejores recuerdos de esos tiempos.
Cogió la vela y bajó, envuelta en una manta ya que estaba calentita en la cama y también ante la chimenea, pero en el trayecto entre ambas hacía frío.
-Hola dormilona. ¿Más descansada?
-Siii. Me hacía falta, la verdad. Mmm, que bien huele. Añoraba este aroma.
-¿Hay hambre?
-La hay.
-Pues a comer.
Carlos puso el plato con la tortilla en la mesa, la cual ya disponía de una fuente con embutidos, otra con quesos y rebanadas de pan.
-¿Te apetece el pan tostado? Aquí en la chimenea queda de muerte…
-Para mi sola no. Si tu también quieres.
-Si mujer, ¿un par de rebanadas cada uno?
-Para mi, una basta.
Carlos puso tres rebanadas sobre una rejilla en la chimenea. Mientras se tostaba el pan, sacó una botella de vino y una de agua. En tres minutos ya estaba el pan preparado.
Lo llevó a la mesa. Una sombra cruzó la mirada de Marisa.
-Un euro por tus pensamientos –sonrió Carlos.
-Carlos confío en ti. Necesito confiar en ti, pero no en tu amigo. Hacía muchos años que no os veíais, ¿quién te asegura que no ha cambiado?
-Me cuesta creerlo Marisa…
-¿De que hablasteis el jueves?
-¿El jueves? Me ofreció un cachorro. Su perra ha tenido crías y pensó que viviendo aquí en el pueblo me iría bien.
-¿Te ofreció un perro diez minutos más tarde de que lo viera con Jorge? Carlos, por favor…
-Si no me crees es cosa tuya –respondió Carlos con dureza-. No puedo hacerte cambiar de opinión si te empecinas en ver lo que no hay.
-Pues dime algo, ¡reacciona! ¿o acaso crees verosímil la explicación que me has dado? Es decir, un hombre que está metido en negocios sucios, que sabe de una mujer que sospecha de él y lo investiga, que “curiosamente” estuvo casada con un amigo suyo, minutos más tarde de que ella le viera con su contacto en el banco le llama para ofrecerle un perro…por favor Carlos…
Carlos guardó silencio, la mirada fría. En ese momento la puerta de entrada se abrió.
-He venido lo más rápido que he podido –dijo Miguel Campillo.
Marisa abrió sus ojos desmesuradamente, la boca abierta y volvió el rostro de Miguel a Carlos.
-¿Cómo has podido? Eran ciertas mis sospechas…que decepción…
-Cariño, me dedico a escribir, es cierto, pero unos ingresitos extra de la compañía de Miguel no vienen mal, no…
-¡¡¡No me llames cariño, degenerado!!! –rugió Marisa.
-Huy, la fierecilla no está domada precisamente –rió Miguel-. Bueno, habrá que ver si entra en razón o entra en el reino de los cielos. Tu decides ricura –mirando a Marisa.
Se abrió la puerta de golpe.
-¡¡¡Suelte el arma!!! Las manos donde pueda verlas –cinco agentes de policía apuntaban con sus armas a Miguel Campillo.
-Buen trabajo Srta. Molina –le dijo el inspector a Marisa, entrando en la casa-. Realmente su ex se ha tragado el anzuelo y así han caído los dos: el cerebro y su brazo ejecutor. Su ex era algo más que un escritor.
-Lástima tesoro, la tortilla me había quedado…de muerte –intervino Carlos con una sonrisa.
-Andando, llévenselos –dijo el inspector a sus hombres.
Sacaron esposados a Miguel y a Carlos. Una vez solos el inspector y Marisa, esta le dijo:
-Bravo José Luis-dijo Marisa aplaudiendo-. A partir de ahora estos dos ya han dejado de ser competencia, el mercado es nuestro.
-Claro preciosa. Digo yo que podríamos aprovechar toda esta comida. Tiene buena pinta y si tardamos más las tostadas se resecarán.
-Pues a comer se ha dicho.
Cuando llevaban más de la mitad de la cena José Luis se sintió indispuesto.
-Tu ex…¿qué dijo de la tortilla?
-Que le había quedado de muerte –el pánico se adueñó de Marisa. No podía mover las piernas.
José Luis convulsionó y cayó al suelo. Marisa empezó a sentir como el mundo daba vueltas hasta que, a su vez, se desplomó. Los últimos segundos de su vida los dedicó a pensar que siempre había infravalorado a Carlos.
Dos horas después, en comisaría, el abogado de Carlos le decía:
-Tranquilo, los documentos están a buen recaudo. No hay base para la investigación y mañana ya estaréis en la calle. Sin cargos, por supuesto.
-¿Marisa y el inspector?
-Encontrarán un frasco en el piso del inspector. De hecho, en el mismo momento en que os detenían un buen samaritano ha enviado un correo electrónico al Director General de la Policía con documentación suficiente para que investiguen al difunto inspector, al que Dios tenga en su gloria.
-Amen. Siempre pensé que eras muy válido. Habrá que ir pensando en aumentar tus ingresos –sonrió Carlos.



domingo, 17 de junio de 2012

Microcuento: DOMINGO.



Microcuento: DOMINGO.


Un día precioso. Vaya si lo era. El sol brillaba con fuerza, los pájaros anunciaban el nuevo día con sus trinos (eso si, ¡animalitos!, ¿no podían anunciarlo un pelín más tarde y así se podría dormir en santa paz?). Miró a su lado, su mujer seguía dormida. Estaba preciosa, con su pelo desparramado sobre la almohada. Le dio un beso en los labios y ella despertó.
-Buenos días dormilona.
-Buenos días tesoro.
Otro beso (esta vez más intenso), se abrazaron y…
-¡Mamá, papá, ¿mañana iremos a la playa?
-¡No, iremos a Port Aventura, tontorrona!
-¡Mamá, papá, decirle algo a este mocoso!
-Santi, no llames tontorrona a tu hermana. Núria, no llames mocoso a tu hermano –dijo Ana para apaciguar las aguas entre su prole, y después musitó- Ramón, tendremos que posponerlo.
-Cariño, ¡como el lunes no se levanten temprano para ir al colegio y remoloneen…Núria va a un colegio suizo y Santi a West Point!
-Ja, ja, ja… si hacíamos lo mismo cuando teníamos su edad, al menos yo.
-Ya lo se tesoro, pero es que…vaya momento.
-¡Mamá, ¿no hay nocilla?
-Espera Santi, ya venimos…
Prepararon el desayuno. Ramón dijo:
-Vamos a ir a la playa.
-Bien –reaccionó Núria.
-Jolín –fue la respuesta de Santi.
-Santi, ahora podemos aprovechar el buen tiempo e ir a la playa. Habrá otros momentos para ir a Port Aventura –razonó Ana.
El niño puso unos morros de palmo y medio.
-Es que una niña de su clase va hoy y el quería encontrarse con ella –les aclaró Núria.
-¡Tu calla tontorrona! –tronó Santi.
-Haya paz –zanjó Ramón-. ¿Cómo que una niña de tu clase? ¿la conocemos?
-Es Mónica, la hija de tu compañero de trabajo papá –siguió interviniendo Núria.
-¿Mónica –intervino Ana con una sonrisa? Una chica muy guapa.
El niño estaba rojo como un tomate. La verdad es que nadie podría haber sido capaz de asegurar si la tonalidad de su piel era más o menos intensa que la de la bandera de la antigua Unión Soviética.
-Pues nada –soltó su padre socarrón-, habrá que preguntarle a mi compañero Manuel si su hija siente lo mismo por ti, Santi…
-¡Papá!
-No te preocupes hijo. Mira, bien pensado, creo que no sería mala idea llamar a Manuel por si prefieren ir a la playa con nosotros. ¿Eso ya está mejor, eh pillastre? –dándole un codazo a su hijo Santi.
Padre e hijo se levantaron para sacar la mesa.
-Gracias papá.
-De nada hijo.
-Pero solo dile lo de la playa a tu compañero, nada más ¿eh?
-Ja, ja, ja, no te preocupes hijo.
Ramón llamó por teléfono a su amigo proponiéndole la salida a la playa para el domingo. Manuel y se esposa Clara estuvieron de acuerdo (de hecho, les hacía poca gracia ir a Port Aventura en domingo, con la posibilidad añadida de encontrar caravana a la vuelta).
Ramón y Ana fueron a hacer la compra mientras Núria se fue a la biblioteca del instituto para estudiar y Santi optó por quedarse en casa. Después de comer, repartieron a sus hijos. Núria en una cafetería del centro con su grupo de amigos y Santi en la puerta de un cine donde le esperaban cinco amigos suyos entre los que estaba, por supuesto, Mónica.
Descargados los hijos en sus respectivos destinos, se dirigieron a un gran centro comercial, básicamente para actualizar el parque de bañadores de Ramón que, en opinión de Ana (sabia opinión, ya que era licenciada en Historia Antigua), databa de los tiempos de Ramsés II.
Recogieron a sus hijos a tiempo de ver cuando llegaban con el coche un tímido beso entre Santi y Mónica. Sonrisa socarrona del padre y vuelta a la bandera soviética en la cara del hijo. Tenían 13 años al fin y al cabo. Núria, de casi 17, ya les esperaba, razón por la cual Alex, su noviete, les saludó a una cierta distancia mano en alto.
Habían quedado a las nueve en punto del domingo. Allí estaban Manuel, Clara, Mónica y su hermana mayor Blanca, por una parte y Ramón, Ana, Núria y Santi, por la otra. Se habían decidido por una playa cercana, apenas a 50 kilómetros . En menos de una hora llegaron.
Hallaron espacio suficiente para todos ellos, a pesar de que no era una playa muy grande. Había habido suerte. Plantadas las sombrillas y las toallas, embadurnados de crema con distintas protecciones solares, se dispusieron a pasar un agradable día de playa.
Desenfundaron los bocadillos y los refrescos, debidamente guardados en la nevera portátil. Tras la extinción del desayuno, fueron todos a ponerse en remojo para evitar los temidos cortes de digestión. Tras el baño, se tumbaron al sol las dos parejas y se ocuparon de otros menesteres los cuatro más jóvenes. Santi y Mónica pasearon por la orilla con el agua besando sus tobillos, cogidos de la mano cuando dejaron de ver a sus padres; Núria y Blanca fueron a por un helado.
A los veinte minutos, los padres se extrañaron de que las chicas no hubieran vuelto.
Ramón y Manuel se acercaron al vendedor de helados.
-Perdone, ¿ha visto Vd. a dos chicas por aquí? una tiene 17 y la otra 18.
-Mire jefe, así son la mayoría de clientes. Chicas jóvenes y mocosos.
-Hará unos veinte minutos que han venido a comprar. Una rubia con el pelo liso y un bikini negro, la otra morena con el pelo rizado y llevaba un bikini amarillo.
-¡Ah, vale! Ahora las recuerdo…se han ido con un niño de unos siete años que estaba por aquí. Lloraba porqué parece que se había perdido.
-¿Sabe Vd. por donde han ido?
-No estoy seguro…han venido cinco mocosos pidiendo genero…y el negocio es el negocio…pero puede que hayan ido al paseo por si veían algún policía.
-Gracias.
Ramón y Manuel fueron a informar a Ana y a Clara de donde iban. A esas alturas Santi y Mónica ya habían vuelto.
-¡Y vosotros dos no os mováis de aquí! ¿Entendido? –tronó Clara.
-Vale, vale –respondió Mónica.
Los dos padres recorrieron el paseo hasta que vieron a una pareja de policías en bicicleta.
-Buenos días. Disculpen pero nuestras hijas han ido a acompañar a un niño que se había perdido y no las encontramos. Según el vendedor de helados han ido a buscarles a Vds.
Los dos policías se miraron con gesto sorprendido.
-¿Cuánto hace que ha sucedido?
-Bueno –respondió Manuel- ahora ya debe hacer unos tres cuartos de hora.
Uno de los policías habló por el walkie:
-Central, acaba de suceder otro caso. Esta vez doble.
-Perdone…-intervino Ramón- ¿cómo que otro caso? ¿y doble?
-Señores, recojan al resto de su familia y acompañenos. Deben darnos todos los datos posibles de sus hijas…
-¡No nos asuste agente! –el rostro de Ramón estaba blanco como el papel.
-Cálmense. De momento vamos a hacer todo lo que esté en nuestras manos para localizar a sus hijas.
Los agentes acompañaron a los dos hombres a buscar a sus familias. Recogieron sus enseres en un abrir y cerrar de ojos y se dirigieron a comisaría.
Una asistente social recogió a Santi y a Mónica y se los llevó a un despacho, mientras las dos parejas eran introducidas en el despacho del comisario.
Los policías escucharon un grito desgarrador tras la puerta y como Clara estallaba en llanto.
Al día siguiente, los periódicos recogían la siguiente noticia:
“Ayer por la mañana desaparecieron dos chicas NPL de 17 años de edad y BGM de 18. Fueron vistas por última vez en la playa de localidad costera cercana a Barcelona acompañadas de un niño de corta edad. La policía ha detenido a un vendedor de helados que, tras varias horas de interrogatorio, ha conducido a los agentes a un domicilio cercano en la bañera de la cual ha sido hallado sin vida el cuerpo de BGM, a la que faltaban ambos riñones. Fuentes del Cuerpo Nacional de Policía afirman que se trata de una red internacional de tráfico de órganos, a la cual se estaba siguiendo desde hace dos años. El modus operandi de dicha organización era atraer a las posibles víctimas usando como señuelo a un menor (de aproximadamente 7 años), el cual afirmaba haberse perdido. Cuando la víctima (en este caso víctimas), intentaban ayudar al niño, este las dirigía hasta un punto predeterminado en que eran capturadas. El vendedor de helados era el encargado de seleccionar a las víctimas. Interrogado sobre el paradero de NPL, dice desconocer donde se encuentra, pero no da muchas posibilidades de que siga con vida. Las familias de ambas víctimas han recibido atención psicológica, llegando una de las madres a tener que ser ingresada. Se han practicado diversas detenciones en Barcelona, Madrid y Málaga”.

Tres días más tarde, el cuerpo de Núria fue hallado sin vida en un piso del Eixample barcelonés. El padre de su novio estaba entre los detenidos.








yeeir y cerrar de ojos y se dirialidad costera prPL y BGG. Fueron vistas por ucomisario.
 en un abrir y cerrar de ojos y se diri

martes, 12 de junio de 2012



Microcuento: TRISTEZA.

Por primera vez en muchos años no había ido al trabajo esa mañana. Su cuerpo, acostumbrado a toda una vida de levantarse temprano, había despertando a la hora habitual de los días laborables. Tenía todo el día para él pero no sabía que hacer con las horas que se lo comían minuto a minuto.
Prejubilado. ¿Qué narices significaba eso? ¿Ya no servía? De hecho, ya había acabado su relación oficial con el mundo laboral. Podía hacer otras cosas. Conocía gente y podía llevar las cuentas. Algún dinerillo conseguiría y mataría las horas. Y se sentiría útil.
Mucha gente decía envidiarle. “Te pagan por estar en casa”. Pero tenía que replantear su vida. Al fin y al cabo, los automatismos adquiridos en toda una vida de trabajo habían cesado súbitamente.
Desayunó en casa y salió a la calle. Compró el pan y el periódico. El suave sol de abril le sonreía pero cubrían su mente las brumas de otoño.
Avanzada ya la cincuentena, divorciado y sin hijos, la soledad le atenazaba. Su pareja actual, también divorciada, seguía trabajando. Tenía que ocupar sus horas, las horas que no compartiera con ella. Conseguir su propio espacio, un nuevo espacio ajeno al que le era habitual.
En su familia existían antecedentes de enfermedades mentales degenerativas. Tenía pánico a esas enfermedades. Con tantas horas de soledad, ¿quién se daría cuenta si cometía algún desvarío?, ¿sería él consciente?, ¿podía hacer algo, como por ejemplo ejercitar su mente de alguna manera, para evitar o al menos retrasar la aparición del Alzheimer?
En fin, que para ser el primer día de prejubilado no es que fuera la alegría de la huerta.
Decidió que esa primera semana la dedicaría a descansar. Fue paseando hasta el puerto. Una buena caminata recorriendo las Ramblas de principio a fin. Así, sin prisas, saboreó el aire, los olores, el griterío de la gente y los coches. Se paró ante alguna de las estatuas vivientes y les dejó unas monedas.
De vuelta a casa compró unas patatas fritas en una churrería artesanal. Cocinó aunque apenas tenía apetito (a pesar de la caminata). Después de comer se quedó traspuesto. Hacía mucho que no hacía la siesta en día laborable. Planchó unas camisas y a las siete de la tarde salió de nuevo a la calle para ir a buscar a su pareja al trabajo. A las ocho ella salió. Se besaron y se dirigieron a un bar cercano a tomar un refresco. La acompañó a su casa a tiempo para hacer la cena para sus hijos y el abuelo que vivía con ellos desde que faltaba la abuela, fallecida poco antes de un infarto. La abuela, que no fumaba, que  caminaba dos horas cada día, que comía sano…y falleció de un infarto.
Él no tenía que levantarse temprano al día siguiente pero ella si. Además del trabajo, tenía que acompañar al abuelo a la Clínica para unas pruebas. Se ofreció a llevar al abuelo, oferta que ella declinó pues tenía algunas preguntas que hacerle al médico. Despedida y cierre hasta el día siguiente.
Cuando llegó a su casa apenas cenó. Pensó que la idea inicial de estar una semana descansando quizás era excesiva. Al fin y al cabo, el tiempo que tengas vacío puedes acabar gastándolo en dinero. Y se había prejubilado, no le había tocado la lotería.
De pronto sonó el teléfono. En lugar de cogerlo al momento, lo miró extrañado. Casi nadie le llamaba al teléfono fijo de su casa. Apenas la familia, pero hablaban muy poco. Sus amistades y conocidos le llamaban al móvil.
Era la policía.
Habían encontrado a su tía en la calle. Por toda identificación tenía una vieja tarjeta de visita con el nombre y el teléfono de su sobrino. Lo único que habían conseguido sonsacarle es su nombre: Adela.
Fue a buscarla a la comisaría. La tía Adela le reconoció al momento. Estaba alterada, su realidad estaba alterada. No recordaba que ya era viuda, que vivía con su hija y su yerno. Les llamó y la llevó a su casa. Bastante miedo tenía ya a esas dolencias para que ahora su tía la manifestara.
Regresó a su soledad. Ya era tarde para llamar a su pareja. Pero necesitaba escuchar su voz, la voz que asociaba a los mejores momentos del día a día.
Conectó la televisión. Con tantos canales como había y no le interesaba nada. En unos daban debates preñados de expertos capaces de resolver el mundo, la economía y la política internacionales, conflictos nacionales e internacionales, e inventar la vacuna contra el resfriado común; en otros, programas de prensa rosa, en los que fulanito se entendía con menganita cuando no con zutanito, y alguien, a cambio de un buen estipendio aseguraba haberles visto ligeros de faja y enaguas; películas de acción en que un ser vitaminado, con exceso de horas en el gimnasio y alarmante falta de acercamiento a las aulas, se enfrentaba solito al ejercito de algún país (real o imaginario) masacrando a la mitad de ellos, mutilando a otro cuarto y todo eso en nombre de la libertad (presuntamente); especiales informativos, sesgados políticamente dependiendo del canal que lo emitiera; y series de televisión, la mayoría de las cuales empezaban con un misterio, aparentemente difícil de resolver, y que el (o la) protagonista acababan resolviendo si o si.
Decidió leer un poco. Eligió un clásico, con pocas páginas pero eficaz como pocos tomos que solo lo superaban en que podían usarse para desarrollar los bíceps: “El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde”, de Robert Louis Stevenson. Gran libro, pero también reflejaba la desesperación del protagonista por no hallar cura a su enfermedad.
Cerró el libro y, tras media hora de dar vueltas, finalmente se durmió.
A la mañana siguiente fue a casa de su tía Adela. Su prima le pidió que se hiciera cargo de ella mientras hallaban una solución ya que tanto ella como su marido trabajaban hasta media tarde. De hecho ella había llamado esa mañana al trabajo para explicar lo sucedido y pedir un día de permiso. Y, claro, como él estaba prejubilado, pues podía hacerles este pequeño favor.
No tenía ánimo para negarse, no por no querer ayudar, si no por la angustia que le embargaba, por sus miedos a la soledad y al Alzheimer. Su tía merecía que la ayudara. Le dijo a su prima que estuviera tranquila, que mientras no encontraran a quien la cuidara él iría cada mañana a cuidarla. A mediodía llamó a su pareja y le contó lo sucedido y su decisión. Ella por su parte le habló de las pruebas médicas que le habían hecho al abuelo. ¡Caray, que conversación! Aunque lo llevaba la edad. En unos años, alguien hablaría de sus enfermedades y de sus pruebas médicas.
Las conversaciones con su tía eran oscilantes. En ocasiones tenían sentido, tal parecía que ella estuviera perfectamente para, a renglón seguido, hablar de su infancia en tiempo presente o confundirle con su padre ya difunto, el hermano de la tía Adela.
Después de comer su tía se durmió y él aprovechó para entrar en internet y ver las posibilidades del viaje que tenían pensado con su pareja. Hoteles, vuelos, ofertas. Encontró un auténtico bombón, una semana en Praga en un hotel coquetón en el centro del barrio viejo con un descuento del veinte por ciento. Llamó a su pareja. El abuelo había empeorado y no sabía seguro si podrían irse en agosto. Había que esperar un poco. Adiós a la oferta. Pero había que ser positivo, ya saldrían otras.
Sonó un chisporroteo. Su tía había metido un tazón de leche, con cucharilla incluida, en el microondas. Lo apagó de inmediato. No se había dado cuenta de que su tía había despertado de su siesta. Le dijo que lo avisara si necesitaba algo. Vio una mirada triste, indefensa y una lágrima que caía mejilla abajo. La abrazó con fuerza.
-Hijo mío, no permitas que deje de ser yo. Quiero vivir mientras mantenga intacta mi dignidad. Ni un minuto más.
Se le heló la sangre. Al minuto su tía preguntaba si conocía a su novio. Aquel domingo habían ido a bailar y a ella le preocupaba que dirían sus padres.
A las seis de la tarde llegaron su prima y su marido. Le contaron que habían hablado con una asociación de afectados por el Alzheimer que les iba a dar una lista con tres cuidadores para que hablaran con ellos y ver cual les convenía más. Le invitaron a cenar y él aceptó la invitación. Cuando ya se iba, volvió a aparecer la mirada triste, indefensa de su tía Adela, que le abrazó, le besó con fuerza y le dijo al oído:
-Recuerda lo que te he pedido.
Cuando llegó a su casa puso la televisión. No llamó a su pareja porqué ya había quedado con ella que la iría a buscar al día siguiente por la tarde a la salida del trabajo. Además, todo tema de conversación hubiera sido triste y bastantes tristezas habían pasado ambos ese día. En lugar de llamarla puso la televisión. CSI New York. El asesino había dejado sobre el cadáver una brizna de lana de un jersey que solo se había vendido diez años atrás en una tienda de un pueblecito de Montana en el que había vivido. Tremendo. No hay quien entienda como pueden seguir habiendo asesinatos ya que, según parece, siempre les cogen por una brizna de lana de Montana o una mancha de pasta de dientes de Anchorage (Alaska).
Antes de acostarse leyó un poco. Se decidió por “Los fantasmas del sombrerero” de Georges Simenon. Muy bueno, muy entretenido, pero que vista escogiendo los libros: este trataba de un hombre que asesinaba mujeres de edad avanzada.
Fueron pasando los días. Él cuidando a su tía en horario laboral. Su pareja cuidando a su padre cuando terminaba su jornada. Su prima iba dilatando la decisión de contratar a un cuidador. Por así decir, se ahorraba un dinero ya que le salía más barato invitar a su primo a que cenara con ellos un par de veces por semana. Tampoco es que fuera un Gargantúa. Sin ambages: era más barato.
Los días se convirtieron en semanas. Avanzado mayo, su pareja le explicó que al abuelo le habían programado la operación para el mes de junio. Luego llegaría el postoperatorio. Es decir, no podían fijar el viaje. Por otra parte, su tía Adela no le había vuelto a hacer referencia a vivir mientras mantuviera su dignidad.
Una semana más tarde su prima y su esposo, mientras cenaba con ellos, conversaron sobre viajes. Sobre los lugares que les gustaría ver y las ofertas que se podían encontrar.
-Al fin y al cabo, trabajamos todo el día y el fin de semana cuidamos a mi madre.
El echó balones fuera y contraatacó con sus propias esperanzas viajeras. Esa noche llegó a su casa notablemente enfadado. ¿Cómo se podía tener tanta cara? Vio que en un canal de televisión iban a emitir, “La noche de los muertos vivientes” de George A. Romero y se acordó de su prima y su esposo, aunque solo fuera por el título. Vio la película con satisfacción. Acabó de leer “Los fantasmas del sombrerero” y se acostó.
A las seis de la mañana le despertó su pareja para contarle que el abuelo había fallecido mientras dormía. Un ataque al corazón, dijo el médico. Llamó a su prima para decirle que no podría acudir a cuidar a la tía Adela ya que iba a estar con su pareja para acompañarla y ayudarla en las gestiones que se debían hacer. Según parece, a su prima todavía no la había digerido ningún zombi ya que respondió con un:
-Ostras, pues esta mañana tenía una reunión muy importante, ¿y ahora que hago?
En lugar de responderle que le traía sin cuidado lo que hiciera o dejara de hacer, él, educado hasta la exageración, se despidió de ella:
-Tengo que dejarte. Ya hablaremos.
El entierro fue al día siguiente por la mañana. Por la tarde, después de comer, su pareja se entretuvo viendo fotos del abuelo y suyas de cuando era pequeña.
-No ha sufrido, pero no volverá a hablar conmigo, a cruzar esa puerta, a prepararme un café con leche caliente en invierno al volver del colegio. Y no he podido despedirme de él. ¡Me han quedado tantas cosas por decirle!  Aquellas palabras lo acabaron de decidir. Llamó a su prima y le dijo que decidieran a que cuidador contrataban y, a ser posible, que empezara al día siguiente, día en que él tenía cosas que hacer y no podía ir a cuidar a la tía Adela. Su prima montó en cólera y le llamó egoísta. Escuchó de fondo a la tía Adela:
-Hija, deja tranquilo a tu primo que tiene que hacer su vida. Yo ya he hecho la mía.
A él se le encogió el corazón mientras escuchaba el clic del teléfono al colgar su prima. Su pareja percibió la angustia en su rostro.
-Has hecho bien, no te preocupes. Es tu prima la que debe preocuparse por su madre. Tu ya la has ayudado bastante.
Al día siguiente, a mediodía, su prima le llamo envuelta en llanto. Su tía Adela había fallecido. Antes de que llegara el cuidador, mientras ella y su esposo desayunaban, Adela, antigua enfermera, se había inyectado una burbuja de aire en la vena, no sin antes dejar una hermosa carta en la que se despedía de su hija, su yerno, sus nietos y de él. La había cuidado como nadie y, a falta de grandes posesiones, le dejaba el viejo tocadiscos de su tío, con aquellos discos que tanto le gustaban de pequeño y que nadie más había hecho sonar desde que ella enviudara. También una fotografía de ambos con él cuando tenía seis años, en una de aquellas escapadas dominicales que hacían a pequeños pueblecitos de comarcas cercanas, que a él le parecían lugares de ensueño, repletos de fantasmas e historias a cual más interesante.
Un mes y medio después salían del hotel U Prince en Stare Mesto, Praga, él y su pareja. Se detuvieron, él cerró los ojos y al abrirlos de nuevo, le pareció por un momento que su tía estaba al lado de la estatua de la plaza de Stare Mesto junto a su tío, sonriendo ambos por verle feliz.









jueves, 31 de mayo de 2012



Microcuento: El palo y la rosa.

Juan había salido “a tocar el tambor”, es decir, a pegarle a todo el que se le pusiera por delante. Es lo que acostumbraba algunas tardes por semana. Tenían aterrorizada a la población ya que nunca sabían por donde iban a aparecer.
Con sus cazadora de cuero, sus tejanos, sus botas “Dr.Martens” con la puntera reforzada, y su corte de pelo al uno. Lucía una cruz gamada tatuada en el lado derecho de su cuello.
Desde las ocho de la mañana a las cinco de la tarde trabajaba en un taller. Los coches eran su pasión y las dictaduras fascistas europeas del siglo XX las del dueño del taller, Paco Contreras.
Aquella mañana habían desayunado juntos en el bar del cuñado de Contreras, Pepe. Sentados ante sus respectivos bocadillos y cervezas, fueron a sentarse en la mesa de al lado dos operarios originarios de Latinoamérica, “sudacas” o “panchitos” en el lenguaje de Paco y Pepe.
-¡Por favor, que asco, aquí tampoco se podrá desayunar en paz! –soltó Paco Contreras-.Pepe, a ver si sanidad te va a cerrar el bar…
-A ver, vosotros dos, no se os ha perdido nada aquí. Y menos llevando vuestros propios bocadillos –terció Pepe.
-Nosotros venimos a desayunar. Nuestros compañeros nos han dicho que aquí no hay problema en llevar el propio bocadillo, si uno se toma la bebida –dijo uno de los operarios latinos.
-¿Qué pasa? ¿Vas a poner tu las normas en mi bar? –rugió Pepe.
-Nosotros no queremos problemas, solo queremos desayunar.
-¡Venga largo de aquí!
Los dos operarios salieron del bar.
-¿Lo ves Juan? –dijo Paco- A estos hay que demostrarles quien manda o se te suben a las barbas.
-Si Paco, ni a usted ni a Pepe se les subirán nunca. Ni a mi tampoco.
-Bah, bah…¿hablas de tu grupo de amiguitos? ¿qué hacéis? Un sustito por aquí, una sacudida por allá…Nada serio.
-Nadie se atreve con nosotros…
-Ni vosotros os atrevéis con nadie…en serio, quiero decir…Si os atrevierais…
-¿A qué?
-No tenéis lo que hay que tener…
-Pónganos a prueba.
En ese momento se sentó con ellos un destacado político.
-Buenos días Paco. ¿Sabes quien soy chaval?
-Si, usted es el señor…
-Suficiente chaval, no es necesario ni prudente decir mi nombre en estos casos. Paco me ha dicho que eres un buen chico, un patriota que sufre por su país roto, débil, infectado. Pues bien, ya es hora de que demos un paso adelante.
-Si señor…
-Juan –intervino Paco-, abre las orejas y cierra el pico.
-Bien Juan –prosiguió el político-, Paco y Pepe son amigos tuyos, ¿no?
-Claro.
-¿Qué dirías si te digo que uno como esos que acaban de salir, inspector de sanidad, tiene entre ceja y ceja cerrar este bar?
-¿Por qué?
-Porqué Pepe también es un buen patriota…pero, aquí, lo de menos es le porqué. Lo que importa es que piensas hacer al respecto, que serías capaz de hacer por un amigo, buen patriota.
-Lo que usted me diga…
-Lo que tu supones y que deje de ser un problema…para siempre. Paco te dará la información necesaria para que le encontréis, yo tengo que irme. Buenos días.
Y ese tarde, Juan y sus amigos habían salido “a tocar el tambor”.
Llegaron a la calle donde vivía el inspector de sanidad. Era una calle lateral, casi un callejón, se diría que un escape entre una calle amplia y una avenida. Con la llave que les había entregado Paco abrieron el portal. Subieron a pie los tres pisos. Ya estaban ante la puerta del dúplex donde vivía el objetivo. “Estará allí con su puta”, les había dicho Paco, “porqué una española que se acuesta con esa purria tiene que ser una puta”.
Con la segunda llave entraron en el piso. Escucharon atentamente y detectaron ruido en el dormitorio. Dieron una patada en la puerta y entraron. Juan se quedó helado. La chica que estaba en la cama con el inspector, “el daño colateral”, era su hermana. Ella le miró con los ojos fuera de las órbitas. Los compinches de Juan le miraron esperando sus movimientos. El cráneo de su hermana crujió bajo el peso del bate de beisbol de Juan. Lo demás fue una orgía de sangre, los otros cuatro compinches dejaron al inspector convertido en pulpa.
Aquella noche los padres de Juan estaban nerviosos ya que Loli, su hija, no había llegado todavía a casa, a pesar de que les había dicho que les contaría algo en la cena. Estaba ilusionada. Su madre pensó que quizás les hablaría ya del chico con el que llevaba dos meses saliendo. Hasta entonces solo le había contado que trabajaba de inspector de sanidad, “pues hija, el día que lo traigas a casa avísame con tiempo, no vaya a inspeccionarme el piso y me acabe poniendo una multa”, “jajaja, que exagerada eres mamá”. Pero no había llegado. Y ellos sufrían. Y su hijo estaba nervioso. Estaba muy raro esa noche.
El televisor les hacía compañía como cada día. Era algo mecánico, un hábito. De repente interrumpieron la programación:
“Este es un avance informativo. Un inspector de sanidad y su novia han sido hallados muertes, brutalmente asesinados en su casa. La policía ha detenido a los presuntos asesinos tras haber sido identificados por un grupo de vecinos que les vieron salir del inmueble. Prosigue la búsqueda de un quinto asesino, presuntamente el cabecilla. Se investiga la posibilidad de que se trate de un crimen racista por cuanto el cabecilla era hermano de la joven y su novio era de origen latino”.
Los padres, horrorizados, miraron la puerta cerrada de la habitación de su hijo, justo a tiempo de escuchar el disparo que les dejó sin hijos.
Paco y el político desayunaron juntos en el bar de Pepe.
-Bueno, ya nos hemos librado del inspector. Ya no hurgará más en sus negocios –comentó Paco mientras sorbía un café.
-Si, y sin riesgo de que nos relacionen.
-Lástima. Juan era un buen chico y muy servicial.
-Bah, no te preocupes Paco, siempre hay algún que otro Juan dispuesto a servirnos.
-Usted siempre tan sabio.