Buenas tardes. Bienvenidos a mi blog.
Está pensado para publicar aquello que pase por mi mente, bien sea realidad (comentarios sobre noticias de actualidad, historia, etc.) o ficción (relatos, novela, incluso poesía).
También me gustaría que aquellos que lo siguierais expresarais vuestras opiniones.
Ojalá en un futuro no muy lejano, todos (vosotros y yo) estuvieramos satisfechos de leer (los unos) y de publicar (el otro) en este, el que espero, de todo corazón, sea a partir de ahora, un espacio de ocio, reflexión y opinión.
Gracias. a todos.
Un saludo.
Ricard.

jueves, 31 de mayo de 2012



Microcuento: El palo y la rosa.

Juan había salido “a tocar el tambor”, es decir, a pegarle a todo el que se le pusiera por delante. Es lo que acostumbraba algunas tardes por semana. Tenían aterrorizada a la población ya que nunca sabían por donde iban a aparecer.
Con sus cazadora de cuero, sus tejanos, sus botas “Dr.Martens” con la puntera reforzada, y su corte de pelo al uno. Lucía una cruz gamada tatuada en el lado derecho de su cuello.
Desde las ocho de la mañana a las cinco de la tarde trabajaba en un taller. Los coches eran su pasión y las dictaduras fascistas europeas del siglo XX las del dueño del taller, Paco Contreras.
Aquella mañana habían desayunado juntos en el bar del cuñado de Contreras, Pepe. Sentados ante sus respectivos bocadillos y cervezas, fueron a sentarse en la mesa de al lado dos operarios originarios de Latinoamérica, “sudacas” o “panchitos” en el lenguaje de Paco y Pepe.
-¡Por favor, que asco, aquí tampoco se podrá desayunar en paz! –soltó Paco Contreras-.Pepe, a ver si sanidad te va a cerrar el bar…
-A ver, vosotros dos, no se os ha perdido nada aquí. Y menos llevando vuestros propios bocadillos –terció Pepe.
-Nosotros venimos a desayunar. Nuestros compañeros nos han dicho que aquí no hay problema en llevar el propio bocadillo, si uno se toma la bebida –dijo uno de los operarios latinos.
-¿Qué pasa? ¿Vas a poner tu las normas en mi bar? –rugió Pepe.
-Nosotros no queremos problemas, solo queremos desayunar.
-¡Venga largo de aquí!
Los dos operarios salieron del bar.
-¿Lo ves Juan? –dijo Paco- A estos hay que demostrarles quien manda o se te suben a las barbas.
-Si Paco, ni a usted ni a Pepe se les subirán nunca. Ni a mi tampoco.
-Bah, bah…¿hablas de tu grupo de amiguitos? ¿qué hacéis? Un sustito por aquí, una sacudida por allá…Nada serio.
-Nadie se atreve con nosotros…
-Ni vosotros os atrevéis con nadie…en serio, quiero decir…Si os atrevierais…
-¿A qué?
-No tenéis lo que hay que tener…
-Pónganos a prueba.
En ese momento se sentó con ellos un destacado político.
-Buenos días Paco. ¿Sabes quien soy chaval?
-Si, usted es el señor…
-Suficiente chaval, no es necesario ni prudente decir mi nombre en estos casos. Paco me ha dicho que eres un buen chico, un patriota que sufre por su país roto, débil, infectado. Pues bien, ya es hora de que demos un paso adelante.
-Si señor…
-Juan –intervino Paco-, abre las orejas y cierra el pico.
-Bien Juan –prosiguió el político-, Paco y Pepe son amigos tuyos, ¿no?
-Claro.
-¿Qué dirías si te digo que uno como esos que acaban de salir, inspector de sanidad, tiene entre ceja y ceja cerrar este bar?
-¿Por qué?
-Porqué Pepe también es un buen patriota…pero, aquí, lo de menos es le porqué. Lo que importa es que piensas hacer al respecto, que serías capaz de hacer por un amigo, buen patriota.
-Lo que usted me diga…
-Lo que tu supones y que deje de ser un problema…para siempre. Paco te dará la información necesaria para que le encontréis, yo tengo que irme. Buenos días.
Y ese tarde, Juan y sus amigos habían salido “a tocar el tambor”.
Llegaron a la calle donde vivía el inspector de sanidad. Era una calle lateral, casi un callejón, se diría que un escape entre una calle amplia y una avenida. Con la llave que les había entregado Paco abrieron el portal. Subieron a pie los tres pisos. Ya estaban ante la puerta del dúplex donde vivía el objetivo. “Estará allí con su puta”, les había dicho Paco, “porqué una española que se acuesta con esa purria tiene que ser una puta”.
Con la segunda llave entraron en el piso. Escucharon atentamente y detectaron ruido en el dormitorio. Dieron una patada en la puerta y entraron. Juan se quedó helado. La chica que estaba en la cama con el inspector, “el daño colateral”, era su hermana. Ella le miró con los ojos fuera de las órbitas. Los compinches de Juan le miraron esperando sus movimientos. El cráneo de su hermana crujió bajo el peso del bate de beisbol de Juan. Lo demás fue una orgía de sangre, los otros cuatro compinches dejaron al inspector convertido en pulpa.
Aquella noche los padres de Juan estaban nerviosos ya que Loli, su hija, no había llegado todavía a casa, a pesar de que les había dicho que les contaría algo en la cena. Estaba ilusionada. Su madre pensó que quizás les hablaría ya del chico con el que llevaba dos meses saliendo. Hasta entonces solo le había contado que trabajaba de inspector de sanidad, “pues hija, el día que lo traigas a casa avísame con tiempo, no vaya a inspeccionarme el piso y me acabe poniendo una multa”, “jajaja, que exagerada eres mamá”. Pero no había llegado. Y ellos sufrían. Y su hijo estaba nervioso. Estaba muy raro esa noche.
El televisor les hacía compañía como cada día. Era algo mecánico, un hábito. De repente interrumpieron la programación:
“Este es un avance informativo. Un inspector de sanidad y su novia han sido hallados muertes, brutalmente asesinados en su casa. La policía ha detenido a los presuntos asesinos tras haber sido identificados por un grupo de vecinos que les vieron salir del inmueble. Prosigue la búsqueda de un quinto asesino, presuntamente el cabecilla. Se investiga la posibilidad de que se trate de un crimen racista por cuanto el cabecilla era hermano de la joven y su novio era de origen latino”.
Los padres, horrorizados, miraron la puerta cerrada de la habitación de su hijo, justo a tiempo de escuchar el disparo que les dejó sin hijos.
Paco y el político desayunaron juntos en el bar de Pepe.
-Bueno, ya nos hemos librado del inspector. Ya no hurgará más en sus negocios –comentó Paco mientras sorbía un café.
-Si, y sin riesgo de que nos relacionen.
-Lástima. Juan era un buen chico y muy servicial.
-Bah, no te preocupes Paco, siempre hay algún que otro Juan dispuesto a servirnos.
-Usted siempre tan sabio.





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